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Antes de entrar en materia con las lecciones políticas que arroja el triunfo de Donald Trump, hay que hacer un llamado a relajarse y tomar las cosas con calma. En las redes sociales la gente parece estar sumida en una mezcla de depresión, pánico y furia (al menos en la burbuja social a la que puedo acceder, ya que cada uno de nosotros recibe su propia versión de la realidad filtrada por los algoritmos para satisfacer nuestros propios conceptos de la realidad). Sí, el mundo parece estar transformándose negativamente y, en general, el panorama próximo no parece ser muy amable, pero hay que recordar que el estado en el que estamos es algo que se lleva gestando por mucho tiempo, al cual todos hemos contribuido y estamos contribuyendo en este momento. No se trata de un hecho aislado, radical, que nos debería de tomar por sorpresa. Acaso es hora de enfrentar la realidad del estado crítico en el que vivimos, donde existe enorme ignorancia, miedo, racismo, sexismo, clasismo, contaminación ambiental y psíquica a escala global. Esto no lo inventó Donald Trump, sólo lo canalizó, lo enfatizó, lo explotó. Sin Trump o con Trump tendríamos que enfrentarlo. Quizás para algunas personas las cosas vayan a ser más difíciles, pero justo por eso es necesario relajarse, no buscar el enfrentamiento o la polarización, no actuar desde el pánico o desde el odio, no ser víctima de emociones fuera de control que sólo alimentan estos demonios, los cuales, sin embargo, de todas maneras deben salir a la luz. Si uno va más allá del calor del momento y es sincero, se dará cuenta de que las cosas verdaderamente significativas de la vida no han cambiado entre hoy y ayer, ni cambiarán con Trump. La política es realmente muy importante y afecta las condiciones que permiten construir más fácilmente una vida feliz, pero la verdadera felicidad  –lo que los griegos llamaron eudaimonía– no se encuentra ni está sujeta a las condiciones externas de una situación política, sino que se encuentra en las condiciones internas de la mente (o el alma) de las personas y en sus relaciones íntimas con las otras personas. Lo verdaderamente significativo y trascendental es la muerte, el amor, la poesía, la luz del sol… Tal vez Trump traiga muerte (como también seguramente la hubiera traído Hillary), pero habrá que ver y también será importante distinguir nuestras propias responsabilidades y, en todo caso, saber morir (real o metafóricamente), lo cual es paradójicamente la clave de la vida y la razón de ser de la filosofía, según Sócrates. 

 

Algunas personas, en la excitación del momento, ya comparan a Trump con Napoleón y se habla de una especie de apocalipsis  o trumpocalipsis(apocalipsis, por cierto, significa revelación, el momento de crisis que revela la verdad, algo que podría ser bueno aunque doloroso); me parece que más atinado que enfocarse en el peligro de Trump (el cual por ahora es una especulación) es resaltar el peligro del estado de intranquilidad, confrontación y división que existe actualmente entre las personas. La frase popular, utilizada famosamente por Franklin D. Roosevelt, «no hay nada a que temer más que al miedo mismo», me parece nunca más acertada que hoy en el frenesí mediático post-electoral. Luego habrá que ver si Trump bombardea a los países con poblaciones musulmanas o construye su muro y demás (y si realmente tiene tanto poder dentro de un sistema que se autorregula), y, en su momento, intentar generar la máxima contención de la que es capaz la sociedad civil (y habrá que ver que tanto poder tiene). Pero por el momento no parece ser muy inteligente empaparse de la desgracia y nadar en la frustración y empezar a imaginar todos los nefastos escenarios que están por venir. Me parece que estos estados emocionales de temor, irritación, rencor e insulto generalizado (se dice en mi burbuja social que todos los estadounidenses son ignorantes, white trash, zombies, retrógrados, etc…) tienen aún más poder de influir en la vida de las personas que las cosas que hacen los políticos, son, de hecho, lo que hace posible a políticos como Trump, por lo cual esto es algo que merece reflexión.

