Nació como Amaranta Pérez, pero Amaranta es como se la conoce en el mundo de la música.
Su vida artística ha dado varios saltos cuánticos. El primero cuando pasó de la música caribeña al canto coral. Otro salto lo dio cuando pasó al Jazz y el último de esos giros cuánticos la situó en el universo de la música venezolana de raíz. Y hoy es considerada la heredera de una larga tradición de mujeres cantoras de Venezuela.
Ella hace de cheff para sus amigos y es experta en la elaboración del arroz con mango. Hay quienes dicen que tiene amplios poderes intuitivos, pero lo que nadie duda es que posee una voz melodiosa, armónica y potente…
Hoy se sienta en el sofá: Amaranta.
—Naciste en Chacao pero ¿eres caraqueña, caraqueña?
—Pues mis primeros añitos fueron en la parroquia Coche y aún tengo el ruido, que podría ser musical, del mercado, un lugar caótico, mi ventana daba para allá. Recuerdo toda la activación que significaban los trabajadores llevando el fruto de todo el país, mira que simbólico… Tengo esa imagen muy clara, tengo también olfativamente esa sensación. Y sí, me siento también mirandina.
—Amaranta, ¿cómo llegó la música a tu vida? ¿Dónde la encontraste? ¿En Chacao? ¿En Coche?
—Es que mis padres se conocieron cantando. Tengo uso de razón del canto y de la música en general, presente desde el seno de la familia. Y lo hice consciente, cuando comencé a decir: pero es que a mí esto me gusta. Yo desde pequeña me la pasaba fastidiando ¡Uy!, era fastidiosa cantando y repitiendo, imitando sonidos. Sonaba la flauta y yo quería cantar la flauta y me aprendía todos los instrumentos.
—¿Empezaste imitando sonidos de instrumentos?
—Sí, disfrutaba mucho imitando los instrumentos. Me encantaba hacer eso y entender que formaban parte de un momento determinado, de un acorde. Esa presencia de los instrumentos me encanta.
—Ese juego infantil se quedó en ti, porque en tu música hay mucho juego vocal…
—Me encanta, me encanta, es parte de mí, de hecho, yo creo que soy más feliz cantando coros, o sea, haciéndole coros a la gente, me siento como pez en el agua, me gusta.
Me acuerdo chiquita limpiando y haciendo ruidos, ruidos de una aspiradora, por ejemplo, y ese sonido que generaba era un fondo musical me permitía jugar con eso.
—¿Y los instrumentos cuándo empezaron, Amaranta?
—Mira, yo empecé ciertamente con el cuatro de mi tía, que estaba guindado en el clavito más alto de la casa ¡Ahí en Coche! Era inalcanzable. Era una cosa que necesitaba agarrar. Y bueno, obviamente verla a ella tocando, con mucha destreza… Mi tía Janine… cuando me permitieron alcanzar ese instrumento, pues era la situación de faena del hogar. ¿Cómo iba a aprender yo, si mi mamá estaba fregando, mi tía estaba atendiendo a mi abuelita… entonces yo andaba con ese cuatro para todos lados. Mi mamá me enseñó en medio de su faena, lo agarraba y me decía esto es así. Pero fue empírico mi acercamiento al instrumento, totalmente empírico. Es más… acaba de hacer llegar a un lugar de conciencia… recuerdo que mi primera banda musical fue un conjunto de aguinaldos, con un tobito, el cuatrico y el rayador de queso…
—Amaranta, ¿recuerdas el momento en que te diste cuenta que cantabas bien?
—O sea, yo… ¿sabes? Sí, siempre sentí que lo hacía bien. Seguridad, siempre sentí seguridad, de que “ese tono yo lo hago”, y me exigía. Yo creo que sí había como una empatía de seguridad, así con desparpajo te lo digo.
