lunes, 21 / 04 / 2025
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“Las categorías del imperialismo occidental no funcionan para China”: Ramón Grosfoguel

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Con base en la pregunta generadora: «China y Taiwán: ¿la próxima guerra?», el sociólogo portorriqueño Ramón Grosfoguel, especialista en pensamiento descolonial adscrito a la Universidad de Berkeley en California (EEUU), ofreció una clase magistral sobre el rol de China en mundo, que atraviesa por una crisis civilizatoria sin precedentes, azuzada por los poderes del gran capital trasnacional en pos de su propia supervivencia.

China no es un país socialista

Para comenzar su disertación, el especialista ofreció extenso recorrido histórico para caracterizar a China en tanto superpotencia global, fundamentado en tres premisas: 1) China no es un país socialista sino un país capitalista, 2) Para analizar a China, es necesario abandonar cualquier noción maniquea que la reduzca al rol de «Dios» o «El Diablo» y, 3) las categorías que se usan para entender a los imperialismos occidentales no son útiles para entender a China. Es un fenómeno mucho más complejo como superpotencia capitalista.

En ese orden detalló que en el siglo XIX, las potencias occidentales, con el Imperio Británico a la cabeza, se dieron a la tarea de intervenir militarmente en China con las llamadas Guerras del Opio y relegarla al papel de protectorado empobrecido, no sin antes robar su tecnología, que a la postre resultó fundamental para el desarrollo de la Revolución Industrial, proceso en que las naciones europeas se han llevado todos los créditos.

Grosfoguel señaló que, en rigor, se trata del calco de lo que se hizo en el siglo previo con India, a la que también se le despojó de su tecnología textil –luego transplantada a las urbes inglesas– y se la redujo a un país empobrecido exportador de materias primas, pues las dos naciones fueron los primeros países industrializados del planeta.

Sin embargo, por casi 100 años, China intentó zafarse del yugo colonial y solo lo consiguió en 1949, cuando las fuerzas populares y antiimperialistas comandadas por Mao Zedong vencieron a los nacionalistas aliados con la clase terrateniente –funcional al poder colonial occidental– agrupadas en el Kuomintang, que tras su derrota huyeron a Taiwán y declararon la República de China, con el respaldo de Estados Unidos y sus aliados occidentales.

Así las cosas, la isla –que históricamente formó parte de China–, devino en un recurso para aislar diplomática y comercialmente a la China continental, que entretanto, disponía de escasas rutas comerciales y de pocos aliados, una situación que empeoró tras la ruptura sino-soviética de 1969.

En este momento, comentó, el imperialismo estadounidense en las personas de Richard Nixon y Henry Kissinger aprovechó el distanciamiento entre los dos países –que juntos eran una amenaza mucho más seria de lo que ya lo eran por separado– para promover el acercamiento entre Washington y Beijing en posición de privilegio, lo que se concretó en 1972 y se afianzó definitivamente tras la muerte de Mao, en 1976.

El sociólogo relató que el deceso del líder histórico derivó en un cruento golpe de Estado liderado por Deng Xiaoping y otros altos cargos del Partido Comunista Chino, que bajo el amparo de la Casa Blanca, iniciaron una restauración capitalista sustentada en inversiones extranjeras y transferencia tecnológica de punta, de cara a frenar a la Unión Soviética, a la que ambas naciones asumían como el enemigo real.

En la práctica, explicó, los chinos usaron hábilmente las ventajas que les ofrecía Washington y cinco décadas más tarde, son los líderes indiscutibles de una cantidad no despreciable de áreas y han sacado varios cuerpos de ventaja sus mentores.

Las maquilas que impuso de facto la restauración capitalista basada en empresas mixtas donde el Estado comparte la ganancia y la propiedad con particulares, vino aparejada con una privatización masiva de la tierra, lo que trajo como consecuencia un proceso masivo de desplazamiento de campesinos, que quedaron relegados a ser mano de obra barata en las ciudades.

Asimismo, en paralelo, China logró mantener su soberanía política y financiera de Occidente, lo que a la postre le permitió competir e incluso superar a sus pares occidentales.