 
El llamado a la calma, sin embargo, no significa que no podemos prepararnos y empezar a hacer que las cosas no sean tan terribles como se presagia. Las personas deberán enfrentar la decisión de hacer una cómoda retirada a sus propias realidades, escapando de un mundo que no les gusta porque no reafirma sus creencias, en lo que Adam Curtis ha llamado el hiperindividualismo, la característica esencial de nuestra era. O intentar construir relaciones significativas, incluyendo respetuosamente a las personas que, en la polarización actual, consideran ignorantes, fanáticas e inferiores…  No hay duda de que se viene una crisis global (Paul Krugman en el New York Times lo ha recalcado), pero incluso si no hubiera ganado Trump se vendría una crisis global económica, climática e incluso psicoemocional (por el estrés al que estamos sometidos al vivir en una sociedad sobrestimulada por los medios y la tecnología en general). Trump será sólo el detonador más explícito de esto y en ese sentido pues existe algo relativamente positivo, si uno es de esas personas que prefieren tomar al toro por los cuernos, ya que será más rápido y más fácil ver que estamos de hecho sumidos en una profunda crisis existencial como humanidad –de otra forma es posible que pudiéramos seguir engañándonos y escapando en nuestras burbujas de entretenimiento, consumo, hedonismo, autoafirmación de que el mundo es como queremos y demás). Otra frase común que nunca me ha gustado repetir, pero parece apropiada: todos somos Donald Trump y es hora de aceptar esto, puesto que quien cree que él no es Donald Trump o que no tiene nada que ver con lo que está sucediendo o con el grupo de personas que lo eligió va a sufrir mucho, eventualmente. Es probable que estemos pasando una era oscura, lo que los antiguos filósofos de la India llamaron el kali-yuga y lo que hoy se evidencia por el cambio climático, que es el termómetro más objetivo para medir nuestros actos y su influencia sobre la faz del planeta, y estamos todos en el mismo barco. Como dijo Marshall McLuhan, «en la nave tierra nadie es pasajero, todos somos tripulación». 

 

Divide y vencerás

 

Esta es la vieja máxima del poder conquistador que Trump hizo real de nuevo.

 

Trump resaltó las diferencias y exaltó los miedos tejiendo una narrativa en la que los otros eran los culpables y por lo tanto debían de hacerse a un lado (con un muro, con una bomba o lo que sea). Esto es especialmente efectivo en una sociedad individualista donde la gente obtiene su identidad de lo que no es. El individuo moderno se autoafirma al desmarcarse de las innumerables etiquetas que la sociedad le coloca encima: yo no soy un sucio mexicano, yo no tengo la piel oscura como uno de esos terroristas, yo no soy un millonario de Wall Street que no paga impuestos, no me gusta esa música, no me gusta esa actitud, etc…

 

Los investigadores Ambramowitz y Webster han notado que el cambio más significativo que ha ocurrido en el paisaje electoral de Estados Unidos en este siglo es el incremento de la percepción negativa de los otros, no tanto de empatizar con los suyos sino de no empatizar con los otros y ejercer una falta de empatía de manera activa. Esto ha dado pie al surgimiento de un nuevo nacionalismo (donde cada persona tiene una visión excluyente de su nación). «Usando data de los Estudios Electorales Nacionales, demostramos cómo las identidades partidistas se han alineado cada vez más con las divisiones ideológicas, sociales y culturales dentro de la sociedad estadounidense», dicen los autores. Esto coloca a la sociedad en un estado de hiperpolarización en la que las preferencias electorales no son definidas tanto por las ideología sino por los afectos. Como dice el investigador Alexander George Theodoridis, «los que están del otro lado ya no sólo están en desacuerdo sobre los asuntos, son personas malas con ideas peligrosas».

 

Dividir estratégicamente, alimentando los prejuicios que dividen a las personas, puede ser una estrategia muy oportuna para ganar una elección, pero gobernar un país dividido en el que se ha hecho surgir a la superficie todo el odio enterrado no es tan fácil. 

 

Esta es una lección que debemos de aprender, pero no para ponerla en práctica sino para no ser víctima de los políticos y estrategas que la implementan sobre nosotros. 

