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La mañana parisina del 22 de marzo estuvo marcada por otro anuncio de un atentado terrorista. Hace tan solo cinco días fue arrestado en el barrio de Molenbeek en Bruselas, Bélgica, el último de los sospechosos del ataque del 13 de noviembre en Paris, Salah Abdeslam, y las autoridades locales esperaban la llegada de represalias. En el aeropuerto de Zaventem se produjeron a las 8 am tres explosiones, y una hora mas tarde hubo otra en una estación de metro cercana al barrio “Europeo”, nombre dado a la zona de la ciudad donde están instaladas las diferentes instituciones de la Unión Europea.

 

Hasta el momento se cuentan 35 muertos y 200 heridos en total. Y junto a este recuento trágico, las evidentes consecuencias: la paralización de una ciudad (los servicios de transporte público fueron interrumpidos, y se pidió a la población resguardarse en sus hogares, escuelas o puestos de trabajo); el aislamiento de un país (con la puesta de controles en la frontera); y la crispación de un continente que viene dando pasos agigantados hacia un encierro sobre si mismo.

 

Los atentados vistos desde Francia

 

Estos acontecimientos llegan en un momento delicado para el hexágono. Apenas algunos meses después de los atentados de París, el estado de excepción se ha convertido en norma en el territorio francés. Mas aún cuando este 22 de marzo, el Senado Nacional, revisaba una proposición de enmienda constitucional donde se plantea la entrada al texto magno del régimen de la excepción, implicando así su regularización como medio de gestión del país en caso de emergencia (sin quedar explícito quién y qué determina la situación de emergencia).

 

Los usos derivados de este “estado de excepción” ya se hicieron conocidos durante el momento de la Conferencia por el Cambio Climático de Naciones Unidas (COP 21), cuando las manifestaciones autónomas y críticas fueron prohibidas por el gobierno francés, lo que implicó la reducción de las capacidades de acción de militantes que venían de múltiples partes de Europa y el mundo, y que habían preparado una Conferencia alternativa en París. Mas dramática aun fue la situación vivida por los numerosos ecologistas a quienes se les impuso arresto domiciliario, puesto que las autoridades francesas decidieron que representaban estos una amenaza contra el orden público. Todo esto debido al régimen, ahora por constitucionalizarse, del estado de excepción.

 

Más recientemente, la represión a las protestas de estudiantes de toda Francia frente a la reforma de la Ley del Trabajo propuesta por la titular de la cartera laboral Myriam El Khomri, ha sido significativa. Bajo la imprenta del gobierno liberal (aunque con etiqueta socialista) de François Hollande y Manuel Valls, la llamada Ley El Khomri atenta con derechos ganados por las luchas de los trabajadores desde principios del siglo XX.

 

Para los estudiantes universitarios, quienes ya viven situaciones de trabajo precarias -siendo la mano de obra por excelencia de pequeños trabajos mal pagos y con malas condiciones- resulta inaceptable una ley que precarice aún más el sistema laboral al que aspiran integrarse.

 

De igual manera, ha sido intolerable para el gobierno la aparición espontánea de un movimiento estudiantil de tal magnitud, llevándolo por un lado a intentar negociar con sindicatos reformistas -otorgándoles supuestas modificaciones al proyecto de ley-, y por otra parte, a enviar a las fuerzas represivas a cada movilización. Tanto para romper las sentadas al final de las marchas, como para resguardar las universidades cerradas arbitrariamente e impedir asambleas, como sucedió el pasado 17 de marzo en el sitio de la calle Tolbiac de la Sorbona.

 

Atentados tocando al corazón de Europa

 

En el mismo sentido de producción de la excepción, estos atentados que tocan el corazón de la Unión Europea -siendo Bruselas la ciudad que alberga buena parte de las instituciones administrativas del continente- terminarán de profundizar la política de cierre de Europa frente a las migraciones de los miles de solicitantes de asilo provenientes de distintos países en conflicto del mundo; especialmente de quienes huyen de la guerra en Siria.

 

Paradójicamente, luego de haber abierto sus fronteras de manera unitaria a miles de refugiados en 2015 frente a las criticas de diferentes jefes de Estado europeo, fue Ángela Merkel quien concluyó el 18 de marzo un acuerdo con Turquía -por lo tanto con el gobierno represivo y cuestionado de Recep Tayyip Erdogan- haciendo de ese país el sub-tratante principal de las migraciones dirigidas hacia Europa. Así, otorgó a Ankara tanto amplias ayudas económicas, como la seguridad de la continuidad de las discusiones para su introducción en la Unión Europea

 

Los dirigentes europeos entraron en acuerdo para redirigir los solicitantes de asilo llegados a su territorio al primer “país seguro” por el que estos hayan transitado antes de tocar la Unión (esto se reduce geográficamente a Turquía cuando se llega desde oriente). Así quedó justificada de manera arbitraria la evasión del derecho internacional en la forma de la convención de Ginebra de 1951 referente al Derecho de Asilo, la cual compromete a los Estados firmantes al estudio de las solicitudes de asilo de aquéllos quienes toquen a sus puertas.

 

La verdadera consecuencia de los atentados

 

Finalmente, el “éxito” de los atentados terroristas está allí, en los cambios estructurales provocados en los países atacados, que se dirigen hacia el encierro y la paranoia de poblaciones enteras. Es innegable observar la remontada de la paranoia, xenofobia, de las fuerzas de extrema derecha. Las fuerzas populares críticas luchan día a día para hacer remontar los valores de la humanidad, de la autonomía y de la libertad. Tristemente estos ataques violentos son un adversario difícil de vencer, puesto que el terror parece calar mas rápido que la razón.

 

(notas.org.ar)