—Empezaste un recorrido por el canto que tiene un amplio abanico. Hiciste canto coral, música sacra, renacentista, barroca, popular, pasaste por la Camerata Barroca, por el afamado Orfeón Universitario de la UCV…
—Así lo veo… y también hice trabajos de música latina. ¡Yo canté en mis fiestas! Pop, rock, salsa, merengue… y lo que salía era bueno…
—…A ver eso de la música caribeña ¿fue antes de todo el trabajo coral?
—Fue en paralelo, porque… bueno, lo que pasa es que mi familia materna tenía más cercanía con la música tradicional, y mi papá es un melómano que escuchó todo, escucha toda la música del mundo. Cantar en español implica manejar un repertorio caribeño, implica conocer el sur, conocer la divinidad de la cadencia de lo latino o llamado latino, y los boleros, en mi familia se canta mucho bolero. Mi papá es un cantante de boleros, de valses, de un repertorio también bellísimo, entonces no había manera.
—Pero tuviste una banda de jazz como llegó el jazz…
—Yo crecí escuchando jazz. Mi papá conoce nombres de bandas, cada músico, cuándo nació, de dónde viene, no se pierde un concierto ¡así de impresionante! De dónde venga, él se entera, es una persona muy preparada en el mundo musical, podría dar cátedras extraordinarias de grandes personalidades de la música y del jazz.
—¿Qué te enseñó a ti ese periodo jazzista?
—En un principio, la fascinante capacidad de viajar en un acorde por muchísimas ideas sonoras… pero tú sabes que me ocurrió algo, reencontrarme con mi música tradicional y decir “pero es que nosotros hacemos eso”, porque la música popular y ocurre en el mundo entero, la música popular lo asimila a uno como raíz, y llega un momento en que cada quien hace su propia versión.
—Amaranta, tienes tres discos publicados
—Cuatro. Hay uno que es muy casero, que incluso tiene sus detalles rítmicos, que no están logrados de manera profesional, pero que representan para mí una riqueza grande, porque son del repertorio llanero.
—¿Hay géneros venezolanos que no hayas cantado?
—Sí. Centenares diría yo. Me encantaría grabar una gaita, no he grabado gaitas, he cantado, pero de grabar me encantaría grabar una linda gaita zuliana.
—¿Eres detallista para componer, lo mismo que cuando cocinas?
—Bueno depende del plato, pero también me gusta mucho la situación de improvisar, abrir la nevera y decir “¿esto eso lo que hay?, Vamos a ver qué hacemos, y es lindo cuando sale algo maravilloso.
—¿Es cierto que vas por la vida sin apuros,? ¿Cómo te va con eso en esta sociedad que parece que no hay tiempo para nada?
—Yo creo que es una victoria humana, cuando el tiempo no te hace, no te esclaviza. Esa ha sido una batalla mía. A mí me gusta también la puntualidad, pero creo que la hostilidad a la que somos sometidos como seres humanos en este sistema cultural, es uno de los eslabones de dominación más feroces y me preocupa muchísimo el cómo estamos sujetos al fenómeno del tiempo. La música para mí es un manejo del infinito, porque cuando estamos haciendo una melodía, con libertad en un acorde, podemos pensar muchos caminos sobre cómo hacer esa melodía, y decidimos uno, nada más pensar en eso, en esa libertad, y todo el tiempo que tuvimos para resolver el acorde para mí es una demostración de que el tiempo no existe.
—Tienes otras pasiones… la bicicleta, el diseño, el dibujo, ¿a esas cosas le dedicas la misma pasión que a la música o son solamente pasatiempos?
—Si les dedico, mentalmente. Si estoy pensando en el dibujo, en el color. Desde niña me ha gustado el dibujo, pero no me dediqué, digamos, como una disciplina, me siento como ingenua, no me siento una pintora, pero sí he recibido ciertas influencias que me han ayudado a crear cosas. ¿Y el diseño? también es empírico, me gusta mucho pero no tengo muchos conocimientos, es más una intuición y observación intuitiva.
(Ernesto J. Navarro / Laiguana.tv)
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