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Una cosa es segura: Lorenzo Mendoza no es bebedor de cerveza ni comedor de arepas. Si lo fuera, no estaría en la línea ni podría ser un deportista muy activo (maratonista, esquiador en agua y en nieve, tenista), cuando se aproxima a los 50 años de edad. Puede decirse que el hombre practica la dieta anti-Polar, es decir, que evita escrupulosamente consumir los principales productos que fabrican sus empresas, los cuales —¿alguien lo duda?— contribuyen notablemente a que el venezolano promedio sea barrigón y tenga el hígado graso.

 

Se dice que su afán de cuidarse le viene del dolor que le causó la temprana partida de su padre, Lorenzo Mendoza Quintero, al parecer, víctima de una vida atareada y de cierta negligencia hacia la propia salud.

Lorenzo hijo (nieto de Lorenzo Mendoza Fleury, el fundador de la empresa original) debió asumir pronto las riendas, una vez que terminó sus estudios de Administración y Negocios en el famoso Instituto Tecnológico de Massachusetts, al que la gente de buen inglés mienta “em-ai-ti”. Previamente, se había graduado de ingeniero industrial en Fordham, una universidad de jesuitas asentada en el Bronx, Nueva York.

 

Mendoza no ha hecho como otros herederos de la oligarquía venezolana, quienes han dilapidado las fortunas y quebrado las empresas. Por el contrario, las ha manejado de tal manera que hoy ocupa el lugar 115 entre los millonarios del mundo. El periodista Rafael Rodríguez Olmos dice que eso tiene su mérito, pero no tanto como para rendirle pleitesía, porque para vender esa cerveza en este trópico tampoco se necesita ser un Steve Jobs. “Por sí mismo nunca ha emprendido nada. Heredó la fortuna de sus padres y a punta de trampas y de manosear corruptos de los anteriores gobiernos y de este, la multiplicó”, dice el comunicador.

 

En lo que sí ha demostrado ser un as es en contratar a buenos asesores de imagen para sus empresas y para sí mismo. Las campañas publicitarias y mediáticas han permitido que el productor de aguardiente más grande del país sea considerado un ejemplo digno de seguir por buena parte de la clase media nacional. Además, la maquinaria gigantesca de proyección de imagen hace posible que el país tolere este raro fenómeno: todos los alimentos fabricados, empaquetados o enlatados por Polar (harina de maíz, arroz, aceite, margarina, sardina, atún, salsas, entre otros) escasean miserablemente desde hace varios años, mientras nunca se ha reportado falla alguna en el abastecimiento de cerveza.

 

Con ese aparataje publicitario por detrás, no es de extrañar que a Mendoza le hayan calentado la oreja con la política. Gente de la oposición, cansada de intentos fallidos con dirigentes majunches (copyright del Comandante), ha pensado en que el empresario puede ser el héroe que logre, por fin, la retoma del poder.

 

Según reporteros del área económica, hubo un tiempo en que a Mendoza, ciertamente, se le calentaron las orejas. “En esos días, a cada rato llegaba una convocatoria para reuniones de él con trabajadores, con productores agrícolas, con jóvenes… rompió su tradicional bajo perfil y andaba dándose baños de pueblo”, cuenta una periodista especializada.

 

De pronto, todo volvió a la normalidad. No se sabe si fue que al magnate no le gustó tanto roce con la realidad de los bebedores de birras y los comedores de arepa, o si fue que las encuestas revelaron que no le iría bien en el “negocio” de la política. En cualquier caso, parece que entendió que mercadearse como candidato presidencial no es tan fácil como vender birras en este calorón.

 

(Ciudad Ccs)

 

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