 

Como antídoto a esto, me parece relevante reconocer la diferencia, como sugiere Charles Eisenstein: «Lo que sí sé es que la vasta mayoría de las personas ordinarias no son las caricaturas humanas que la retórica política nos ha hecho pensar. Tienen una experiencia de vida, una historia, una convergencia de circunstancias que las han llevado a tener estas opiniones. Justo como tú». 

 

La gente está cansada de los políticos

 

Podría ser paradójico para una persona que ve a Trump desde fuera, pero Trump ganó en gran medida por haber encarnado al líder que se enfrenta a las instituciones corruptas y que tiene el valor de decir las cosas como realmente son, saliéndose de la caja anquilosada en la que se mueven todos los políticos. Una de sus frases más memorables fue que iba a «drenar los pantanos de Washington D.C.». Es por esto que no importó mucho que fuera un «villano» en la trama, que él como persona tuviera características deleznables, lo que importaba era que se presentaba como alguien capaz de enfrentar al sistema de la clase política y financiera que, independientemente de qué político llega y de qué partido provenga, siempre permanece. Trump creó la ilusión de que él era realmente un outsider del sistema, digo ilusión porque Trump evidentemente es parte del sistema neoliberal y de la industria del entretenimiento que es parte esencial del poder y del manejo de percepción que domina al mundo… Ilusión porque muchos votantes creen que el sistema está basado en los políticos que dan la cara, pero que en realidad son sólo la fachada de un poder financiero y, cada vez más, informático que no tiene cara, que no es humano y al cual los políticos poco amenazan. 

 

Trump no es verdaderamente antisistema, es sólo antiminorías y su discurso antipolítico probablemente será anulado o al menos esterilizado una vez que él mismo entré a la clase política, de la misma manera que el discurso de Obama (quien también creó la ilusión de que era antisistema para ganar) en contra de Wall Street y la mafia financiera fue anulado inmediatamente cuando tomó el poder. El neoliberalismo, el big data (la predicción de comportamientos) y los instrumentos digitales financieros son demasiado complejos y están demasiado integrados al mundo para que puedan ser amenazados seriamente. Los que creen que Trump realmente va a ayudar a cambiar las cosas, me parece, que se verán decepcionados, lo que si puede hacer es ayudar a acelerar el caos y la destrucción que está en marcha (la guerra y las invasiones son, lamentablemente parte del sistema). Lo anterior eventualmente sí puede hacer que cambie el sistema, pero sólo después de su propia autodestrucción. Sería ideal, por supuesto, poder evitar algo así, pero hoy en día nadie parece ser capaz de imaginar una realidad distinta. Como dice Adam Curtis:

 

La única forma en la que vamos a salir de esto es si creamos una visión de un futuro alternativo que es tan inspirador y atractivo –y más justo– que las personas puedan salirse de sus cabezas y decir: sí, eso quiero. Pero la triste realidad es que nadie tiene ninguna visión como esa actualmente. La izquierda ha fracasado rotundamente en los albores de la crisis económica.

 

Se ha dicho que la guerra es una derrota de la imaginación política, y esto mismo puede aplicarse al estado de división y crisis política ecológica en el que vivimos. 

 

Asimismo, resulta evidente que el grueso de la gente está cansado de las élites que controlan el dinero –el llamado 1% sobre el cual se abalanzó el movimiento Occupy. Y esto es algo que la derecha empieza a capitalizar mejor que la izquierda, la cual naturalmente sería la llamada a hacerlo. Esto fue claramente advertido por Trump quien lo mismo hacía uso de un discurso casi idéntico al de Occupy Wall Street que uno neofascista (Adam Curtis sugiere que en esto coincide con las estrategias de manejo de percepción del equipo de Vladimir Putin); ambos pueden parecer irreconciliables pero tienen el común denominador de que  galvanizan a grupos radicales, especialmente a todos aquellos que ven el mundo como una teoría de conspiración, sean conservadores o liberales. Esto quedó claro también en la popularidad de Bernie Sanders, quien se benefició también de este discurso en su momento, si bien el suyo con un poco más de coherencia y profundidad que el de Trump. Aunque la visión de mundo de Trump es una visión extremista, llena de simplificaciones de la realidad en polos que se oponen, al menos su visión (aunque fuera alimentada por la fantasía) ofrecía una alternativa a la inmovilidad del establishment, y esto es lo que la hizo atractiva.

