Más que un análisis político-ideológico de sus conductas, a cierto sector de la oposición venezolana lo que le sale es un estudio psiquiátrico colectivo, pues da la impresión de que padece una enfermedad sociogénica de masas, es decir, una histeria colectiva o lo que en algún tiempo se llamó una disociación psicótica.
Pruebas de esto surgen todos los días, pero una muy reciente es la reacción de dirigentes partidistas y mediáticos y —lo más grave— de militantes silvestres en torno al esclarecimiento de un vil asesinato.
Veamos un ejemplo: una persona X escribe en su cuenta de la red social X que, desde que ocurrió la muerte del cantante de rap Tyrone González, Canserbero, en 2015, ella estaba absolutamente convencida de que había sido asesinado por su exmanager Natalia Améstica, pero ahora, cuando vio la confesión de esta mujer al Ministerio Público (con espeluznantes detalles dignos de la serie de TV Mentes criminales), le ha dado por pensar que “a la caraja le montaron una trampa”.
Se cuenta y no se cree. Y lo cumbre es que esa persona no es un caso único y excepcional, sino la muestra de un síntoma colectivo que pone en duda la salud mental general, al menos de cierto sector opositor, aunque sus alcances no pueden precisarse todavía.
[Advertencia: No afirmo con ello que los demás estemos muy cuerdos que se diga, pero quien quiera reflexionar sobre las otras modalidades nacionales de demencia, puede hacerlo, nadie se lo impide. Cada loco con su tema (pocas veces mejor dicho)].
Mi amigo el Profesor de Historia cree que estos son los frutos tóxicos que sembró la canalla mediática desde principios de siglo, sobre todo en la cabeza de niños, niñas, adolescentes y jóvenes, que ahora son adultas y adultos. Pero también es claro que tiene que ver con el modelo mental de la era de la posverdad, en el que cada quien cree sólo aquello que no contradice “sus” opiniones (que, en realidad, no son suyas, pero ese es otro tema).
Para esta parte del oposicionismo venezolano, todo lo que haga o diga el chavismo es falso, tendencioso, mentiroso (además de autoritario, antidemocrático, perverso y muchos otros adjetivos), así que para estas personas la narración del crimen de Canserbero, aunque haya sido presentada mediante la reina de las pruebas, la confesión, tiene que ser embuste.
El caso, que no tiene (aunque nunca se sabe…) un trasfondo político, pone en evidencia que cualquier convicción que las personas afectadas por el virus tengan en un momento dado, puede cambiar por su opuesta un instante después, si alguien del lado revolucionario la suscribe.
Es decir, que si alguna vez la creencia de una de estas personas es ratificada por el enemigo político, ellas cambian de creencia. No importa cuántas veces hayan peleado antes por ese punto de vista. ¿Loco, no?
Una necesaria reflexión
Se trata de un tema de implicaciones muy profundas para todos. En lo que respecta a los líderes y funcionarios de la Revolución amerita una seria reflexión acerca de la credibilidad y su techo, es decir, ese segmento de la población que, hagan lo que hagan esos dirigentes y autoridades, ya no les cree.
Independientemente de que ese fenómeno haya sido inducido por años y años de campañas mediáticas nacionales y globales, parece muy oportuno preguntarse “¿en qué hemos contribuido nosotros para hacer creíble la falta de credibilidad?”.
Si alguien se da a la tarea de hacer una lista de ese tipo de acontecimientos que pueden haber mellado la credibilidad de las instituciones revolucionarias, probablemente necesitará varias resmas de papel, pues en 24 años son muchos los desaguisados cometidos. Si hablamos específicamente del ámbito de la justicia, es muy poco lo que se ha avanzado, pues sigue siendo un sistema diseñado para triturar a los pobres y a los sujetos sin padrinos, y favorecer a quien ponga dinero en la balanza o tenga alguna influencia en los mandos.
En tiempos recientes se ha agregado un componente pernicioso: si un asunto es mediático y enredático, es decir, si les interesa a los medios y a los influencers, tiene mucha más oportunidad de ser atendido por las autoridades que si genera pocos «me gusta». Se trata, a todas luces, de otra gran distorsión del sentido de la justicia, muy específica de nuestros tiempos actuales.
Un tercer factor que destruye la credibilidad es uno que ha tenido en 2023 una expresión muy concreta: cuando hay eso que llaman voluntad política, la mano de la justicia puede alcanzar a gente de todos los niveles, pero hay individuos que, por razones diversas (a veces, políticamente opuestas) tienen la capacidad para esquivar dicha mano.
