lunes, 21 / 04 / 2025
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Si la derecha puede (y la dejan), pisotea sus propias normas (+Clodovaldo)   

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Acordémonos de abril. Corría el día 12 de aquel complejo mes de 2002 cuando en la televisión pasaron imágenes de San Cristóbal, donde el gobernador de Táchira, Ronald Blanco La Cruz, se resistía a entregar a los golpistas su cargo, ganado en elecciones populares. “¿Qué debe hacerse en este caso?”, preguntó modosamente la periodista a Ramón Escovar Salom, un prohombre de la IV República, un emblema de la civilidad que había sido fiscal general de la República y ministro de varias carteras, incluyendo Relaciones Interiores. Escovar, con una expresión un tanto desencajada en su rostro de jurisperito egregio, respondió: “¡Someterlo por la fuerza y arrestarlo!”. 

Entre las muchas escenas de esos trepidantes días de golpe y contragolpe, podríamos elegir esta para simbolizar una idea que nunca deberíamos olvidar: cada vez que la derecha puede hacerlo, ignora o viola sus propias normas, las mismas que pretende imponer a otros, en nombre de la civilización, la democracia o el libre comercio. 
 
Es una constante. Pasa en lo macro y en lo micro. El capitalismo hegemónico occidental exige a los gobiernos de izquierda (o de cualquier signo, pero con intenciones de independencia y soberanía) que respeten sus reglas sobre economía, política, elecciones, prensa, ONG, etcétera. Pero, a la hora de las definiciones, ese mismo capitalismo hegemónico pisotea esas mismas reglas. 

Revisar las acciones que los dirigentes de derecha y ultraderecha ya han intentado ejecutar en Venezuela y añadirle lo que ha hecho y está haciendo el norte global en el mundo entero sirve para constatar que cuando la paz, la democracia y el derecho liberales son un obstáculo para tomar, conservar o recuperar el poder, los supuestos defensores de todos esos valores apelan a la fuerza, al autoritarismo desenfrenado y al desconocimiento de las leyes. 
 
Revisar el historial de este tipo de acciones, aparentemente contradictorias, sirve también para hacer profecías. Por ejemplo, para vaticinar lo que hará la derecha (sobre todo su ala fascista, pero no sólo ella) si llega a tomar el control político del país. 
 
Abril lo dejó claro

Estamos en los días de aniversario de aquellos sucesos de 2002, cuando las fuerzas que se autodenominaban democráticas y que decían luchar contra un gobierno autoritario, montaron un escenario sangriento para justificar un golpe de Estado, desconocieron a todas las autoridades electas y designadas legítimamente, abolieron la Constitución, cerraron medios de comunicación, emprendieron la cacería pública de funcionarios del gobierno derrocado, lanzaron hordas contra una embajada y ya iban a desatar una ola represiva contra el pueblo que protestaba, sólo que bajó tanta gente que ya se hacía cuesta arriba eso de someterlos por la fuerza y arrestarlos. 

Generales en política, patronos en huelga

Lo de abril había sido apenas el preludio. El comandante Hugo Chávez retornó en onda de crucifijo y reconciliación y, con su gran liderazgo, llevó a la gente a sus casas, en lugar de cobrar merecida revancha. Pese a ello, las fuerzas oscuras del amplio espectro de la derecha siguieron conspirando.  

Los mismos demócratas antimilitaristas que decían que los miembros de la institución armada debían volver a ser no deliberantes, eunucos políticos, como supuestamente eran en la época puntofijista, montaron un show netamente político en la plaza Altamira, amenizado por generales y almirantes insubordinados, tratando de dar otro golpe mediático, esta vez con ribetes faranduleros. 

Llegó diciembre y resultó que Fedecámaras, gran enemiga del derecho a huelga, como toda organización patronal, se puso a la cabeza de un paro «hasta que se vaya». En plena temporada navideña, los empresarios cerraron sus negocios (y obligaron a hacerlo a los que no estaban de acuerdo), contraviniendo todos los sacrosantos principios de la libertad de comercio, mercado y competencia.  
 
La derecha tirapiedra

Los dueños del capital siempre han sido enemigos de las protestas callejeras. Esas son cosas de comunistas, anarquistas, obreros y estudiantes cabezacaliente. A lo largo de todo el período de la IV República, reprimir ese tipo de manifestaciones fue casi una actividad deportiva (una variante del tiro al pichón) de los gobiernos adecos y copeyanos. 

Pero, como hemos insistido, el capitalismo hegemónico utiliza todo lo que tiene a mano para tomar, preservar o recuperar el poder, y la protesta callejera ha sido ya industrializada por la CIA y otras agencias de inteligencia para generar primaveras árabes, revoluciones de colores y, en el caso venezolano, guarimbas

Por una décima parte de lo que hicieron los manifestantes de derecha y ultraderecha en las olas terroristas de 2004, 2014 y 2017, el “Padre de la democracia”, Rómulo Betancourt y su bonachón sucesor, Raúl Leoni, se habrían visto en el predicamento de inaugurar al menos un par de nuevos cementerios. De hecho, el otro gran líder de la democracia representativa, Carlos Andrés Pérez, enfrentó una rebelión popular a tiros de FAL y ametralladoras punto cincuenta.  

