viernes, 18 / 04 / 2025
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¿Cómo manipula la Inteligencia Artificial los procesos electorales?: Columna de William Castillo

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En los años 80 –eufóricos por el éxito de sus recetas económicas– muchos neoliberales decían que había que preguntarse en serio si “el pueblo no le hace daño a la democracia”; es decir, si el uso de los métodos democráticos, voto, elecciones, referendos, etc., con los cuales la mayoría decidía el destino colectivo, no estaba superado por la historia.

Se interrogaban acerca de si no había llegado la hora de crear una forma más eficiente de gestionar el consenso democrático para que la ciudadanía aceptase de buena gana las decisiones que –por el bien de la humanidad– se tomaban en los grandes centros de poder global.

Poco después, el sociólogo inglés Anthony Giddens afirmaba que “está en marcha una revolución mundial sobre cómo nos concebimos a nosotros mismos y cómo formamos lazos y relaciones con los demás”. Habló entonces de una incipiente “democracia de las emociones”. Pero ni los chicos de Washington ni Giddens alcanzaron a vislumbrar que sus deseos o profecías vendrían de la mano de las tecnologías digitales.

Apenas cuatro décadas después, la imparable digitalización de la vida y de la sociedad, de la mano de la inteligencia artificial, parece estar realizando el sueño de una democracia diferente. Una democracia emocional (emocracia) parece sustituir a la democracia.

Me refiero en concreto al surgimiento de sofisticados mecanismos de manipulación a través de la IA, que –manteniendo las formas rituales de las consultas electorales– transforman la naturaleza de las decisiones que toman los votantes. Y ejercen, como nunca antes, un férreo e invisible control sobre las decisiones políticas colectivas.

El filósofo Byung Chul Han afirma que lo que ha parido el paradigma digital, a través de la aplicación de la inteligencia artificial a las redes sociales, es la transformación del elector en un consumidor.

En su libro “Psicopolítica”, plantea la transición de la política tradicional a una política psicográfica. Byung describe lo que denomina las “tecnologías del yo”, conjunto de procesos que alteran la conducta de los ciudadanos con fines políticos. Sostiene que la mejor manera de someter al individuo a esta nueva forma de control es explotando sus emociones, haciendo de estas medios de producción de decisiones políticas.

Hace casi un siglo, Goebbels, el artífice de la propaganda nazi, aseguraba que, si son sometidas a los estímulos adecuados, las masas tienden a comportarse como una mujer histérica. Machismo aparte, lo que quiso decir es que cuando las personas se reúnen en masa tienden a perder su identidad personal, sus convicciones, transforman su racionalidad y se vuelven sensibles, emotivas, manipulables.

El votante neurótico

Cuando finalice 2024, se habrán realizado casi 100 eventos electorales en el mundo, de los cuales cerca de 50 serán elecciones presidenciales. A mitad de año, ya hemos visto elegir presidentes (y presidenta) en México, India, y Rusia. En noviembre se elegirá presidente en Estados Unidos y dentro de mes y medio en Venezuela.

Y, créanlo, en todos estos procesos se ha utilizado, se está utilizando o se utilizará con mayor o menor intensidad sistemas o aplicaciones de inteligencia artificial para influir en la decisión de los votantes.

Las dos caras más visibles de este proceso son, en primer lugar, la microsegmentación (microtargeting) de los votantes para enviar mensajes específicos a cada pantalla; mensajes que pueden ser reales o falsos, pero que se diseñan de acuerdo con las preferencias de consumo y el comportamiento de los votantes en las redes sociales, y buscan movilizar la conducta de este en uno u otro sentido.

De esta forma, por ejemplo, votantes que tienen convicciones políticas opuestas, digamos un chavista y un opositor, pero ambos magallaneros, pueden ser inducidos a votar contra sus convicciones ideológicas mediante mensajes quirúrgicamente diseñados para hacer aparecer la elección como un partido Caracas-Magallanes. Sería éste, literalmente, un voto fanatizado.

Como dice Byung Chul Han, la racionalidad es lenta. La emoción es instantánea, rápida. La paradoja resultante de este fenómeno es que la IA puede hacer que la gente vote impulsivamente afectada por un mensaje o evento (real o falso) que lo conmueva, aunque ese voto irreflexivo contradiga incluso sus intereses económicos o de clase.

Oscar Schemel ha llamado a este votante manipulado por las redes sociales el votante neurótico. Después de todo, al algoritmo no le interesa lo que piensas ni cuáles son tus ideas. Lo que le interesa es poder manipular tu conducta con base en la información que tú mismo le envías desde tu celular. Y ello vale igual para la acción de consumir como para el voto.

Desde el caso Cambridge Analytica-Facebook en la campaña que llevó a Trump a la presidencia y en el referendo sobre el Brexit en el Reino Unido, este fenómeno no ha hecho sino crecer. Hoy hay mil “Analyticas” en el mundo.

Hay otro aspecto esencial y es la divulgación de las “deepfakes”, la falsificación de la realidad a través de videos, imágenes, o audios tan realistas que pueden convencer a la gente incluso después de que hayan sido desmentidos. El uso de IA generativa para producir contenido irreal pero creíble, a bajo o nulo costo, convierte el uso de estas falsedades profundas en una constante en los procesos electorales.

¿Estamos pasando de la democracia, el gobierno del pueblo, a una “emocracia”? ¿La decisión final la tendrán las emociones a través de votantes neurasténicos, que creen todo lo que les llega al celular, o que incluso sin creer en los mensajes diseñados por IA se dejan arrastrar por la euforia o la sinrazón? ¿Dejaremos que las redes sociales sustituyan la realidad?

Lo acabamos de ver en el caso de la elección de Javier Milei en Argentina. Nunca antes un pueblo votó tan masivamente por un verdugo construido en las redes sociales y nunca antes se arrepintió tan rápido.

La IA –como toda tecnología– no es neutra, responde a sesgos e intereses, advierte la Unesco. Sería bueno no desechar este consejo.

Y no, no tenían razón los neoliberales de los 80. Hoy no es el pueblo el que le hace daño a la democracia.

(William Castillo)


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