viernes, 18 / 04 / 2025
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Citgo y la industria del saqueo: William Castillo lo explica en su nueva columna

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No será como el asalto al tren de Glasgow en 1963, o el robo al Banco  francés Société Générale en los años 70. Tampoco se compara con el atraco en el aeropuerto JFK de Nueva York, que Martin Scorsese llevaría después al cine, y menos aún con la furtiva incursión a las bóvedas del Banco Central de Brasil en el 2005.

No. De lo que aquí hablaremos no tiene nada que ver con “El golpe”, aquella película de 1973 sobre dos honestos estafadores, ni con la odisea netflixiana de “La casa de papel”.

El despojo a Venezuela de la empresa Citgo Petroleum, que, según ha dicho el juez estadounidense Leonard Stark, está a punto de concretarse en ese paraíso fiscal llamado Delaware, en Estados Unidos, no se parece mucho a esos curiosos delitos que insuflan la imaginación fílmica o literaria.

A diferencia de aquellos, el caso Citgo trata más bien de la concreción de una criminal operación jurídica y financiera, basada en una política exterior de agresión a nuestro país, que  manipula instancias judiciales a través de ese parapeto pro estadounidense que se llamó el “Interinato”, para arrebatarle a Venezuela uno de sus principales activos.

Rematar Citgo en una “subasta”, como lo ha prometido el juez Stark, supone un acto de pillaje histórico de proporciones inimaginables, ejecutado al amparo de las mal llamadas sanciones y del desconocimiento del Gobierno legítimo de Venezuela. Un complot cínico e ilegal en su concepción, audaz en su ejecución que –de materializarse– despojará a Venezuela de una empresa valorada en 15 mil millones de dólares. El próximo 15 de julio, Citgo podría ingresar a lista de monumentales despojos que a lo largo de la historia han sufrido los pueblos por obra del colonialismo, del imperialismo.

Y aún así, es tal la complejidad de su trama que si alguien se propusiera escribirla, difícilmente lograría una historia tan acabada.

Venas abiertas, ayer y hoy

El gran Eduardo Galeano en “Las venas abiertas de América Latina”, ofreció la más increíble crónica histórica del pillaje a nuestros territorios desde 1492 hasta finales del siglo pasado. Decía el autor uruguayo que su texto buscaba “ofrecer una historia del saqueo y a la vez contar cómo funcionan los mecanismos actuales del despojo”.

Por ello, en su libro aparecen mezclados, juntos y revueltos, los conquistadores en las carabelas y los  tecnócratas  en  los  jets; Hernán  Cortés  y los marines; los corregidores del reino y las misiones del Fondo Monetario Internacional; los traficantes de esclavos y la General Motors. El colonialismo ha sido siempre no solo el mecanismo político mediante unos países controlan a otros sino, sobre todo, el instrumento para arrebatarles sus riquezas, su patrimonio.

El ejemplo de Citgo tiene, sin embargo, referentes mucho más cercanos. A Libia –invadida sin mediar razones en 2010, mientras la sumían en el caos y asesinaban a su presidente–, el sistema financiero internacional le birló 400 mil millones de dólares de sus reservas depositadas en Europa. A Irán le confiscaron varios miles de millones en los años 80. A la Federación de Rusia –mediante sanciones– la han despojado desde 2022 de 600 mil millones de dólares de sus reservas. Y para que nadie dude de para qué sirven los fondos bloqueados, en la reciente “conferencia por la paz en Ucrania”, Estados Unidos y Europa anunciaron que le prestarán al régimen de Zelensky 50 mil millones del dinero robado a Rusia para que siga en la guerra.

La industria del saqueo

Los despojos de antaño en América siempre se justificaban en el orden jurídico colonial. Simplemente todo lo que alcanzaba la mirada y más allá, todo lo que era descubierto y lo que estaba por descubrirse, tierras,  mares, recursos, gentes, le pertenecía a los reyes de Castilla y Aragón.

Hoy –con las medidas coercitivas unilaterales como excusa– se impone un diseño neocolonial, un sistema de control económico y financiero desde el extranjero. Quien legitima el atraco a las arcas y fondos de países objeto de sanciones es una poderosa industria internacional de la trapacería y el despojo.

En ese tinglado de negocios y corruptelas están bancos internacionales, empresas de lobby, bufetes, tribunales civiles y de arbitraje, dirigentes y partidos políticos, medios de comunicación e incluso la red de las llamadas ONG (organizaciones no gubernamentales), que se lucran con el robo de los activos de los países sancionados.

Autoridades, políticos, bancos y jueces de otros países deciden si 32 toneladas de oro venezolano depositado en Inglaterra pertenecen a Venezuela o deben entregarse a una banda de delincuentes nombrada por un supuesto presidente que nunca existió. Disponen que Citgo sea rematada para pagar deudas de la República mediante retorcidos subterfugios jurídicos; deciden que un avión de Venezuela sea destruido de la noche a la mañana porque  “se violaron las sanciones”.

Desde 2020, el FMI mantiene retenidos 5 mil millones de dólares de nuestro país alegando problemas de gobernabilidad; y aún hoy, en 2024,  el Directorio del fondo no sabe quién es el presidente de Venezuela. Desde 2018, un banco portugués se apropió de 1.800 millones de dólares de Venezuela para “protegerlos” de la corrupción. Ahora dice que no sabe dónde está ese dinero.

La industria del saqueo es la cara oculta y tenebrosa detrás de la guerra económica, de la retórica sobre la “transición” y la “restauración” de la democracia; detrás del discurso hipócrita de defensa de los derechos humanos sobre el que se apoyó en los últimos nueve años la asfixia económica a nuestro país.

Venezuela no tiene otro camino que no sea defender en todos los espacios  internacionales, en instancias judiciales, económicas y multilaterales su verdad. Luchar con todos los recursos que nos dan la razón y el derecho, contra la industria del saqueo. Derrotar el modelo neocolonial de las sanciones y llevar a  la justicia a sus ejecutores y cómplices.

No nos queda otra opción. Debemos convertir esta historia reciente de miseria y traición en el profeta del que habló Galeano, para que –luchando contra lo que nos han hecho– no vuelvan ni siquiera a intentarlo nunca más.

Nota: La próxima semana, la historia en detalle del caso Citgo.

(William Castillo)


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