Entonces, cuando se lanza una redada en los altos círculos oficiales y caen presos ministros, presidentes de organismos, diputados, fiscales y jueces, aumenta la credibilidad. Pero si al funcionario de más jerarquía involucrado en la trama no se le sigue juicio (únicamente hace un no explicado mutis), disminuye drásticamente y cuidado si queda peor que antes de la redada.
Por otro lado, las autoridades acusan constantemente, con pruebas irrefutables expuestas a la vista de todos, a los supercorruptos del interinato, pero el jefe nominal se pasa cuatro años acá sin ser procesado judicialmente y luego se va del país (ni siquiera puede decirse que escapó, eso sería demasiado épico) y se dedica a ser profesor universitario y tenista aficionado en Miami. Cuando pasan cosas así, que alguien me diga ¿cómo queda la credibilidad del sistema, ah?
Los «presos políticos»
Ahora bien, volviendo al asunto de la enfermedad sociogénica, esas terribles fallas no son razón suficiente como para que uno se ponga del lado de una asesina confesa que actuó con premeditación, alevosía y ventaja, por motivos fútiles y que, además, se mantuvo impune durante ocho años. Y eso es lo que han hecho dirigentes políticos y mediáticos y militantes de todos los niveles en el caso de Canserbero y su productor, Carlos Molnar. Es más, a esta gente le faltan apenas milímetros para decir que Natalia Améstica y su hermano Guillermo son presos políticos que perdieron su libertad por pensar distinto.
No será, en todo caso, la primera vez que lo hagan. Ya llevan casi dos décadas diciendo que los sujetos que asesinaron cobardemente y por encargo a Danilo Anderson son unos prisioneros de conciencia. Y llevan seis años sosteniendo que el individuo que bañó en gasolina y prendió fuego a Orlando Figuera es un exiliado político al que España hace bien en proteger.
La resistencia a la verdad, incluso cuando es conocida mediante confesión, una conducta que parece cosa de desquiciados, es reiterativa. Un detenido «canta» lo que hizo, por qué lo hizo, cómo lo hizo, quién lo mandó, quiénes fueron sus cómplices, cuánto le pagaron y hasta algunos pormenores aterradores y morbosos de su crimen, pero al referido sector opositor le resbala todo eso. Ponen los ojos en blanco (reflejo de la mente) y dicen que el pobrecito individuo fue obligado a inculparse. Algunos integrantes de este segmento llegan al extremo alucinante de decir que a los detenidos les inyectan algo para que digan lo que el rrrrégimen quiere.
Ha habido detenidos que confiesan delitos que no son del tipo del asesinato de Canserbero y Molnar, pero que han tenido resultados igualmente aviesos, como la muerte de niños enfermos. Pero aun así, encuentran muchos defensores que, por otro lado, dicen ser partidarios de las mejores causas y se consideran tremendas personas porque les ponen pedacitos de cambur en el balcón a las simpáticas guacamayas de Caracas.
Así vimos cómo el «gobierno interino» se apropió de los fondos de la Fundación Simón Bolívar que eran destinados a pagar tratamientos y operaciones de niñas, niños y adolescentes con enfermedades catastróficas. Como consecuencia de ese robo, varios pacientes murieron y otros han sufrido graves daños, en algunos casos irreversibles.
El «funcionario» a cargo de administrar ese dinero, Roland Carreño, lo utilizó para financiar actividades del partido Voluntad Popular y también para cubrir los gastos de algunas veleidades personales. Pero los defensores alegaron que Carreño, un veterano cronista de fiestas de la alta sociedad, estaba secuestrado por ser periodista. Recientemente fue liberado como parte del Acuerdo de Barbados.
Como la admisión de los hechos no hace que estos opositores cambien de opinión o de actitud, quienes cometen los delitos se sienten libres de confesar. Total, su gente los va a seguir queriendo y considerando como héroes y heroínas. Y, además, por hacerlo les van a rebajar la pena, si es que llegan a ser condenados.
Ojalá (una palabra propia de quien espera sin mucha esperanza) en 2024 se ataquen los problemas de credibilidad del sistema de justicia, una deuda pendiente de la Revolución.
En términos prácticos de política real, si eso se hace se evitará darles más argumentos a los enfermos sociogénicos, esos que para oponerse al gobierno, son capaces hasta de negarle crédito a la confesión ruda y brutal de una asesina.
[Me atrevo a pronosticar que de lo que ocurra en ese campo minado dependerá, en buena medida, el resultado electoral y la futura gobernabilidad del país. Pero ya habrá tiempo para tratar ese tema. Por lo pronto, reciban un abrazo de feliz año].
(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)