En geopolítica, más allá de cualquier aspiración idealista o libertaria de un mundo sin fronteras que cualquiera pueda tener, o, incluso, más allá del desconocimiento, los límites territoriales siguen existiendo y tanto los Estados como las organizaciones supranacionales deben respetarlos. En el actual contexto político y militar global, se aprecia que si los organismos creados para garantizar la armonía entre Estados no hacen su trabajo (ONU), potencias emergentes como Rusia si están dispuestos a remarcar y recordar los límites necesarios para intentar recuperar o preservar algo de la paz concertada tras la II Guerra Mundial.
A tres meses del conflicto entre la OTAN y Rusia con Ucrania como manzana de la discordia, el mundo ha podido constatar que la amenaza del auge del nazismo es real y no se circunscribe a un solo territorio, pero además, la operación de desnazificación de Ucrania (como intituló Rusia su operación militar), fue catalizada por una intención manifiesta de la OTAN de expandirse, y Rusia se cansó de fingir que no lo notaba o de desgastarse en palabras sensatas ante los oídos sordos de la comunidad internacional.
En este capítulo de Entre Líneas la investigadora y comunicadora Naile Manjarrés hace un ejercicio de delimitación de los dominios legales de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y también señala cómo y por qué no están dispuestos a respetarlos ni ante Rusia, ni ante China.
Límites tan claros como violentados
Cuando se disolvió la Unión Soviética, EEUU prometió a su último jefe de Estado, Mijaíl Gorbachov, que la OTAN no se movería “una pulgada” más allá en el este. El entonces presidente de EEUU, Bill Clinton, y la OTAN rompieron rápidamente esta promesa absorbiendo a más de una docena de estados exsoviéticos. Al respecto, Gorbachov dijo: “los estadounidenses no han cumplido y a los alemanes les da igual. Quizá incluso se han frotado las manos por cuán bien se ha timado a los rusos”.
Cuando la OTAN cumplió 50 años, en 1999, celebró bombardeando a Yugoslavia, violando flagrantemente la carta de Naciones Unidas y su propio documento fundacional, en el que se hablaba de una fe de los miembros en “resolver cualquier disputa internacional por medios pacíficos”.
En paralelo, botaban la casa por la ventana, con su primera expansión absorbiendo a antiguos enemigos del Pacto de Varsovia: República Checa, Hungría y Polonia.
Según datos de Global Research, la OTAN desde entonces entrena funcionarios en academias militares ubicadas en países miembros y no miembros y dice que lucha contra la opresión, el conflicto étnico y la proliferación de armas de destrucción masiva, pero en 2003 ya era la protagonista en la invasión y expoliación de Afganistán cargada de violaciones al Derecho Internacional Humanitario y de crímenes de lesa humanidad por los que no pagará ninguno de sus antiguos y actuales directivos que asistirán a la cumbre de la alianza en Madrid a finales de junio.
El peligro del expansionismo
Desde 1999 el dueño de la OTAN, EEUU, ha triplicado su presupuesto militar y aumentado su venta de armas al exterior; ha presionado aún más a favor de operaciones militares aéreas; no ratificó el Tratado para la Prohibición Total de Pruebas (nucleares) y rechaza tanto el Tratado de Minas de Tierra como el acuerdo de las Naciones Unidas para frenar el tráfico internacional de armas pequeñas ilícitas. Sobre este último punto quienes padecen más las consecuencias son sus propios ciudadanos cada vez que se detona una nueva masacre en una escuela estadounidense como vimos recientemente en Texas.
A la OTAN sólo le entusiasma la idea de la no-proliferación de armas y habla de límites cuando tiene que ver con el desarrollo nuclear de Irán.
(LaIguana.TV)