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En una ocasión estaba un grupo de mujeres conversando dentro del mercado de Chacao y el tema central era la inseguridad, así como  la escasez de alimentos, que era de lo que hablaban todos los días cuando se encontraban en la panadería, en las colas del Farmatodo, o allí mismo en el mercado. Por supuesto que tocaron el tema de los bachaqueros y de lo caro que vendían los productos dentro del mercado. “Vamos a estar claras, en medio de todo somos afortunadas, que podemos conseguir aquí todo lo que busquemos sin necesidad de hacer esas colas inmensas que se cala la gente. Que pagamos un poco más caro, es verdad, un poco bastante diría yo, pero en mi casa nunca ha faltado la harina pan, el azúcar, el café, el arroz ni la pasta. Todo lo compramos por pacas aquí mismo, sin hacer nada de cola”, dijo una de las mujeres.

 

Pero luego pasaron a hablar de la inseguridad, y allí sí fue verdad que se caldearon los ánimos, porque la cosa iba muy bien mientras el tema abarcaba todo el país y el responsable era el Presidente, pero cuando la señora Rosaura dijo que estaba muy preocupada por lo peligroso que se había vuelto el municipio y acusó al alcalde de no hacer absolutamente nada para contener a los ladrones fue cuando la cosa se puso buena. Cuenta la tía Felipa que ese día estaba de casualidad en el mercado, que las mujeres la acusaron de chavista a ella y a otra que la secundó, y que casi que las agarran de las greñas; las acusaron de estar cayendo en la trampa de Diosdado, de orquestar una campaña malsana para dañar la zona y provocar que los inmuebles se desvalorizaran. Las dos agredidas mencionaron que en menos de una semana se habían metido en siete apartamentos tan solo en el casco central de Chacao y La Castellana, y que tenían información de que algo parecido estaba ocurriendo por los lados de Los Palos Grandes. Hablaban de un famoso hombre araña, que era un delincuente que, según las mujeres, era experto en trepar por las paredes para colarse por los balcones de las residencias. De nada valieron los argumentos, los nombres de varias de las personas que habían sido asaltadas, la lista de los que les habían robado los vehículos a punta de pistola o los que habían tocado con mayor suerte y solo se los habían desvalijado o les habían quitado dos cauchos.

 

Lo que está escrito… Leopoldo Alfredo era taxista y vivía solo en la Torre A de las residencias Ambassador, ubicadas en la Cuarta Transversal con avenida Mohedano de La Castellana, municipio Chacao del estado Miranda. Estaba dedicado a su trabajo y se estaba portando bien, porque a decir de la tía Felipa, hace cosa de quince años, cuando vivía en Los Teques, se la pasaba metiéndose en problemas, e incluso en una ocasión fue detenido por la policía en el centro comercial La Hoyada y le consiguieron ocho envoltorios de droga, razón por la cual estuvo preso varios años, pero finalmente fue sobreseído porque se demostró en el juicio que hubo fallas de procedimiento en el proceso de su detención. Había nacido en 1968.

 

Su hermano Daniel Alejandro era diez años menor que él, y con sus 37 años de edad ya había logrado armar una familia, se había graduado de ingeniero agrónomo y hacía cosa de cinco años que había abandonado Venezuela huyendo de la inseguridad, pues ya lo habían asaltado en tres ocasiones, así como en busca de mejores posibilidades de desarrollo. Actualmente vivía en Francia junto con su esposa y sus dos hijos.

 

A finales del mes de diciembre de 2015 decidió venir de visita al país para pasar las navidades con su hermano. Por supuesto que llegó al apartamento de su hermano y allí también llegaría su familia, quienes se vendrían varios días después.

 

Navidades salpicadas. El hombre venía bajando por la calle solitaria con signos evidentes de que estaba drogado o con abundancia de aguardiente en el cerebro. Varios perros le salieron al paso y lo obligaron a espabilarse. La noche caía y daba paso a las primeras brisas de la madrugada. El silencio era total, tanto que podía escucharse la respiración de las aves que dormían en la copa de los árboles. Una pareja de hombres y una mujer salieron de lo más contentos de un local que ya había cerrado sus puertas, pero que les había permitido quedarse en el interior mientras se terminaban su botella. Cuando estaban a punto de montarse en su carro llegaron unos tipos en una camioneta, los sometieron y se los llevaron. No se supo más de ellos. Un empleado se percató y llamó a la policía, pero los uniformados ni siquiera se acercaron. La Mohedano daba terror. El hombre se percató de que la ventana de unos de los apartamentos del segundo piso estaba abierta de par en par y de inmediato se acomodó el cuchillo que llevaba escondido en la pretina del pantalón y comenzó a escalar un árbol que estaba situado justo al frente. Varios pájaros salieron espantados y rabiosos ante la llegada a su morada de aquel intruso. Desde el árbol, el hombre saltó hacia una reja y desde allí terminó de escalar hacia el segundo piso, donde lo esperaba la ventana abierta. A lo mejor si hubiese estado bueno y sano lo hubiese pensado dos veces y no habría tenido valor para hacer aquellas proezas. Una suave brisa hacía bailar la cortina de la habitación de un lado a otro. El desconocido ingresó a la habitación sin hacer nada de ruido y le pasó por un lado al otro hombre que dormía plácidamente. Tomó una laptop, una cámara fotográfica y una tablet y la puso en un rincón y luego comenzó a revisar los bolsillos del pantalón que estaba sobre una silla. Sacó un puñado de billetes y un reloj, y cuando lo iba a colocar de nuevo en la silla, unas llaves cayeron al piso. El hombre que dormía se levantó sobresaltado y en medio de la oscuridad pudo distinguir que no era su hermano quien estaba dentro de la habitación. Hubo un forcejeo que duró algunos segundos, hasta que el sujeto sacó un cuchillo y lo cortó en uno de los brazos.

 

Alertado por los ruidos, Leopoldo Alfredo llegó a la habitación justo en el momento en que su hermano era herido en el abdomen de otra puñalada. Sin pensarlo dos veces se abalanzó contra el desconocido y logró derribarlo, pero éste no soltó el cuchillo.

 

Los vecinos alertaron a la policía de que algo raro pasaba en el edificio porque se escuchaban muchos gritos, y cuando los uniformados llegaron ya el criminal había escapado. Leopoldo ya había muerto, pero Daniel Alejandro aún continuaba con vida. Murió poco después en la clínica Ávila.

 

…y se hizo justicia. Tuvieron que morir los hermanos Leopoldo Alfredo y Daniel Alejandro Díaz Ruiz para que la policía municipal tomara en serio las denuncias sobre la existencia de ladrones y de un “hombre araña” que había escalado varios muros en la urbanización para robar en apartamentos, y para que el Cicpc se dignara iniciar las averiguaciones tendientes a capturarlo.

 

Poco después fue capturado Daniel Gregorio Escalona Leyva, de veintiséis años de edad, apodado “el mono”, a quien incluso le consiguieron algunas de las pertenencias de los infortunados. Tenía varias denuncias ante las sedes de la Policía de Sucre y de Chacao y tres solicitudes ante el Juzgado 47 de Control por el delito de hurto.

 

Lo acusaron por el delito de homicidio calificado con alevosía en la ejecución de un robo agravado y está a la orden del Tribunal 24° de Control. Espera su condena en la Penitenciaría General de Venezuela, ubicada en San Juan de los Morros, estado Guárico.

 

(ÚN)