¿Tiene la oposición de derecha alguna autoridad moral para prometer que en un hipotético retorno al poder rescatarán la dignidad de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB)? Los hechos demuestran que no.
En la anterior entrega de esta serie, revisamos cómo era la institucionalidad del estamento militar en la Cuarta República, evidenciando la falsedad de su supuesta apoliticidad y respeto a los derechos humanos, cualidades que, según la oposición, perdió a partir de 1999. En este capítulo haremos una rápida revista a la forma como el antichavismo ha tratado a la FANB en los gobiernos revolucionarios.
Si se hace un repaso más o menos objetivo (la objetividad real es inalcanzable, sobre todo en escenarios polarizados) acerca de quién socavó la institucionalidad de la Fuerza Armada a partir de la nueva etapa constitucional, después de 1999, muchos dedos apuntarán a la oposición.
Contra la unión cívico-militar
Un aspecto de la “institucionalidad militar” que la derecha dice querer recuperar es la separación entre los miembros de las FANB y el pueblo civil.
Desde los primeros años del gobierno del comandante Hugo Chávez hasta la actual campaña electoral, un leit motiv opositor ha sido que los militares deben regresar a sus cuarteles y los civiles deben salir de ellos. Nunca han estado de acuerdo con que los militares participen en el desarrollo de las políticas sociales ni tampoco han aprobado la existencia de la Milicia Nacional Bolivariana. En suma, están en contra de la unión cívico-militar, que ha sido una de las estrategias más consistentes de casi 26 años de gobiernos revolucionarios, desde los inicios, con el Plan Bolívar 2000, hasta las actuales Brigadas Comunitarias Militares en Educación y Salud (Bricomiles).
Es de suponer que un gobierno de derecha ordenaría de inmediato eliminar estas formas de acción conjunta del pueblo civil y militar.
El ataque a la integración cívico militar ha sido una clara responsabilidad de la oposición en general y, sobre todo, de la derecha radical y sus componentes mediáticos.
¿No fueron acaso los dirigentes opositores los que desplegaron aquellas campañas para descalificar a los oficiales y fomentar su descontento, llamándolos “vende-papa” porque los planes de integración cívico-militar los habían llevado a participar en la logística de ferias de rubros agrícolas en zonas populares?
¿De qué espacio del espectro político eran los líderes y militantes que iban a los cuarteles con gallinas o a arrojar prendas íntimas femeninas, equivalentes (por resabios misóginos) a cobardía, para “darles casquillo” y sumarlos a acciones insurreccionales?
La ideologización
La oposición ya hablaba entonces de defender la institucionalidad del sector militar, supuestamente menoscabada por la politización y la ideologización promovida por Chávez. Pero en los eventos de 2002 se hizo patente el hecho de que los oficiales que supuestamente representaban ese espíritu apolítico y no ideológico, los que encabezaron el golpe de Estado y luego el circo de la plaza Altamira, estaban tan politizados e ideologizados como el que más. Eran remanentes de los viejos partidos y, sobre todo, raigalmente ultraderechistas, proimperialistas, anticomunistas fanáticos y, en suma, fachos que con gusto habrían sido parte de un gobierno dictatorial al estilo de las dictaduras gorilas del Cono Sur.
Las personas que quieran refrescarse la memoria o enterarse de quiénes eran estos personajes, deben buscar las declaraciones de generales como Néstor González González, Enrique Medina, Efraín Vásquez Velasco, Luis Camacho Cairús, Felipe “el Cuervo” Rodríguez y otros de los que se convirtieron en esos días en auténticos rock stars de la oposición, en especial, de la clase media escuálida.
En el deplorable show de la plaza Altamira quedó expuesta la peor cara de una institución militar que seguía notoriamente influida por su modelo anterior, a través de esos mandos adoctrinados por el poder imperial. Sin suficiente liderazgo en las filas, sin puestos de comando de tropa y con un formidable adversario como Chávez (que sí tenía mando y liderazgo), a esos oficiales sólo les quedaba apostar por el que había sido el bastión del golpe de abril: los medios de comunicación. Por eso, Altamira fue, principalmente, una operación mediática y farandulera para simular una insurrección militar desde el lado de afuera de los cuarteles. ¿Cuánto daño le hizo esa vacua maniobra a la imagen de la FANB? Es una pregunta pertinente para quienes hoy ofrecen resarcir el honor castrense.