 

Un addendum. Podemos ampliar también esto al periodismo. La gente está cansada de los políticos y tampoco cree ya tanto en los diarios, los cuales se sabe que defienden ciertos intereses o, dentro de la hiperpolarización, son vistos como enemigos de la versión propia de la realidad. En Estados Unidos se organizó lo que ha sido llamada una cruzada del cuarto poder que incluyó a los medios más prestigiosos (como el New York Times) para oponerse a la amenaza irracional de Trump. No tuvieron grandes resultados, en parte porque la gente consume información desde su burbuja de filtro (algoritmos que reafirman sus posturas), pero también es evidente que se sobrestima el poder del periodismo, especialmente en una era donde las redes sociales son los medios más importantes.

 

Mientras que el periodismo revelaba actos de corrupción, racismo, sexismo y demás, la popularidad de Trump seguía subiendo, porque las personas dejaron de creer en los medios (cada uno desde su torre de marfil de la realidad). «Si alguien como Trump viene y dice mentiras todo el tiempo y un periodista muestra que está mintiendo y a nadie le importa y su popularidad sigue subiendo, yo diría que el periodismo ha perdido su principal fundamento», dice Adam Curtis. Y sugiere que Trump ha mostrado a los periodistas que su función ya no es la que creen: revelar la verdad, mostrar la realidad. El periodismo también queda en una crisis de identidad, víctima del poder de la tecnología social. Como señala Katharine Viner, editora de The Guardian, las redes sociales y sus algoritmos, ante los cuales están supeditados los sitios de noticias, han creado «una era en la que cada quien tiene sus propia versión de los hechos». Como los medios le hablan  a audiencias que ya de entrada piensan como ellos y sólo buscan obtener más likes y clics de estas personas, entonces la información se diseña para satisfacer los criterios de lo que ya  le parece atractivo el público («todos los hechos se parecen a lo que sientes que es verdad») y no rompe la burbuja, no desafía las ideologías y no tiene el poder  de cambiar verdaderamente la opinión. Com dijo Arron Banks, uno de los principales fondeadores de la campaña para salirse de la Unión Europea en Gran Bretaña. «Los hechos no funcionan. La campaña para permanecer destacó hechos, hechos, hechos. Simplemente no funciona. Tienes que conectar con las personas emocionalmente. Este es el éxito de Trump».

 

La conexión emocional es más importante que la razón

 

Neurocientíficos han estudiado la forma en la que tomamos decisiones y han notado que estas son dominadas por las emociones (incluso existe una rama de aplicación de esto llamada neuromarketing). Aunque nos gusta vernos sobre todo como animales racionales, somos más emocionales que racionales. Esto se acentúa aún más cuando las cosas se polarizan y nos hacen creer que una decisión política tiene un carácter primordial, como si estuviéramos defendiendo a nuestra tribu y fuera cuestión de supervivencia.

 

Una de las importantes diferencias que han notado varios analistas políticos entre Hillary y Trump es la capacidad de Trump de conectar con las personas a nivel emocional. Trump siendo un empresario exitoso con mucha experiencia en el manejo (y uno podría decir hasta manipulación) de las personas logró conectar a un nivel humano primario, lo cual puede estudiarse en el amplio rango de expresividad facial que maneja. Hillary, por otro lado, era percibida de manera muy fría e inexpresiva, como un político ligado al establishment que lo único que quería era preservar el statu quo. Aunque según los expertos que analizaron los debates, Trump dijo más mentiras que Hillary, su lenguaje corporal, su confianza y los aspectos frontales de su personalidad y demás dan la impresión de que es una persona más sincera.

 

El Internet ayuda a tomar partidos

 

Donald Trump entendió mejor la ecología mediática actual, dominada por las redes sociales. Un mundo en el que decir cosas soeces y provocativas y tener un ego enorme no te hace perder seguidores, sino al contrario aumenta tu alcance y tu penetración. Trump también parece haber tomado de su experiencia en los reality shows, en los que el villano es siempre la estrella, el que genera más morbo y genera una identificación, aunque sea negativa, pero crea un vínculo emocional. 

