Ella ha sido certificada como Portadora Patrimonial de la Nación… que no es algo menor. En el ambiente musical todos la llaman “maestra”, pero también La madre cantora de Venezuela. Tiene 15 discos grabados y centenares de conciertos que las han convertido en una referencia del cancionero tradicional de Venezuela… y más allá.
Hoy se sienta en El Sofá, la maestra Lilia Vera.
—Lilia, querida… un honor que visites.
—Muchas gracias por la invitación.
—Sabes que con los artistas pasa que, de tanto verlos, uno llega a sentir una familiaridad, aunque no los conozca personalmente….
—Porque somos familia, porque somos de este pueblo, de este país y todos nosotros somos familia. Venezuela es nuestra madre y como es nuestra patria y es nuestra madre, pues, somos hermanos, hijos, somos eso, curruñas pues…
—Tú naciste en la Concepción Palacios, ¿verdad?
—Sí, yo soy Sanjuanera, de la Parroquia de San Juan. 100% caraqueña. San Juan es uno de los sitios más emblemáticos para nacer en Caracas. El que no haya pasado por ahí, le tocó una matrona.
—Naciste en plena dictadura de Marcos Pérez Jiménez, pero en tu niñez te tocó vivir el espíritu libertario del 23 de enero, ¿eso es como una marca generacional?
—La verdad que la viví, porque siendo una niña todavía, pequeñita, y yo vi el vuelo de la vaca sagrada. Mi papá me decía: mira, ahí va la vaca sagrada, y yo decía ¿cuál vaca, papá? (risas).
—¿Tú te llamas Lilia Ramírez Villamizar, ¿de dónde salió el Vera?
—Alias, La Vera, bueno, fíjate tú. Para mi cédula soy Lilia Ramírez y la gente no me entiende, y cuando voy al médico se me quedan mirando, me dicen: yo como que la conozco a usted, pero usted es Lilia Vera, pero la cédula de identidad dice Lilia Ramírez Villamizar.
El asunto es que, por ahí por los años 70 y algo, para no entrar en el numerito, me casé con un Vera. Entonces cuando yo iba a las reuniones de los amigos de la universidad, y al llegar, los amigos decían “ahí vienen los Vera”. De pronto apagaban la luz y empezábamos a cantar como los hippies, tú sabes. Y cuando yo cantaba en ese lugar, con la luz apagada la gente se preguntaba ¿y quién canta? Ella se llama Lilia, ¿Lilia que? No sé pero ella está casada con Vera… y ahí me bautizaron de esa manera como Lilia Vera.
Acuérdate también que en ese entonces, hablamos de esa década de los 70, todavía se usaba aquello de que la mujer cuando se casaba, usaba el apellido del esposo, entonces perdía el apellido paterno y entonces era “de alguien más”.
Eso pasó conmigo y la gente me identificaba como Vera, y bueno yo me quedé así porque la gente a pesar de que desde los 8 años yo incursioné en el canto y me empecé a ganar la vida a los 11 años, porque tenía mi mamá enferma y mi papá enfermo, y tuve que salir a la calle a trabajar, y trabajaba con mi canto, para lo que me dieron un carnet.
—…de la Asociación Venezolana de artistas de la Escena…
—¡Exacto! me dan la autorización porque era menor de edad, un permiso para que pudiera recibir el emolumento en ese momento. Entonces yo cantaba música de todo tipo: en las radios, en la Hermandad Gallega como tú no tienes idea.
En esa época éramos un grupito, a ver: Raquelita Castaño, Orlando Morales, los hermanos O’Brien, Las Cuatro Monedas.
Incluso fui, eso no sé por qué no está registrado en el canal 8, a los 13 años a cantar en la inauguración del canal 8 (VTV), en un programa que se hacía los sábados y los domingos, y que era algo así como fantasías infantiles. Allí había música y teatro infantil, etcétera.
Yo a esa edad ya me ganaba la vida para poder ayudar a la familia.
—¿A los 11 años ya tenías clarísimo que cantar era un trabajo y una responsabilidad?
—Yo creo que sí. Mi maestro de música, vivía en la misma cuadra, era Ángel Guanipa. El primer cuatro que me regalaron, que me lo regaló papá, lo consiguió Guanipa. Ese cuatro era más alto que yo. Y empecé chiqui chiqui chiqui chiqui… Andaba con ese cuatro para arriba y para abajo. No lo soltaba. Yo era mala en matemáticas, pero no me dijeran: ¡Ramírez, la cartelera!, Ramírez, hay que pintar!.
—¿Qué edad tenías cuando supiste tocar el cuatro?
—Yo salí a tocar con mi cuatro, a los 11 o 12 años, aunque en algunos momentos tuve el apoyo de otros músicos que me ayudaron con el arpa, el cuatro, el maraca y ese tipo de cosas.
Nunca me planteé que si yo cantaba bien o no, nunca me lo planteé, porque para mí eso era mi mayor satisfacción. Los sábados y los domingos eran mis días especiales, porque hacía la limpieza y cuando terminaba, me sentaba en la sala y empezaba a cantar. Mi papá que también era músico, me ayudó con el cuatro. Pero nunca me plantee que yo iba a ser cantante.
