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La marcha de los cráneos vacíos.- El secretario ejecutivo, Jesús “el Chúo” Torrealba, dijo que la Mesa de la Unidad tenía que reinventar su presencia en la calle y, a renglón seguido, anunció una marcha de las ollas vacías.

 

“¡Caramba, tremenda invención, le debe haber quedado el cerebro echando humo!”, me dijo mi amigo, el profesor de Historia, quien recuerda perfectamente que ese tipo de manifestaciones tienen una larga historia, desde los tiempos en que el pérfido Kissinger ordenó hacer chillar a la economía chilena, como fórmula para luego derrocar a Allende.

 

El profe, siempre muy bien documentado, me envió el fragmento de un trabajo titulado Chile 1972-1973: Revolución y contrarrevolución, publicado en una página de internet llamada enlucha.org (http://enlucha.org/).  Dice: “El momento fue escogido cuidadosamente. En noviembre de 1971, Fidel Castro visitó Chile. En el segundo día de su visita él fue saludado por una manifestación, la «marcha de las ollas vacías». Organizada por los partidos de derecha, centenares de mujeres de clase media salieron a las calles mostrando ollas vacías, para simbolizar la escasez. La ironía es que muchas de ellas llevaban consigo a sus empleadas, probablemente para que las ayudaran a cargar las ollas, que pocas de estas señoras habían usado alguna vez”.

 

“Ahí tienes la prueba de que para «Chúo» reinventar significa desempolvar las viejas fórmulas que el imperialismo ha venido aplicando a todos los países que pretenden salírsele del redil”, comentó mi amigo.

 

Ciertamente, los agentes locales del capitalismo hegemónico mundial no se caracterizan por inventar nada. Sus mecanismos de lucha están incluidos en recetarios que los tanques pensantes del norte han preparado y que luego los Gobiernos injerencistas (republicanos o demócratas, eso no hace diferencia) han aplicado con enormes costos humanos y económicos para los pueblos sojuzgados.

 

Aquí las fuerzas contrarrevolucionarias ya tienen quince años ensayando toda clase de ideas incluidas en esos manuales made in USA para torcer la voluntad de la mayoría. Es difícil hablar de alguna forma de protesta realmente criolla.  En algunas épocas, la estrategia ha sido parecida a la de las revoluciones de colores de Europa Oriental; en otras, se ha asemejado a las conspiraciones de la Primavera Árabe. Desde hace ya varios meses, la receta preferida parece ser la de la terrible experiencia chilena de los años setenta.  Los parecidos son muchos, entre ellos los de la guerra económica y una clase media profundamente manipulada y disociada que llevó la voz cantante en Chile (los momios, les decían) y que también encabeza el supuesto “descontento popular” en Venezuela (los escuálidos, les decimos).

 

Esa base social fue fundamental para las grandes movilizaciones logradas por la derecha en 2001 y 2002, pero es obvio que por los errores e inconsecuencias del liderazgo, ese apoyo se ha venido debilitando, no en el aspecto electoral, pero sí en la presencia en las calles, tal como quedó evidenciado este sábado con la precaria asistencia a su tan promocionada marcha.

 

Si la oposición realmente quisiera reinventarse tendría que comenzar por romper su relación de dependencia mental con las oscuras fuerzas imperiales. Bastará con que renuncien a ser los ejecutores de los planes diseñados en los centros de poder mundial y ya podrán ufanarse de estar haciendo algo verdaderamente original: dejar de ser los eternos manifestantes de los cráneos vacíos. ¿Será posible?

 

(Clodovaldo Hernández/[email protected])