¿Existe el imperialismo chino?

De otro lado, Grosfoguel subrayó que el capitalismo chino no tiene aspiraciones imperiales. En contraste con los imperialismos occidentales, los chinos no tienen un proyecto universalista de dominación mundial; no les interesa la dominación cultural sino establecer lazos comerciales a largo plazo sin recurrir a expolios ni a injerencias.

A su parecer, esta clase de tácticas le han resultado particularmente eficaces a Beijing en países saqueados y empobrecidos por el imperialismo estadounidense, sus aliados europeos, el Fondo Monetario Internacional o todos a la vez.

En sus dichos, el esquema es simple: China acude a países que poseen mercancías estratégicas, amarra contratos a varios años a un precio competitivo y entrega el dinero de una vez, sin intereses y sin entrometerse en asuntos internos o imponer condiciones.

Asimismo, China no va con su ejército –el más numeroso del mundo– invadiendo países y propiciando cambios de régimen. Antes bien, cuando la OTAN ha intervenido militarmente en esas naciones, no ha respondido en reciprocidad, sino que ha esperado el tiempo propicio para volver con ofertas comerciales que resultan muy difíciles de rechazar.

Sus desarrollos de infraestructura –particularmente en África– los han fabricado trabajadores chinos sobreexplotados en condiciones prácticamente esclavas, que se rigen por la legislación de Beijing, lo que le ha ahorrado conflictos con las poblaciones locales, al tiempo que las economías locales crecen.

Con base en este balance, el pensador descolonial asevera que la palabra «imperialismo» no sirve para dar cuenta de esta extensa caracterización, que es propia de las potencias occidentales, por lo que acaso la única conclusión posible es que China es un país capitalista, pero no uno imperialista, al menos en el sentido clásico del término.

China juega un rol estelar en la conformación de un nuevo orden geopolítico internacional en diversos ámbitos, pero en especial en el financiero, visto el tamaño de su economía y el reimpulso que le ha dado al bloque BRICS, en el que la acompañan Rusia, Brasil, India y Sudáfrica.

De esta manera, si se tiene un bloque tan poderoso con China en alianza con Rusia y otros países, que tienen la capacidad de otorgar créditos a intereses más bajos que los que ofrecen los organismos internacionales y sin injerir en asuntos internos o condicionar la política interior, entonces para Ramón Grosfoguel es claro que la apuesta de estas naciones es establecer un modelo financiero alternativo que no atente contra la soberanía de los países.

A su juicio, estas son, sin dudas, buenas noticias para los países altamente sancionados por su oposición al imperialismo como Venezuela o Irán, pues le da un margen de maniobra impensable en el mundo unipolar liderado por Estados Unidos.

No obstante, advirtió que conviene no concebir a China como una especie de ejemplo a seguir, porque la condición de posibilidad que tuvo su despunte económico dentro del capitalismo fue la alianza estratégica con Estados Unidos a inicios de la década de 1970, que incluyó transferencia tecnológica de primer nivel.

Así las cosas, un país como Venezuela, considerado abiertamente hostil a la política estadounidense, no podrá atraer inversores –pues corren el riesgo de ser sancionados– y mucho menos recibirá transferencia tecnológica para desarrollar sus fuerzas productivas.

¿La próxima guerra imperial será contra China?

Una cosa parece cierta: Estados Unidos y sus aliados occidentales erraron en su política hacia China, pues como advirtiera Henry Kissinger, exsecretario de Estado de los Estados Unidos y arquitecto de la alianza entre Washington y Beijing, las sanciones contra Rusia están desbaratando toda esa estructura.

Así, explicó Grosfoguel, gracias a los errores estadounidenses, Rusia y China han hecho una alianza estratégica y ahora están construyendo un sistema financiero desdolarizado, que echa por borda otra obra de la dupla Nixon-Kissinger: el establecimiento del patrón dólar con el respaldo del comercio internacional de curdo.

En estas circunstancias, esta proximidad ha terminado por concretarse en un lapso brevísimo, al tiempo que las economías occidentales colapsan y la inflación asciende a niveles no vistos en décadas.

