lunes, 21 / 04 / 2025
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“Casa Ajena” de Freddy Ñáñez: Ensayista Julio Borromé realizó la reseña y acá se la tenemos

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El poeta, investigador y ensayista Julio Borromé, nacido en Valera, estado Trujillo, magíster en Literatura Latinoamericana, realizó una extraordinaria reseña sobre la obra “Casa Ajena” (2023) del poeta y ministro de Comunicación e Información, Freddy Ñáñez, cuyo texto recibió una gran ovación durante su presentación en la más reciente Feria Internacional del Libro realizada en Caracas en el mes de noviembre.

“Casa ajena es, decididamente, otra instancia insistente que obliga a reconocer la muerte y a definir su lugar en los que quedan después de la tragedia, y sienten una responsabilidad de contar, como la de aquellos sobrevivientes de los campos de concentración alemanes, que se interrogan acerca de su propia salvación en medio de la mortandad de sus familiares y amigos”, dice Borromé sobre los poemas escritos por Ñáñez y que retratan las voces de quienes han sido víctima de la violencia en Colombia.

Líneas más adelante, Borromé recalca: “Estos poemas son la expresión fehaciente de hacer de la memoria un monumento a los caídos; y que permite a Ñáñez, no siendo testigo presencial de los hechos, regresar y vencer ante sí mismo, aquella injuria contra la vida y llegar a retratar esa hiel de muerte, no sólo diferida sino retenida bajo palabra”.

Sobre las partes en el que se divide el poemario publicado por Épica Ediciones, el ensayista resalta: “Hay, en Casa ajena, modos y maneras de presentar ese itinerario fantasmático y de ánimas que dejan rastros en esa noche espesa y lúgubre: Destierros, Caravana y Velorios, son los atisbos de la memoria, la correría errante, la mirada y la luz que ensombrece”.

A continuación la reseña completa:

Los poemas del libro Casa Ajena (2023), del poeta venezolano Freddy Ñáñez, me parecen de una fuerza particular en la medida en que el punto que acaba de tratar es la muerte. Es necesario señalar que la mayor parte de las reflexiones acerca de la muerte en filosofía, teología y poesía, que son al mismo tiempo metafísicas, pasan como por meras abstracciones todavía alrededor del hecho mismo de la muerte particular y concreta. Casa ajena es, decididamente, otra instancia insistente que obliga a reconocer la muerte y a definir su lugar en los que quedan después de la tragedia, y sienten una responsabilidad de contar, como la de aquellos sobrevivientes de los campos de concentración alemanes, que se interrogan acerca de su propia salvación en medio de la mortandad de sus familiares y amigos.

Y la muerte queda en los cuerpos de Edwin Ariel López, Gerson Gallardo Niño y Tirso Vélez, víctimas del Paramilitarismo y del Sicariato colombianos; y también llega a hacer una evidencia demasiado firme, hacia la cual el poeta Ñáñez no puede sustraerse y abandonar el funesto acontecimiento al olvido. Por ello, el desgarramiento va cobrando forma y entidad, de un modo lento, en la palabra, veinte años transcurren desde aquel fatídico episodio y la escritura de los poemas de Casa Ajena. Estos poemas son la expresión fehaciente de hacer de la memoria un monumento a los caídos; y que permite a Ñáñez, no siendo testigo presencial de los hechos, regresar y vencer ante sí mismo, aquella injuria contra la vida y llegar a retratar esa hiel de muerte, no sólo diferida sino retenida bajo palabra.

En el propio epígrafe del libro tomado del Eclesiastés: 1:15: Lo torcido no se puede enderezar, y lo que falta no puede contarse, queda registrado formalmente un mandato que no puede alterarse y cierta resignación acaece en medio de ese destino categórico. Pero si los cuerpos de Edwin Ariel López, Gerson Gallardo Niño y Tirso Vélez, son la falta de la propia evidencia en tanto ausentes, me pregunto: ¿qué cuenta Ñáñez en sus poemas? ¿Qué rescata del olvido?  ¿Qué extrañeza mutua devela su palabra y nos devuelve una historia calcinada y que aun, en medio de la sequía y las mudanzas, los huesos transpiran bajo tierra?

Casa ajena es la mudanza por aquellas tierras. El poeta sabe que no se puede volver sin nombrar la falta de quienes perseveran en la memoria, de lo que oye, escandido por la palabra y su sombra.

En Casa ajena se habla de toda una íntima zozobra producida por el presentimiento de la muerte que se hace ostentación efectiva con la misma carga de beligerancia en la que aparecen aquellos jóvenes bajo fuego o marcados con el estigma de ser elegidos por quienes deciden si se deja vivir o no. Se habla de mudanzas forzadas, de violencia fronteriza, de cautiverio, de punto de partida y pérdida del hogar, de senderos y cruces, de atajos y de paisajes mutilados. Hay, en Casa ajena, modos y maneras de presentar ese itinerario fantasmático y de ánimas que dejan rastros en esa noche espesa y lúgubre: Destierros, Caravana y Velorios, son los atisbos de la memoria, la correría errante, la mirada y la luz que ensombrece.

Hay, en Casa ajena, la abrupta expulsión del lugar que se vuelve paso trágico y camino aciago. Hay la tachadura del retorno y la perplejidad adquiere durante la mudanza un valor de orfandad, una abertura desde la cual la vida se paga cara. Hay silencio que simplemente evoca y rememora lo que ya no tiene lugar, sin embargo, los cuerpos de Edwin Ariel López, Gerson Gallardo Niño y Tirso Vélez, conceden nombres e identidades. Alterando lo que enuncia Hegel en el Prólogo de la Fenomenología del Espíritu, digo que la poesía levanta su vuelo cuando la vida ha pasado ya. Y la palabra del poeta queda como el testimonio de ese hecho atroz, donde ella le da hospitalidad y le cura las heridas a aquellos cuerpos aferrados a la tierra.

(LaIguana.TV)

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