 

En su lúcido análisis de la nueva ecología mediática que ha hecho surgir un nuevo nacionalismo, Douglas Rushkoff mantiene que Internet «se ha convertido en un bucle [loop] de retroalimentación que se auto-refuerza, cada elección que hacemos es cuidadosamente notada e integrada por los algoritmos que personalizan nuestros feeds de noticias, así aislándonos cada vez más en nuestras burbujas de filtro ideológicas. Ninguno de los miles de personas que aparecen en mi feed de Twitter apoyaron a Trump o al Brexit. Para aquellos que si lo hicieron, estoy seguro que lo contrario es verdad». Esto hace que el Internet nos ayude a tomar partidos, por definición aislándonos en un rincón del espectro y reforzando nuestra visión polar de la realidad. Esto también explica, entre otras cosas, porque para muchos el triunfo de Trump parecía imposible o ridículo: todo el contenido que veían en sus feeds reafirmaba su propia noción.

 

Rushkoff enfatiza que los medios digitales tienen la tendencia a distinguir y dividir, mientras que medios más calidos como la TV tenían la característica de disolver fronteras y amalgamar a las masas en nociones colectivas. Los candidatos convencían a las personas con su capacidad telegénica, como Reagan, prometiendo la unidad que se percibía al compartir ese mismo momento, una realidad común. La TV era un medio continuo, como una ola uniforme, ahora vivimos en discretos paquetes de información:

 

El máximo candidato digi-génico, Donald Trump, exige que construyamos un muro para protegernos de los mexicanos. Esto es porque el sesgo principal del ambiente digital mediático es la distinción. Medios análogos como la radio y la televisión eran continuos, como el sonido de un vinilo. Los medios digitales, por contraste, están hechos de muestras [samples] digitales. Asimismo, las redes digitales descomponen los mensajes en pequeños paquetes, y los rearman del otro lado. Los programas informáticos se reducen a una serie de 1s y 0s, o prendido y apagado. 

 

Esta lógica se traslada a las plataformas y las aplicaciones que usamos. Todo es una elección –desde el tamaño de fuente hasta el lugar del «snap to» grid. Tiene 12 o 13 puntos, está posicionado aquí y no allá. Enviáste el email o no. No existen intermedios.

 

Así que no debe sorprendernos que una sociedad que corre en estas plataformas tienda hacia algo similar a estas formulaciones discretas. ¿Me gusta o no me gusta? ¿Blanco o negro? Rico o pobre? ¿De acuerdo o en desacuerdo?

 

La dicotomía, la visión dualista, el reduccionismo y el enfrentamiento entre opuestos está programado en el sistema operativo de nuestra tecnología. Y, recuerda el axioma, programa o serás programado. 

 

No se puede confiar en las encuestas

 

Algo que resulta cada vez más claro es que las encuestas han perdido su capacidad de predecir resultados. Brexit, el plebiscito de la paz en Colombia, y el triunfo de Trump demuestran que hay variables que no están apareciendo en las encuestas. En el caso de Trump varios analistas habían advertido que muchas personas ocultaban su preferencia por Trump, quizás porque no era políticamente correcto. Por otro lado es posible que los mismos encuestadores ya también estén trastocados por la burbuja del filtro y sean incapaces de encontrar un universo representativo, aislados en su propias fortalezas de datos que refuerzan sus propias versiones de la realidad. En este caso los encuestadores parecen haber asumido que los demócratas registrados que estaban votando antes o que decían que iban a votar votarían por Clinton, pero no tomaron en cuenta que Trump en muchos asuntos económicos hizo una campaña más a la izquierda que Clinton, apelando a aquellos electores de una mentalidad liberal cansados de la retórica oficial. 

