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¿De verdad a ese avión lo estrelló el copiloto?.- Tengo unos amigos conspiranoicos, Cristina y Richard, a quienes aprecio mucho. A Cristina González la aprecio por ser una de mis maestras en el periodismo, no en las aulas, sino en esos peliagudos caminos del oficio; y a Richard Ezequiel Peñalver, por haber sido uno de mis mejores estudiantes, en la Universidad Bolivariana de Venezuela.

 

Con ellos suele sucederme algo significativo: cuando oigo el programa que ambos moderan (bueno, Cristina no lo modera, más bien lo agita) en Radio Nacional (miércoles 1 pm, Las calderas del miedo, canal Clásico), suelo pensar que se fumaron una lumpia. Tiempo después, en ocasiones, meses, pero otras veces solo semanas, días u horas, comienzo a darles la razón. “¡Coño, Cristina y Richard como que estaban en lo cierto!”, digo.

 

Esta semana pre-Santa me ocurrió de nuevo. El miércoles, Cristina y Richard lanzaron la tesis de que el trágico fin del vuelo de Germanwings, estrellado en los Alpes franceses, pudo haber sido consecuencia de los ensayos que Estados Unidos y la OTAN están realizando con armas de tecnología láser que, según lo poco que se sabe, son capaces de inutilizar radares, brújulas, GPS y demás equipos imprescindibles para la navegación aérea.

 

Al oírlos pensé que era una hipótesis válida, entre muchas otras, pero me pareció un poco especulativo decir algo así, sin saber nada sobre la catástrofe, más allá de lo que habían informado los medios.

 

Sin embargo, pocas horas más tarde ya andaba dándoles a los conspiranoicos el beneficio de la duda. El comportamiento de los gobernantes europeos Mariano Rajoy, Francois Hollande y Ángela Merkel (a quien Cristina, inmoderada ella, llama “la Merdel”) me resultó extraño. Cierto es que cada uno de esos países tenía que ver con el malogrado vuelo, pero las reacciones de sus mandamases parecieron algo sobreactuadas. Incluso, se presentaron en la zona del siniestro, algo que no suelen hacer los jefes de Estado, ni siquiera por separado. Y mucho menos cuando ese sitio del estrellamiento se encuentra, para decirlo coloquialmente, donde el diablo perdió los calzoncillos.

 

Pero la hipótesis ventilada por González y Peñalver creció aun más en mi mente al seguir el truculento rumbo que ha tomado el caso a partir del segundo o tercer día, de acuerdo al cual el avión fue estrellado intencionalmente por el copiloto, quien, según lo que se ha revelado hasta ahora, debió haber estado en un pabellón de pacientes psiquiátricos graves, en lugar de ante los mandos de un Airbus. La historia, con todos sus detalles insólitos, resulta altamente sospechosa de ser una mampara, destinada a acabar velozmente con otras posibles hipótesis, entre ellas la expuesta por quienes aplican la máxima “piensa mal y acertarás”.

 

La posibilidad de que el avión, con sus 150 ocupantes, se haya estrellado por culpa de las armas que presuntamente están probando EE.UU. y sus aliados-subalternos de la OTAN, es mucho más escalofriante que el asunto de un enfermo mental con traje de piloto. Las informaciones sobre ese tipo de armas vienen circulando desde hace ya varios años, pero los datos sobre los “avances” en esa tecnología tipo Guerra de Galaxias se han intensificado en los meses recientes. Y esa es apenas una de las muchas áreas de “desarrollo” que muestra el complejo industrial-militar en el contexto de lo que sin duda ya puede considerarse una secuela de la Guerra Fría, en cuyo otro bando ahora no participa la Unión Soviética, sino Rusia y China, una Guerra Fría que ya no es entre el capitalismo y el comunismo, sino entre capitalismo y capitalismo.

 

En la panoplia de nuevas y temibles armas que los rivales de esta confrontación global se están mostrando hay también misiles hipersónicos, bombas antibunker, submarinos nucleares que pueden quedarse bajo el agua durante años, armas que se disparan desde el fondo del océano o desde el espacio sideral y bombas termobáricas, destinadas a destruir los órganos de las personas mediante aumento focalizado de la temperatura o la presión. Estas últimas, por cierto, han sido “probadas” (valga el macabro sentido del verbo en este caso) en las despiadadas operaciones militares israelíes contra Palestina.

 

Al momento de escribir este texto (sábado en la tarde), uno de los investigadores franceses ha dicho que la pista del copiloto deprimido es una de las opciones, pero no la única. Ya veremos si el caso avanza hacia esas otras posibilidades o si se queda en la historia difundida hasta ahora, que ya debe tener en preparación su libro, su reportaje de National Geographic y su película. Por lo pronto, los invito a oír a Cristina y a Richard para tratar de entender cómo es que hierven las calderas del miedo.

 

(Por Clodovaldo Hernández / [email protected])