lunes, 21 / 04 / 2025
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Román Chalbaud: La vida como en una pensión (Semblanza de un ícono del cine venezolano)

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En el teatro, el cine y la televisión de Venezuela, el nombre de Román Chalbaud aparece como referencia imposible de obviar. Era merideño de nacimiento, pero caraqueño por kilometraje. Sus trabajos, sobre las tablas en la pantalla grande y en la chica, son un muestrario de la Venezuela real, ingenua a veces, violenta otras. “Mi obra es un espejo”, llegó a decir el artista.

[En 2016 se publicó este perfil en la revista Épale Ccs. Hoy lo difundimos en tributo al cineasta recién fallecido]

Varias personas en chancletas, con caras de recién levantadas y toallas colocadas sobre el cuello, hacen una bulliciosa cola delante de un humilde baño de uso comunitario. Es una escena típica de varias de las películas de Román Chalbaud y tiene tintes autobiográficos. Cuando llegó a Caracas, le tocó vivir en una casa de vecindad cerca del Nuevo Circo, en compañía de su madre, su abuela y su hermana.

Corrían los últimos años de la década de los 30 y Caracas era una ciudad llena de provincianos que llegaban a la capital, procedentes de todos los rincones de la Venezuela profunda. El niño Román había nacido en 1931, muy cerca de la hermosa plaza Bolívar de la ciudad de Mérida. 

Desde entonces entabló un intenso amorío con la urbe caraqueña, del que han nacido esos ángeles y esos demonios que son los personajes de sus historias. Tal ha sido el origen del realismo de este dramaturgo y cineasta, uno de los grandes tanto del teatro como del séptimo arte en Venezuela.

El periodista y hombre de teatro Armando Carías lo dice de esta manera: Román es el único sobreviviente de la llamada Santísima Trinidad del Teatro Venezolano (que formó junto a Isaac Chocrón y José Ignacio Cabrujas), y también sobrevive, en ideas y posturas políticas, a otros artistas de su generación que se deslindaron de sus militancias juveniles y optaron por el cómodo nicho de la indiferencia o el confortable guion de la derecha”. 

Carías comenta que alguien dijo que Chalbaud era el Fellini venezolano. “Yo digo que es al revés: que Federico es el Román italiano. El retrato que hace Román Chalbaud del paisaje humano en películas como El pez que fuma, se lleva por lo cachos las imágenes recreadas por el creador de Amarcord.

Chalbaud es un objeto de estudio académico desde hace mucho tiempo. Irida García de Molero y María Inés Mendoza Bernal, en un trabajo para el doctorado en Ciencias Humanas de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad del Zulia, escribieron: “Cada objeto visual, cada palabra, cada fragmento fílmico en el texto/discurso chalbaudeano ocupan el lugar adecuado para significar el acontecer cotidiano y el sociopolítico de la Venezuela tercermundista, y como tal hace ver sus miserias y hace escuchar sus voces colectivas que comparten contradicciones, agresiones y opresiones con otros países homólogos en el continente americano”.

La revista Theatron, de la Universidad Nacional Experimental de las Artes, le dedicó una extensa edición al gran artista merideño. En varios de los trabajos allí reunidos se subrayan los rasgos definitorios de la obra de Chalbaud: La producción teatral y cinematográfica de Román Chalbaud marcha inextricablemente unida al acontecer político-social de nuestro país. Al tiempo que la democracia venezolana comenzaba a poner en evidencia sus fracturas y señales de agotamiento, a lo largo de cuarenta años, crece la cinematografía de este autor de manera vertiginosa. Chalbaud logra a través de sus argumentos y personajes francamente delineados, una visión del país a manera de un mapa personal de Venezuela.

La prestigiosa investigadora del teatro latinoamericano Carmen Márquez Montes lo resumió en pocas líneas: “Román Chalbaud no ha inventado otra Venezuela en su teatro, lo que hizo fue desenmascarar, arrancar al suburbio de la ignorancia”.  

Leonardo Azparren, por su parte, puntualiza que “su obra refleja el conflicto entre progreso y empobrecimiento”. Y Rubén Monasterios afirma que “todos los personajes de Chalbaud son transgresores de las normas convencionales admitidas como válidas, y a la vez, siempre hay un dato que nos obliga a considerarlos como productos de la sociedad que transgreden”. 

Es hora de dejar hablar al propio artista. En una entrevista concedida a la periodista Milagros Socorro, en 2000, expresó: “Yo retrato la gente. Mi obra es un espejo. Yo retrato lo que hay. No invento. Y a la gente le gusta ver mis obras de teatro y mis películas porque se ve retratada”. 