 

El enojo moviliza

 

Una de las conclusiones más lamentables de esta elección es que muestra que el enojo rinde frutos. Más que el voto del miedo, que ciertamente hubo algo de ello, el voto de Trump fue el voto del enojo y del odio que genera éste. Lamentablemente vivimos en una sociedad que vive bajo enorme estrés, que no controla cabalmente su propia mente y por lo tanto es sumamente vulnerable a emociones negativas. Y, como venimos diciendo, es más fácil y más efectivo excitar las emociones existentes que realizar un proceso de convencimiento basado en hechos y en razonamientos. Trump encarnó el arquetipo del enojo que las personas ya albergaban en su psique –el enojo en contra de la clase política y las instituciones financieras. Algo que puede ser una curiosidad o no, en su libro How to get Rich, Trump habla de cómo aprendió de Jung el concepto de persona (o máscara), con el cual uno usa una máscara o una personalidad artificial para relacionarse con el público. Lo que para los detractores de Trump parecía un signo de su inestabilidad, haya sido o no controlado y utilizado como parte de un efecto dramático, le rindió dividendos. Las personas cansadas de la misma retórica necesitaban ver a alguien que demostrará con energía, de manera incluso física, que estaba, como ellos, enfadado y cansado de las estructuras del poder. En esto podríamos incluso encontrar un efecto de neuronas espejo, empatía a través del enojo.

 

Muchos estadounidenses, como señala Chris Hedges, votaron por su derecho a odiar: 

 

Quieren libertad para tener enemigos, asaltar físicamente a los musulmanes, a los indocumentados, a los afroamericanos, a los homosexuales y a cualquiera que se atreve a criticar su criptofascismo…Quieren libertad para ridiculizar y desestimar a los intelectuales, a las ideas, a la ciencia y a la cultura. Y quieren libertad de regodearse en la hipermasculinidad, el racismo, el sexismo y el patriarcado blanco. Estos son sentimiento básicos del fascismo. Estos sentimientos son engendrados por el colapso del estado liberal. 

 

Queda por ver hasta qué punto el temperamento a veces tiránico y explosivo de Trump es parte de su personaje o es parte de su naturaleza esencial. Este será, en dado caso, el gran riesgo que enfrenta la comunidad internacional. Si Trump realmente tiene una mecha corta de corte destructivo y es un fanático peligroso, se pondrán a prueba los mecanismos globales de regulación y balance del poder que supuestamente sirven como controles para evitar que la voluntad de una sola persona pueda tener efectos globales irreversibles. O, si esto fue sólo parte de su personaje, de lo que era necesario para ganar, se asimilará al sistema como el nuevo bufón –un payaso del horror, según medios alemanes– de un rey al cual no se le puede cortar la cabeza, porque está en todas partes, se ha convertido en el ambiente mismo, en el sistema operativo en el que nos movemos.

 

La verdad ya no importa

 

En un mundo hiperindividualistas, en donde las personas viven en burbujas que filtran para ellos todo lo que no les gusta, la realidad como un entorno colectivo objetivo ya no existe (si es que algunas vez existió). Lo importante en este entorno mediático es sólo ser capaz de alcanzar a las personas y reforzar lo que ya creen; reforzar lo que les gusta pero reforzar también lo que ya odian. Esto es algo que analiza magistralmente Adam Curtis en su documental HyperNormalisation, un profundo estudio sobre cómo el mundo se ha vuelto demasiado complejo y, en su esfuerzo por mantener el poder, los políticos han creado una serie de narrativas –cosas como buenos o malos, terroristas y no terroristas, etc.– con las que se crea la ilusión de que el mundo es simple y se tiene el control. 

 

Asimismo, como hemos analizado aquí, Trump, quien incurrió en numerosas mentiras en la campaña, ha demostrado que la verdad es lo de menos en una competencia política en la que las cosas se vuelven completamente viscerales. Regresamos al principio de este artículo, en aguas agitadas, en mentes estresadas y perturbadas la verdad no puede ser aprehendida y por lo tanto deja de influir. No es posible ver la realidad en un ataque de enojo, miedo, paranoia y demás: uno ve el miedo, el enojo, etc. Sólo es posible acceder a la realidad en calma, de la misma manera que el agua sólo refleja una imagen nítida de la luna cuando está quieta. 

