Nuestro invitado de hoy pudo haber sido una estrella internacional del tabloncillo. Estaba a punto de ser firmado por un equipo profesional cuando un accidente en moto lo sacó de juego.
El accidente le causó una lesión que, inesperadamente, lo situó frente a una profesión que terminó siendo su vida. Quizá no sea fortuito que naciera en la parroquia más musical de Caracas: San Agustín.
En la actualidad es un maestro del jazz y es venezolano…. Hoy se sienta en El Sofá, el jazzista Manuel Barrios.
—Hola Manuel, bienvenido brother…
— Muchas gracias a tí…
—Manuel, tú eres de San Agustín, de La Yerbera…
—Así es
—Mira, uno que no es de ahí, tiene la impresión, que San Agustín es como una fiesta permanente…
—Sí, como te comentaba, San Agustín prácticamente es un teatro abierto, permanente, con múltiples expresiones artísticas, siempre fue así. Y lo más curioso es ver como todos los habitantes tienen una relación directa con el arte y lo viven. O sea, más allá de la condición social, hay una interacción humana permanente que está toda fundamentada en el hecho artístico. Eso es maravilloso.
—…y San Agustín hay de todo, hay músicos, hay artistas, hay bailarines. Es donde se nucleó todo el arte de la ciudad….
—Sí, y además, los que no son artistas son deportistas. Entonces es muy bueno.
—Justamente, tú eres músico, pero entiendo que ese no era tu plan original… ¿eras basquetbolista?
—Sí, sí, sí, sí, sí. Amo el deporte y el baloncesto. Desde muy niño fue la disciplina que me atrapó y captó mi atención y mi tiempo… hasta que descubrí la música.
—Manuel ¿desde qué edad comenzaste tú a practicar basquetbol?
—Oye, yo creo que de los cinco años. Pero, pero cuando entré en el Liceo Militar Monseñor Arias fue el momento en el que tuve mucho más tiempo de practicar, porque tenía la cancha disponible todo el tiempo, y entonces estaba todo el día con el balón. Iba para las clases, pero siempre con el balón debajo del brazo. Tenía ocho o nueve años, fue cuando comencé a jugar todos los días, varias veces al día, porque jugaba también en la noche. Bueno, y esa es la práctica.
—Cuando uno escucha historias de deportistas de alto nivel, por ejemplo, los futbolistas, se repite el cuento de que los llevaban a entrenar y cuando salían seguían jugando pelota…
—Y que como con un contacto permanente con la disciplina que practican, es lo que te hace avanzar. Mi diferencia con esos cuentos es que a mí no me llevaba nadie. El baloncesto fue una decisión personal. De hecho, mi familia, me ha visto jugar poco o casi nada. Se convirtió en una disciplina, y esa disciplina me ha acompañado toda la vida. Además, tú existes…. cómo explicarte, especialmente en mi parroquia, donde hay tanto talento… la gente admira y respeta a sus artistas, a sus deportistas.
—Manuel, yo tengo entendido, perdona que te ataje ahí, que te forzaste tanto que tú llegaste a un nivel, ya te habían firmado o estabas a punto de firmar para jugar profesional…
—Bueno, estaba en eso. Jugaba en varias categorías simultáneamente. Entonces todo era una fiebre, era jugar sin parar. De todo eso rescato la disciplina, porque detrás del deporte hay una decisión, hay mucha determinación en cuanto a conseguir los objetivos y a mejorar tu performance de manera permanente.
—Pero ¿si te firmaron o estabas a punto de firmar cuando ocurrió un accidente?
—Sí, sí, sí, sí. Estaba ya a punto de dar el paso e iba a cumplir 18 años. Estaba la Liga Especial del Baloncesto y entonces, bueno, había todo un revuelo con eso. Y tenía muy buenos, muy buenos amigos que me estaban impulsando a que fuese más allá. Todos querían que llegara y yo estaba muy entusiasmado. Y bueno, saliendo de un entrenamiento, tuve un accidente en mi moto. Esa es otra de mis pasiones. Las motos. Desde muy niño, fue una pasión que todavía tengo. Después de ese accidente, me pusieron un yeso: desde el pecho hasta el pie. Aquí, en el Hospital Universitario.
—O sea, fue un trancazo, ¿no?
—Sí, sí, tuve una luxación de cadera y entonces por el tipo, por lo peligroso de la zona, me enyesaron completo. Cuando me recuperé, intente volver a tomar mi tiro, iba a la cancha como podía.
Allí conocí a un niño, un ángel mágico que cruzaba todas las mañanas. Yo me iba con la muleta para la cancha y él cruzaba desde San Agustín del Sur a La Yerbera, él me pasaba la pelota… cuando me cansaba, él se quedaba jugando solo. Y entonces me decía. “mira, abrieron el núcleo de la orquesta juvenil en San Agustín. Yo estoy estudiando el violín”. Yo le respondía sin interés: “Ah, qué chévere. Pásame la pelota”. Y al día siguiente volvía: “Oye, tú tienes que conocer a mi profesor de violín. Eso sí es chévere”.
Y yo: “Vale, ya empezamos a practicar. Sí, sí, pásame la pelota.