—Lilia, ¿cómo comenzó tu acercamiento con la música popular venezolana? —Básicamente, toda mi vida canté… Pero, ¡cónchale! Eso es una cosa bellísima. En mi casa había un televisor que era de marca Admiral, de cuatro patas una cosa enorme, un cajón. A las 12 del día transmitían un show que lo realizaba un señor que se llamaba Víctor Saume, y en ese televisor cuando yo era apenas una una pichurra, veía gente como a quien fue mi maestro de música: Ángel Guanipa, también ví a Magdalena Sánchez que la amaba, y a don Rafael Montaño, ¡Yo admiraba aquel hombre! Pulcro, con su liquiliqui, bien bello y aquella voz.
Pero Magdalena Sánchez me influenció de alguna manera. Yo amaba lo que esa mujer hacía, como cantaba, yo la adoraba. De verdad, para mí, Madelena Sánchez fue un icono muy importante, igual que el maestro Rafael Montaño. Y voy a hacer una parte. Tuve la fortuna, después de vieja, después de mujer, de compartir escenario con Magdalena Sánchez y con el maestro Rafael Montalvo. Eso ha sido para mí, una de las cosas bellas que me ha dado la vida.
—¿Te propusieron cantar comercialmente?
—A mí me lo ofrecieron, pero con plumas, lentejuelas y esas cosas, nunca tuve nada que ver. Me lo planteó la disquera: esas canciones que cantas están muy bonitas, pero había que hacer otras cosas, otra música.
Les dije: lo lamento, eso es lo que yo quiero, a mí nada de lo demás me interesa.
—¿Qué opinas del término “canción de protesta”?
—Eso se usó en los 60, los 70, pero yo no me encuentro protestando, yo me encuentro testimoniando, porque cuando tú ves lo que le está pasando a Palestina, tú tienes que testimoniar. No es que vas a protestar por protestar. No, yo doy testimonio de lo que mis ojos están oyendo y están viendo a través de las imágenes que, por ejemplo, Telesur nos está pasando. Eso es humanidad, es la humanidad que la están tratando de acabar.
—Hablas de humanidad y me viene a la mente Alí Primera. Justamente hoy que estamos grabando este programa se hizo el preestreno de la película sobre Alí. ¿Tienes alguna expectativa?
—Me invitó Daniel Yegres, y sé que ahí me está emulando como actriz, nuestra amada Amaranta, que para mí es como una hija, pues es una muchacha que de verdad está haciendo un hermoso trabajo, una compositora increíble.
—Lilia, cuando cantas ocurre un asunto emocional, en eso de meterse en la piel del que escribió…
—Es un feedback, es algo que se compenetra con el alma, que a veces te puede dar como un subidón de energía como también te puede bajar. Si, a mi me ha pasado. Me ha pasado que de repente me he tenido que callar, porque se me agolpan las lágrimas, porque me acuerdo del personaje.
—Tu vida, de alguna forma, es pública, una parte de ella. ¿Te gusta ser reconocida?
—Bueno, yo no me he ocupado nunca de eso, los demás se han ocupado, pero no yo nunca. Y sabes, a mí se me olvida que yo soy un supuesto personaje público.
—¿Cómo que se te olvida?
—Sí, porque, claro, la gente me ve y me sigue. Y sobre todo las personas que no son afectas a lo que uno piensa y entonces de pronto te insultan, te nombran la mamá, ¿entiendes? Y cosas así por el estilo, o te amenazan para golpear. Entonces yo veo algo que está ocurriendo en la calle, y formo mi peo ¿me entiendes? ¿Por qué? Porque yo siento, porque yo soy un ser humano, y siento y padezco… de repente me dicen “mira Lilia no te estás dando cuenta que te reconocieron…”
—¿Tienes rituales?
—Me gusta el café con canela, limpio la casa con palosanto, las sorpresas no me gustan.
Todas las mañanas cuando puedo, tomo mi café con canela. Pero a veces me da por ponerle chocolate, mejor dicho cacao, entonces hago esos experimentos café, cacao, canela y a veces le hago un tilín de azúcar para que no te acostumbres.
—Te pregunto esto, ¿si viniera un amigo tuyo del extranjero a qué sitio de Venezuela lo llaverías?
—Al pico El Águila de Mérida, para que sepa lo que es el frío, para que sepa lo que es este país. Y luego lo llevo al mar, para que vea nuestra costa. Tenemos, hay tantas cosas hermosas en mi país. Yo lo he podido recorrer casi todo y lo disfruto, lo gozo. La manera de expresarse, de un margariteño, de un cumanés, ¡eso es una maravilla” Las maneras de expresión que tienen en el Zulia, tú que eres de por allá… cuando puedes convivir, compartir, eso es maravilloso.
—…¿y si a ese mismo amigo le tuvieras que recomendar un plato venezolano?
—La gente dice: tienes que probar la arepa, pero como yo tuve una formación, una crianza donde mi madre cocinaba de maravilla, se me hace cuesta arriba decirte algo específico. Porque si no come un pabellón, venga de donde venga, depende de qué parte del mundo venga.
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(*) Ernesto J. Navarro es periodista zuliano y escritor. Ancla del podcast “El sofá”. Ha publicado tres libros de poemas y la novela Puerto Nuevo. Ganador del Premio Nacional de Periodismo 2015.
RRSS: @ernestojnavarro.
(Ernesto J. Navarro / Laiguana.tv)