 

Trump, cuyo triunfo parecía imposible y cuya propuesta de candidatura en un principio se creía que era una broma –un sketch de Saturday Night Live que se creyó real, una caricatura de Los Simpsons que se salió de la pantalla– una farsa, una ficción, una candidatura-simulacro, ha probado que las fronteras entre lo real y lo irreal o entre la política y el espectáculo, no están realmente definidas (nunca lo han estado, pero hasta ahora se vuelve patente). Un triunfo de Hillary, sin emabargo, no hubiera cambiado esto, acaso habría alargado –para los que la apoyaron– la ignorancia de no reconocer la ilusión como realidad sociopolítica. 

 

Curiosa coincidencia, mientras en Alemania los medios hablan de Trump como de un payaso del horror y juegan con la idea de que será una especie de emisario del apocalipsis, en México se utiliza la misma imagen con un contexto de humor vernáculo ya nos cargó el payaso dice un tabloide de la Ciudad de México, una expresión popular que hace referencia a la muerte. Asimismo, la comparación entre Trump y un payaso ha sido un tema recurrente en las elecciones. El payaso toma del arquetipo del trickster, una figura histriónica engañosa que lo mismo provoca lagrimas que risa y la cual se mueve cómodamente entre vida y la muerte, entre la irrealidad y la realidad y así cuestiona la naturaleza supuestamente fija y sólida de la realidad, tiene la característica de transformar y se presenta como una fuerza de la destrucción del sistema establecido. Un ejemplo de esto es el guasón de Heath Ledger, emisario del caos y la muerte, una ficción –la de Ledger, quien murió después de ese papel– que difumina la línea que la separa de la realidad. Aquí se podrían hacer una serie de interpretaciones desde la noción jugiana de los símbolo de transformación o incluso desde lo que algunos bloggers seguidores de Jung llaman sincromisticismo, una versión de la sincronicidad jungiana cargada de misticismo y paranoia. La imagen de un payaso apocalípitico que viene trastabillándose a llevar al mundo hacia el abismo no debe tomarse literalmente, por supuesto, es sólo un símbolo más o menos apropiado de tantos otros que podríamos encontrar, el cual sólo tiene la particularidad de encontrar una particular resonancia en la prensa sensacionalista. Las cosas parecen tomar cada vez más el cariz de una payasada, una oscilación entre el horror y la comedia situacional, que ojalá también signifique la cercanía de la catarsis, ya sea a través de la pálida o de la risa.

 

Por último, añadiendo a este tema, en mi burbuja digital me encontré esta frase de Michael Ende, la cual, aunque no estoy muy seguro, creo que puede que tenga mucho sentido en un futuro. El triunfo de Trump coloca al mundo en una región irreal, en una región que sólo parecía posible en la fantasía (e incluso en el delirio o, sobre todo, en las pesadillas) especialmente porque todos vivimos protegidos de las realidades que no nos gustan. Pero:

 

Para encontrar la realidad hay que hacer lo mismo: darle la espalda y pasar por lo fantástico. Ése es el recorrido que lleva a cabo el héroe de La historia interminable. Para descubrirse a sí mismo, Bastián debe primero abandonar el mundo real (donde nada tiene sentido) y penetrar en el país de lo fantástico, en el que, por el contrario, todo está cargado de significado.

 

Con esto no quiero sugerir que escapemos del mundo en un subterfugio hacia lo fantástico, sino que reconozcamos que ya existimos dentro de lo fantástico, en el maya de los hinduistas, en un mundo que surge de nuestras más profundas proyecciones, que aprendamos a movernos en este plano sin tomarlo tan en serio (puesto que es como un sueño) y desde esta conciencia de la irrealidad en la que vivimos encontremos el significado y construyamos una realidad basada en el significado, a partir de eliminar todo lo que no es verdaderamente esencial para el desarrollo del ser humano y apuntalada en el poder de la imaginación. La búsqueda de la realidad nos hace pasar por lo fantástico como una vía de aprendizaje, por la crisis que pone en entredicho lo real y la cual es necesaria para erigir nuevas estructuras (aunque sea a partir de las ruinas de las viejas). De la misma manera que la enfermedad puede servirnos para encontrar la verdadera salud, se puede usar la ilusión para encontrar la realidad.

 

(pijamasurf.com)