Ataques a la Milicia y los milicianos
Uno de los ataques más intensos y continuados hacia la FANB en lo que va de siglo ha sido el dirigido a la Milicia Nacional Bolivariana, torpedeada desde su fundación por quienes dicen representar la opinión institucional del mundo militar.
Al respecto, la dirigencia opositora (tanto partidista como mediática) ha tenido una postura bipolar. Por un lado han presentado la formación de este cuerpo como un acto inconstitucional para poner armas en manos de civiles controlados políticamente que constituyen una amenaza latente contra la ciudadanía pacífica. Por el otro, han pretendido ridiculizar a la Milicia, argumentando que está formada por ancianas y ancianos sin aptitudes militares.
Demostrando su mentalidad colonialista y lacaya, dirigentes, comentaristas y otros voceros de la derecha suelen comparar a los milicianos y las milicianas con los estereotipos del soldado estadounidense, el marine. Pero, al mismo tiempo, advierten que la Milicia es una amenaza de violencia y guerra civil.
¿Enemigos o hermanos?
La bipolaridad opositora no se limita al tema de la Milicia, sino que abarca todo lo relacionado con la FANB. Y constituye uno de los problemas que enfrentan los dirigentes de este sector político para darle sustento a sus propuestas de “reinstitucionalización” del estamento militar.
Luego de un cuarto de siglo intentando dividir a la FANB, organizando insurrecciones, enamorando oficiales para que se sumen a causas golpistas y propalando denuncias contra altos oficiales sobre delitos tan graves como el narcotráfico, ¿se puede, de la noche a la mañana, cambiar la frecuencia y ponerse en modo “¡Querido hermano militar, únete a nosotros que te queremos tanto!”? Parece difícil.
En el registro de la alta y media oficialidad están los hechos, algunos muy recientes, en los que figuras de la oposición trataron a la FANB como el enemigo a vencer, ya sea mediante un alzamiento interno o a través de un ataque externo.
La lista de los acontecimientos en los que la oposición ha sido abiertamente anti-FANB es larga:
En 2002 se produjeron los hechos ya comentados del golpe de Estado de los oficiales “preñados de buenas intenciones” (expresión de la sentencia del Tribunal Supremo liberándolos de culpa) y la Plaza Altamira.
En 2004, un grupo de ultraderecha organizó la Operación Daktari, en la que un contingente de paramilitares colombianos iba a simular un alzamiento de soldados de la FANB para detonar una confrontación fratricida.
En 2014, durante la primera ola de disturbios focalizados en zonas de clase media (“la Salida”), las fuerzas opositoras se presentaron ante el mundo como las únicas víctimas de la represión policial y militar. Numerosos funcionarios fueron juzgados y sentenciados. En cambio, las muertes de efectivos militares y policiales a manos de manifestantes fueron silenciados por la mediática global. Sólo de la GNB hubo seis caídos. Entre ellos alcanzó mucha prominencia el caso del capitán Ramzor Bracho Bravo, quien fue asesinado cuando trataba de salvar a un compañero en el distribuidor Mañongo de Valencia, uno de los epicentros de los desórdenes. A los detenidos por estas muertes, la oposición los califica de “presos políticos” o “perseguidos por pensar distinto”.
Entre 2014 y 2024 ha habido numerosos intentos de golpe de Estado denunciados por el gobierno de Nicolás Maduro, que han implicado la detención, enjuiciamiento y condena de oficiales de alto rango. De todos, el más notorio fue el del 30 de abril de 2019, a cargo del supuesto presidente interino, Juan Guaidó y su jefe político, Leopoldo López. En esta intentona participó el entonces director del Servicio Bolivariano de Información Nacional (Sebin), general Ricardo Christopher Figueras. Al explicar el motivo del fracaso, los cabecillas políticos dijeron que creían tener el apoyo de muy altos mandos, pero que a la hora de la verdad se arrepintieron y no les contestaron más las llamadas telefónicas.