Hasta que un día llegué, no aguanté más. Y entonces fui hasta el taller cultural San Agustín. Donde además trabajan unos maestros maravillosos, súper comprometidos. Nunca me cobraron un medio. Ahí aprendí a leer música.
—Ah, pero fuiste a averiguar y te quedaste…
—Fui a averiguar. Cuando llegué, muy loco, porque cuando llegué, estaba la puerta, estaba la reja cerrada, la reja del taller. Y tenía una cadena con un candado, pero era un candado así, pero enorme. Yo no sé de dónde sacaron ese candado, un candado así, pero de película, exagerado.. Dentro estaba sonando un instrumento, pero me parecía que eran dos. Empecé a tocar la puerta como un loco, y salió un viejito que cuando me vio grandote así, el señor creyó era un malandro jajajajajaj… Salió quien después fue mi maestro de violín, José Guridi.
Resultó que la pieza que él estaba interpretando era de Maurice Ravel, llama Tzigane, que es una pieza maravillosa que tiene un aire como gitano.
—Manuel, ¿no sería muy loco entonces decir que la música llegó a ti por accidente?…
—Totalmente. Me transformó la vida, por supuesto. En mis planes nunca estuvo la música como un camino, porque en mi familia tampoco había músicos. Aunque San Agustín es una parroquia muy musical. Claro, pero entonces ¿qué pasa? Ocurrió un fenómeno que yo pude comprender haciendo los estudios del posgrado de UNEArte para el doctorado. Cuando me piden que haga una reconstrucción de mi propia historia, y que trate de comprenderla. Resulta que pasó un fenómeno maravilloso, y es que pude entender que desde que tengo memoria, la música y en especial la música que contiene improvisaciones estuvo siempre presente.
Mi primer recuerdo, por ejemplo, el primerito así musical fue que vi a José Fajardo con su Charanga en un televisor Philips que tenía mi abuela, que era de puntos, ni siquiera era de rayas… yo creo yo soy míope por culpa de ese televisor, porque yo me pegaba a verlo y era muy pequeño. Pero la flauta de José Fajardo me impresionó. Y ese recuerdo está ahí. Y después empiezo a reconstruir toda mi infancia y toda mi historia a través de mis recuerdos musicales y termino usando algo realmente maravilloso. Toda la música que escuchaba mi papá, que era fanático de los tangos y fanático de la música venezolana.
Por otra parte, mi mamá escuchaba música bailable y lo que hacía era bailar en la cocina. Entonces era como otro mundo, porque mi papá en el recibo escuchaba una cosa mucho más dramática. Por mis primas de Maturín, aprendí la música, de los Tres Tristes Tigres y toda esa música romántica de los grupos de los 70.
Toda esa música se quedó, de verdad se quedó. Mi vecino José Toro, que en paz descanse, era un fanático salsero impresionante. Y entonces yo estaba de este lado, muy pequeño, jugando carritos, qué sé yo, cualquier cosa, y él estaba poniendo toda esa música. Y también aprendí todo. Y lo sé, lo puedo decir. Y después lo corroboré sin saber. Y en la universidad comprendí dando clases que todo eso se llama transcripción.
—Manuel, empezaste la música por el violín. ¿Qué otros instrumentos tocas, o saltaste inmediatamente al saxofón?
—El instrumento de transición fue la flauta. Después del violín vino la flauta. Un día llegó mi hermano, que en paz descanse, mi hermano menor, y llegó con una flauta que consiguió con mi papá en Carora. Una flauta Yamaha YFL 21. Tremenda flauta. Y llegó y eso fue una gran sorpresa porque yo siempre había estado con las cosas con Larry Harlow y Johnny Pacheco, eran tipos interesantes. Pero el saxofón era algo así, totalmente lejano, porque el saxofón siempre ha sido un instrumento costoso. En ese entonces yo decía, bueno, pero de repente algún día pudiera ser. Luego, también mi hermano vio un saxofón usado, “está viejito y tal, pero suena”. Y empecé con ese saxofón.
—¿También fue empírico el saxofón o estudiaste?
—Con el saxofón, todo fue autoaprendizaje. Ya leía música fluidamente y la técnica de digitación de la flauta te ayudó con el saxo. El único problema era la sonoridad. Cómo dominar el sonido en el saxofón. Y bueno, ahí no había problema porque yo practicaba sin descanso. Digamos que trasladé la disciplina del deporte al aprendizaje de los instrumentos. Eso me dio constancia. Es claro, por supuesto. Y a la música y a la vida dentro de la música en líneas generales.
Manuel Barrios es un músico de amplio recorrido internacional. Ha tocado con Ricky Martin y Franco de Vita, entre muchos otro… todos los detalles de estas otras historias, están en el podcast que puedes ver en vivo en nuestras RR.SS., y en nuestro canal de Youtube.
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(*) Ernesto J. Navarro es periodista zuliano y escritor. Ancla del podcast “El sofá”. Ha publicado tres libros de poemas y la novela Puerto Nuevo. Ganador del Premio Nacional de Periodismo 2015.
RRSS: @ernestojnavarro.
(Ernesto J. Navarro / Laiguana.tv)
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