Pero, cuando lo hace la derecha tirapiedra, el resultado es distinto. El abominable arma de la guarimba fue escalando en su violencia: comenzaron quemando basura en la esquina y terminaron quemando personas vivas. Los “líderes” condujeron a muchos jóvenes a la muerte o la privación de libertad con el deliberado propósito de criminalizar la respuesta represiva del Estado y llevarla a instancias internacionales. 

No está de más decir que algo como la guarimba es sencillamente inconcebible en los países que acá auparon tales manifestaciones y convirtieron en héroes a los protagonistas de los disturbios. Ante protestas mucho menos violentas, en los últimos años hemos visto olas represivas en diversos países gobernados por la derecha, pero estas no son cuestionadas ni denunciadas, sino, por lo contrario, legitimadas y ovacionadas por el capitalismo hegemónico. 
 
Leguleyescos desconocen constituciones y leyes

El capitalismo hegemónico y la derecha criolla dicen ser legalistas, aunque la verdad es que son más bien leguleyescos. Ese papel falso les permite desconocer constituciones y leyes cuando se trata de asumir, preservar o recuperar el poder. 

En el registro de infamias de este cuarto de siglo, el parapeto para desconocer el orden jurídico con el decreto de Pedro Carmona Estanga, aquel 12 de abril, no es el único intento en ese sentido. Y lo han hecho todas las veces en nombre de la democracia y el estado de derecho, con la asesoría y el visto bueno de eminentes abogados y bufetes cinco estrellas. 

Aparte del Carmonazo, en este listado destacan las contorsiones jurídicas realizadas para la autojuramentación de Juan Guaidó en 2019 y la aprobación de un supuesto Estatuto para la Transición, que simple y llanamente, se llevaba en los cachos a la Constitución y el resto del ordenamiento legal. Los leguleyescos personajes que parieron el adefesio argumentaron que como el chavismo ha violado tanto la Constitución, era necesario violarla también para sacarlos del poder y luego restablecer la legalidad.  
 
Diplomáticos de alcurnia justifican violación de embajadas 

Sigamos revisando cómo la derecha cuando ve la oportunidad, la toma, sin importar que esté violentando todo el tinglado que ella misma ha levantado y convertido en parte del modo de ser del mundo civilizado.  

Otro hecho actual lo muestra con claridad: la irrupción de la policía ecuatoriana en la embajada de México y el secuestro del exvicepresidente Jorge Glas

Este acontecimiento, por cierto, estuvo a punto de ocurrir también en aquel abril venezolano, pues la horda de desquiciados fanáticos antichavistas y anticastristas estuvo muy cerca de entrar a la fuerza a la legación diplomática cubana en Caracas, en el famoso episodio en el que un señor alcanzó la celebridad diciéndoles a los que supuestamente estaban allí asilados que “se van a tener que comer las alfombras, porque no les va a entrar comida”. 

Estas acciones arrebatadas de la derecha generan unas contradicciones que a veces llegan a ser cómicas. Por ejemplo, en los días previos al asalto de la embajada mexicana, el impresentable Javier Milei estaba empeñado en enviar unos “gendarmes” a la embajada argentina en Caracas, con la alegada finalidad de evitar que la dictadura venezolana llevara a cabo sus presumibles planes de entrar en ella y llevarse presos a los dirigentes políticos que están allí refugiados, todos ellos implicados en tramas de magnicidio y golpes de Estado. La maquinaria mediática global ya tenía diseñado el operativo para cuando el tirano Maduro cometiera esa tropelía, pero resultó ser que quien la perpetró fue el cachorro mimado del imperio, Daniel Noboa y hubo que hacer malabares para justificarlo o, al menos, mirar para otro lado. 
 
Tema que pica y se extiende

La lista de situaciones en las que la derecha se salta las normas que impone a otros puede hacerse extremadamente larga. En pocas líneas, pensemos en los partidarios del libre mercado que aplauden bloqueos y medidas coercitivas unilaterales; consideremos el caso de los amantes de la libre competencia que aprueban leyes para vetar a empresas chinas; veamos a los denunciantes de delitos de lesa humanidad que financian y justifican un genocidio; ponderemos la paradoja de los perseguidores de Julián Assange que se erigen en jueces de las violaciones de otros a la libertad de prensa; y cerremos con la élite estadounidense que se queja de la injerencia china en sus elecciones, mientras quiere imponer una candidata en Venezuela. 

La lección está clara. El capitalismo hegemónico y las derechas locales, si se les da la oportunidad, desconocerán la Constitución, las leyes internas, el derecho internacional y hasta las buenas costumbres. Y todo eso lo harán en nombre de la Constitución, las leyes internas, el derecho internacional y las buenas costumbres. La guerra está más que avisada. 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)  


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