En 2017, durante la nueva y reforzada oleada de guarimbas, ocurrió lo mismo que en 2014. Se denunció la represión militar y policial y se relativizó la violencia de las acciones perpetradas en contra de los cuerpos de seguridad. Ese año, la animosidad de la oposición pirómana contra los militares llegó al extremo durante las confrontaciones de los cuatro meses de disturbios en las principales ciudades del país. La violencia tuvo expresiones escatológicas como el invento de las “puputovs”, proyectiles cargados de excremento humano, arrojados contra la Guardia Nacional Bolivariana y la Policía Nacional Bolivariana.
En 2018, justamente durante los actos del aniversario de la GNB, en la avenida Bolívar de Caracas, se llevó a cabo el intento de magnicidio con drones explosivos. De haber tenido éxito, no sólo habría muerto el presidente Nicolás Maduro, sino también el alto mando militar que estaba en la misma tribuna, presenciando una parada militar.
En 2019, un poco antes del fallido golpe (irónicamente conocido como “de los Plátanos verdes”), los mismos dirigentes opositores intentaron forzar a la FANB a una peligrosa confrontación con una amalgama de grupos regulares e irregulares colombianos y guarimberos venezolanos en la frontera entre Norte de Santander y Táchira, episodio conocido como “la Batalla de los Puentes”. Los militares venezolanos que desertaron en ese trance fueron abandonados a su suerte en territorio colombiano por la dirigencia opositora que, dicho sea, literalmente, “se rumbeó” los reales dispuestos para su manutención.
En 2020, en plena pandemia de Covid-19, los mismos actores políticos contrataron una invasión con fuerzas mercenarias y desertores entrenados en Colombia, la Operación Gedeón, que pudo haber causado un baño de sangre en el país, involucrando a la FANB en una guerra civil.
Desde el inicio del gobierno del comandante Hugo Chávez y hasta el sol de hoy, los dirigentes opositores han tratado de convencer a gobernantes de otros países para que intervengan militarmente en el país, lo que, a las claras, obligaría a la FANB a involucrarse en una guerra. Muchas de esas gestiones han sido secretas, pero otras han sido públicas y notorias, como los pedidos de María Corina Machado a Argentina e Israel y su invocación del imperialista Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR). Se tiene fuertes indicios de que la dirigencia opositora estuvo al tanto, aupó y aplaudió los planes de gobiernos ultraderechistas latinoamericanos para invadir Venezuela a través de una fuerza conjunta.
Estas peticiones continúan incluso en la actualidad, a pesar de que la oposición radical dice haber asumido la ruta electoral y prometen reconciliación. Como evidencia basta con ver al pseudoembajador Carlos Vecchio rogándole a la generala Laura Richardson, jefa del Comando Sur, que apoye a Guyana en una guerra contra Venezuela.
Durante los 25 años de Revolución han sido también han sido constantes las operaciones de difamación contra la FANB, ejecutada a través de la poderosa maquinaria mediática global. Una de las más célebres es la del Cartel de los Soles, que acusa sin pruebas a altos oficiales de ser parte de una banda de narcotraficantes y así sustentar la matriz de que Venezuela vive en una “narcodictadura”.
Para la discusión
Después de haber intentado dividir e injuriar a la FANB; luego de haber planificado invasiones y atentados; tras haber pedido a fuerzas extranjeras que atacaran Venezuela, ¿tiene la oposición alguna autoridad para hablar de un retorno a la institucionalidad del ámbito militar? No parece.
Luego de haber acusado, amenazado, chantajeado y difamado a numerosos oficiales; después de haber bañado de excrementos a la Guardia Nacional Bolivariana; tras denigrar de la presencia militar en los programas sociales y misiones, ¿puede la oposición declarar su hermandad con los hombres y las mujeres de la institución armada? Tampoco parece.
(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)
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