Abundando en ese mismo enfoque, ha señalado que “los cineastas somos siempre como los países donde hacemos las películas. Si naciste en Venezuela es inevitable que en tus películas estén, como en un espejo, la corrupción, el abuso de poder, la injusticia”. 

El fallecido profesor de teatro José Luis Lugo Añez, biógrafo de Chalbaud, lo describió como un ser etéreo, un citadino traicionado por el pueblo que todos los que vivimos en Caracas llevamos en la espalda. “Es afable, transparente, sin una pizca de petulancia, de esa que abunda en tantos que han hecho tan poco”.

Probablemente, esa humildad le venga, igual que el realismo de su obra, de saber lo que significa hacer cola para ir al baño en las mañanas y de haber vivido en primera persona la transformación de aquella Caracas semirrural en la megalópolis de hoy. El pequeño Román estudió en la Escuela Experimental Venezuela y en el liceo Fermín Toro, donde se incorporó al grupo de teatro que dirigía el mítico dramaturgo Alberto de Paz y Mateos.

En las décadas de los 40 y los 50 siguió desarrollándose en el teatro y se vinculó al cine y a la televisión. Con el cine encontró su camino al desempeñarse, en Bolívar Films, como asistente del director mexicano Víctor Urruchúa. En la recién nacida TV comenzó con programas culturales en la Televisora Nacional. En 1955 puso sobre las tablas una de sus primeras obras, Caín adolescente, que también fue su primera película, en 1959. 

Seguir con su vida de caraqueño asimilado fue clave para el desarrollo de una visión de la sociedad que plasmó en sus piezas teatrales y en sus películas. En sus tertulias suele contar lo importante que fue para él ver, desde el balcón del céntrico cine Continental la película Roma, ciudad abierta, de Roberto Rosellini. “Hasta ese momento yo había creído que el cine se había hecho para escapar de la realidad. Pero, cuando vi esa película y Los Olvidados, de Luis Buñuel, me di cuenta que el cine era también para enfrentar la realidad. Y esas dos películas me cambiaron el concepto. No solo del cine, de la vida”.

Los años 70 fueron una época fructífera. En ese tiempo entró a la televisión comercial y realizó varias de sus películas más exitosas, incluyendo La quema de Judas, Sagrado y obsceno, El pez que fuma, El rebaño de los ángeles, Carmen, la que contaba 16 años y Bodas de papel. En los años 80 siguió su alta producción con Cangrejo, La gata borracha, Cangrejo II y Manon.

En RCTV, Chalbaud sería parte el boom de la telenovela realista venezolana, junto a Cabrujas, Salvador Garmendia e Ibsen Martínez. Emblema de esa época fue el seriado La hija de Juana Crespo, protagonizada nada menos que por Hilda Vera, Mayra Alejandra y José Luis Rodríguez. La experiencia incluyó la puesta al aire de varias obras de grandes escritores venezolanos, como Rómulo Gallegos, Guillermo Meneses y Francisco Herrera Luque. Sin embargo, el ciclo fue breve. Chalbaud lo cuenta de una manera bastante ruda: “Estuvimos prostituyéndonos porque teníamos que cobrar quince y último. Yo hice telenovelas con las que no estaba de acuerdo, pero tenía un sueldo. En la época de Luis Herrera Campins hubo un decreto para la televisión cultural y logramos convencer a la gerencia de producir varias obras importantes, como Boves, el Urogallo, La Trepadora, Doña Bárbara y Campeones. Se hizo una televisión maravillosa, pero eso terminó de pronto porque un día nos llamaron a Cabrujas y a mí y nos dijeron: “Es que ustedes son muy intelectuales. Abrieron la puerta y apareció Arquímedes Rivero con todas las novelas de Delia Fiallo que se habían hecho en blanco y negro en Venevisión, para hacerlas en color en RCTV y allí terminó la televisión cultural”.

Incansable, Chalbaud siguió haciendo teatro, cine y televisión durante las dos últimas décadas del siglo XX y no ha parado en lo que va del XXI, al punto que dirigió la telenovela Amores de barrio adentro, en 2005 y la película Días de poder, en 2011, con un guion que data de los tempranos 60. Hoy, a los 85 años (en 2016), sigue siendo un artista en pleno ejercicio. Hace algún tiempo, un periodista le preguntó si no le molestaba que lo consideraran el cineasta de la Revolución, y él respondió con el mismo desparpajo de sus personajes de pensión ruidosa: “No, yo orgullosísimo, soy un militante y creo en este proceso. Cuando digo que doy la vida muchos dicen: `¡ah, ese viejo no sabe ni agarrar un fusil!´, pero a mí no me importa lo que digan; a mí lo que me importa es defender las cosas en las cuales siempre he creído”.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)

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