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 “Si somos diez, somos diez, pero bien organizados”, dijo el presidente Nicolás Maduro en el cierre del Congreso del Partido Socialista Unido de Venezuela. Es una frase esperanzadora porque el meter (y meterse) mentiras acerca del número de militantes ha sido uno de los males que esta organización política arrastra casi desde su nacimiento.

 

Cuando se fundó, bajo el arrollador liderazgo del comandante Chávez y en uno de los mejores momentos históricos de la Revolución, el PSUV se las arregló para cobijar a todo el mundo, y para generar una ola de inscritos que no guardó relación con la militancia del antecesor Movimiento Quinta República (MVR) y en la que, como dice aquel canto sobre la cultura popular, se colearon los zorros y camaleones.

 

La tentación de inflar las cifras de personas inscritas comenzó seguramente como una estrategia de consolidación, como una aplicación de aquel principio “mientras más masa, más mazamorra”. Y, en ese sentido, funcionó. Pero luego se convirtió en un  condicionamiento, la típica mentira inicial que obliga a seguir mintiendo sistemáticamente. Si se había dicho que el partido tenía seis millones, al producirse un recenso, la siguiente cifra tenía que ser mayor o se estaba dando una mala señal, de caída, de abandono. Fue por eso que en tantas elecciones se enarboló la desmesurada consigna de los diez millones de votos, que no se alcanzaron ni siquiera en la más formidable de las campañas del gigante Chávez.

 

En esa dinámica de autoengaño colectivo estaba el PSUV cuando la derrota del 6D surtió el efecto de una cachetada también colectiva. Ahora, según se entiende, hay una rectificación en desarrollo.

 

Si se hace una comparación simple de las cifras oficiales de militancia del principal partido revolucionario con los resultados electorales más recientes se arriba a la ya admitida conclusión de que al menos dos millones de personas registradas como pesuvistas se abstuvieron en los comicios legislativos o –peor aún- acudieron a las urnas para votar por la derecha. Ese fenómeno tiene muchas justificaciones circunstanciales, como ya se ha analizado extensamente, pero sería muy ingenuo creer que todas esas personas son chavistas molestos por la coyuntura económica, pero que volverán a votar por la Revolución si el contexto mejora. Es necesario entender que muchos de esos militantes eran “falsos positivos”,  gente que se inscribió por conveniencia, por oportunismo o por presión social. Es más, en esta etapa de revisión es también prudente asumir consciencia de que en esa situación no están solo los dos millones de abstencionistas (o votantes por la contra), sino también una porción difícil de determinar de la militancia total.

 

Si se buscan las causas de ese comportamiento político, se encontrarán varias. Analicemos algunas de ellas, yendo desde la más idealista hasta la más vulgar:

 

Decepción, frustración, descontento ideológico. Una parte de la militancia pesuvista se inscribió para formar parte del gran partido revolucionario que prefiguró el comandante Chávez, una organización centrada en las ideas que han motorizado al Socialismo del siglo XXI. No ha sido eso con lo que se han encontrado, sino con un aparato burocrático y clientelar, donde predominan las corrientes encabezadas por dirigentes nacionales, regionales y locales.

Decepción, frustración, descontento pragmático. Otra parte de los afiliados al PSUV se han desilusionado por razones más concretas y prácticas: el partido no ha satisfecho sus expectativas individuales o grupales en materias tales como empleo, beneficios laborales, vivienda, vehículo, electrodomésticos o contrataciones con organismos públicos.

Infiltración y oportunismo. Otra porción de los militantes fantasmas son claramente los “falsos positivos”, gente que no comparte las ideas políticas del chavismo (incluso, gente que las adversa empecinadamente), pero que en algún momento se inscribieron para infiltrarse en el partido y dañarlo desde adentro. Otros lo hicieron por oportunismo puro, porque era la vía para tener empleo o para enriquecerse y saborear las mieles del poder. Han aparentado ser pesuvistas como antes aparentaron ser adecos o copeyanos. Algunos, de hecho, ya están aparentando ser otra cosa. Emblemas de la viveza criolla, muchas de estas personas han llegado incluso a tener responsabilidades de jefatura en organismos públicos y en el mismo partido, mientras simultáneamente serruchan las bases del socialismo.

El llamado a carnetizar que se hizo en el Congreso partidista es polémico. Como bien lo dijo el presidente Maduro, mucha gente no está de acuerdo porque parece un procedimiento de la vieja política bipartidista. Además, es controversial que se pretenda también carnetizar a los simpatizantes y amigos del partido, algo que parece una contradicción en los términos, pues esas categorías (simpatizantes, amigos) se distinguen de la de militantes justamente porque no hay una formalidad establecida.

 

En todo caso, lo que sí resulta muy pertinente (y, con toda seguridad, debió hacerse mucho antes) es sincerar el registro, depurarlo de los infiltrados y oportunistas, y tratar de rescatar a los decepcionados ideológicos o pragmáticos. Luego de eso, parafraseando al presidente, “si somos diez, somos diez”.

 

(Clodovaldo Hernández/[email protected])