Empero, el experto recuerda que objetivo terminal de las élites mundiales que concurren anualmente al Foro de Davos es resetear el sistema mundial e instalar uno todavía peor, sin importar el método que tengan que implementar para exterminar a un porcentaje significativo de la población mundial.

En su criterio, «el gran peligro es que estamos más cerca que nunca en la historia de un conflicto nuclear, porque la provocación que están haciendo a Rusia en Ucrania y la que hacen a China, roza peligrosamente esa barrera».

Grosfoguel enfatizó que no se trata de una postura alarmista y carente de sustento sino todo lo contrario, puesto que numerosos ‘think tank’ y exgenerales del Pentágono han advertido reiteradamente acerca de este creciente peligro.

Entretanto, Rusia posee equipamiento militar que supera con creces a todo lo que tiene Occidente y China, su aliada cercana, ya cuenta con misiles hipersónicos imposibles de interceptar antes de que lleguen a su blanco.

En términos de un eventual escenario bélico de Occidente contra China, el académico recuerda que el hecho de que tengamos la República de China en Taiwán, es una construcción artificial de los imperios occidentales y que tal separación se mantiene solo para acosar, provocar –y hasta 1972, desestabilizar– a China.

Así las cosas, para él no cabe duda de que Estados Unidos está preparándose para una guerra contra China, pues su objetivo es destruir a su competencia por la vía de generar una catástrofe, como ahora tratan de hacer con Rusia al extender artificialmente la guerra en Ucrania.

Sin embargo, la jugada imperialista es más compleja de lo que parece a simple vista: aislar a China comercialmente, al controlar a Europa y obligarla a salir de la Ruta de la Seda.

Para él, la guerra proxy que se desarrolla en Ucrania entre Rusia y la OTAN es parte de los pasos que está dando la élite a la que le interesa deshacerse de 5.000 millones de personas; de allí que la hambruna y la inflación que ha generado su política de bloqueos y sanciones hacia Rusia resulte altamente funcional para esos propósitos, no solo por la afectación de las líneas de distribución sino por el alza de los precios de los combustibles.

En contraste, desde el primer día de la guerra, el gobierno de Xi Jinping ha tratado de sentar a las partes y poner fin al conflicto, pero lejos de sumarse a esta iniciativa, la respuesta desde los Estados Unidos ha sido amenazar con imponer sanciones similares a las que pesan sobre Rusia.

Muchos interpretan que esto que ocurre en el suelo ucraniano es un preámbulo de lo que en el futuro podría ocurrir en Taiwán, pues a su juicio luce inevitable que China intente retomar el control de la isla por la vía militar. Frente a este escenario, se abren dos caminos: que Estados Unidos y la OTAN apertrechen a Taiwán, de manera que puedan matarse entre chinos mientras ellos se benefician de la carnicería que azuzaron o que se beneficien de la venta de armas.

Sin embargo, el tamaño y la interconexión de la economía china son incomparablemente más grandes que los de la rusa, por lo que la aplicación de medidas coercitivas unilaterales como las que pesan sobre Rusia es inviable e insostenible desde el punto de vista práctico.

Entretanto, la OTAN debe lidiar con las consecuencias de haber subestimado la guerra en Ucrania. Grosfoguel refirió que el coronel del ejército estadounidense Richard Black, perteneciente al ‘establishment’ del Pentágono, asegura que Ucrania ya perdió la guerra y ahora se cierne sobre la humanidad la amenaza de una guerra termonuclear.

Mientras la decadencia imperialista sigue su curso, China «le ha hecho un jaque mate a Occidente», al aplicar una política de tenazas, que por un lado obliga al capital trasnacional a no dejarla de lado y por otro, financia la enorme deuda pública estadounidense con la compra de bonos.

De este modo, señaló a modo de conclusión, para el imperialismo estadounidense no es sencillo ejecutar una maniobra contra China, vista su dependencia económica del gigante asiático, por lo que las amenazas repetidas pueden interpretarse como declaraciones de micrófono que no llegarán a nada demasiado serio.

(LaIguana.TV)

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