lunes, 21 / 04 / 2025
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El épico final de una guerra cruel: 200 años de la Batalla de Ayacucho

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Hubo 2 mil 300 muertos y una cantidad similar de heridos en una refriega que duró apenas alrededor de cuatro horas, es decir, más de nueve muertos y nueve heridos por cada minuto. Estos datos confirman que la Batalla de Ayacucho, que ocurrió tal día como hoy, hace 200 años, fue una de las más épicas y sangrientas de toda la Guerra de Independencia de Nuestra América.

De tal guerra, tal final, podría decirse, porque el episodio que marcó la derrota definitiva de España en Suramérica resultó tan cruento y despiadado como había sido la guerra en casi todo el tiempo que duró, unos doce años.

Ayacucho fue el corolario de una serie de grandes batallas, heroicamente ganadas por el Ejército Libertador y que significaron la liberación de territorios estratégicos, como lo fueron Boyacá, Bomboná, Carabobo, Pichincha, Maracaibo y Junín.

Ambos ejércitos arrastraban el desgaste de largas campañas militares. Pero los patriotas tenían la ventaja de esas emblemáticas victorias, la sensación de estar a punto de ganar la guerra y la motivación de expulsar de estos territorios a las tropas de ocupación de un reino que había esquilmado al continente por tres siglos y había cometido terribles crímenes de guerra durante algo más de una década. El factor épico estaba del lado del Ejército Libertador.

Las tropas realistas se encontraban diezmadas y habían sido ampliadas a duras penas con hombres reclutados forzosamente. Los soldados eran, en su mayoría, campesinos de Perú y Alto Perú (la región en la que luego se crearía Bolivia). Se estima que de 7 mil individuos, sólo unos 500 eran españoles. 

En el alto mando estaban destacados militares enviados por el imperio europeo, como José de la Serna y José de Canterac, así como otros, nacidos en la península ibérica, pero formados sobre la marcha en el oficio castrense. Tales eran los casos de Gerónimo Valdés y Baldomero Espartero. Pese a su sapiencia en las artes de la guerra y su fama de crueles e implacables, fueron derrotados por el general Antonio José de Sucre, quien apenas tenía 29 años de edad.

Para Sucre, la batalla fue su consagración definitiva. El planteamiento estratégico fue impecable y la ejecución sobre el terreno, también. Se adaptó de manera adecuada al lugar de combate, ubicado en la zona centro-sur de Perú, y utilizó eficazmente los recursos disponibles. Así que fue totalmente merecido el que se le asignara el formidable título de Gran Mariscal de Ayacucho.

Pese al carácter muy violento de esta última batalla, y también a pesar de lo encarnizada que había sido la guerra toda, Sucre y los otros oficiales de alto rango del Ejército Patriota aceptaron la propuesta de capitulación presentada por Canterac, Valdés y Juan Antonio Monet. Esto fue una demostración de la magnanimidad del cumanés, quien ya había destacado por su participación en los acuerdos para regularizar la confrontación bélica. Por ello, Sucre es considerado un pionero del derecho humanitario de guerra.

Irónicamente, esos oficiales que fueron tratados con dignidad por Sucre y sus subalternos, recibieron, en cambio, fuertes humillaciones en España, donde se les estigmatizó como “los Ayacuchos” y se les acusó de ineptos por haber perdido esa batalla.  Algunos, sin embargo, fueron reivindicados más adelante y hasta volvieron a desempeñar cargos públicos.

Por su lado, al victorioso Sucre, luego de recibir muchos honores y de encargarse de la fundación de Bolivia, le esperaba un destino infausto. Apenas cinco años y medio después de su mayor conquista militar, cayó muerto en el atentado de Berruecos. Desde entonces es una figura mítica de la Independencia nuestroamericana, merecedor siempre de honor y gloria.

(Clodovaldo Hernández / Laiguana.tv)

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