En las dos entregas anteriores de este artículo seriado presenté hipótesis de por qué las masas opositoras no salieron a manifestar el 9-E y por qué no se produjeron los supuestamente concertados pronunciamientos militares en esos días. Hoy —a propósito de que acaba de finalizar el primer mes del año— voy a cerrar el análisis con una revisión de lo que sucedió ese segundo día, el de la juramentación del presidente reelecto, Nicolás Maduro. Y también, cómo han ido las cosas el resto del mes.
En mi opinión, lo que pasó fue más allá del fracaso de la oposición, en gran medida culpa de sus líderes. Esta vez, a diferencia de otras, también hubo una significativa victoria multidimensional del gobierno, de su partido y del presidente Maduro. El éxito abarcó lo fáctico y lo simbólico, en los planos nacional, internacional, militar, mediático y hasta anímico.
[Ahondo en esto de derrota y victoria: Las batallas políticas venezolanas que se han resuelto con derrotas de la oposición, a veces no han sido el resultado de un desempeño brillante del gobierno, sino de un pésimo desenvolvimiento del antichavismo. Son varias las victorias sin mérito o con poco mérito del ganador, pero esta vez fue distinto].
En primer lugar, hagamos un contrapunto, una comparación, de varios aspectos fundamentales.
Movilización de calle
La oposición había anunciado una movilización gigantesca, que fracasó ruidosamente o, tal vez, sea mejor decir que languideció silenciosamente, porque la gran maquinaria mediática y de redes ocultó el fiasco como sólo ella sabe hacerlo. En cambio, el chavismo se movilizó con efectividad, no únicamente esos días, sino de una manera sostenida a lo largo del interregno de las elecciones y la toma de posesión.
No exageremos. El 9-E, el chavismo no protagonizó una de esas manifestaciones bautizadas “madre-de-todas-las-marchas” o con hipérboles parecidas. Si alguien te dijo eso, te está cobeando, pero fue una movilización muy notable que, además de un triunfo simbólico, pudo haber tenido un efecto disuasorio para los planes insurreccionales de la oposición dura-durísima, pues estos se basaban en desarrollar ese día un modelo tipo 11 de abril, de acuerdo a las confesiones de ciertos voceros con estrés postraumático. Ese esquema se basaba en llevar una gran cantidad de personas a una eventual confrontación con las fuerzas rivales o con los cuerpos de seguridad del Estado y, si la confabulación salía perfecta, arrearían a la gente a un lugar donde se pudiera armar una operación de bandera falsa.
El fracaso de la convocatoria opositora y la efectividad de la organización chavista para reunir a su militancia, hizo trizas esos planes macabros.
[Aclaratoria antes de seguir: Los dos primeros capítulos de esta serie se llamaron “Reflexiones sobre la Guanipada” porque Juan Pablo Guanipa (un dirigente de Primero Justicia, devenido en maricorinista) tuvo un ataque de sinceridad y reconoció que no tuvieron ni sociedad civil ni insurrectos en la FANB].
Músculos militares
La oposición había prometido un alzamiento militar, que no ocurrió. Sólo unos anónimos desertores exiliados hicieron unos videos de TikTok invitando a la insurrección, ataviados, por cierto, con unos uniformes que, al parecer, alquilaron en una tienda especializada en indumentaria para paintball. Detalles doblemente pintorescos de una oposición única en su estilo.
También intentó sublevar a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana nada menos que el supuesto presidente electo, Edmundo González Urrutia, quien ni siquiera para hacer un llamado de ese calibre dejó de lucir tembleque ni logró prescindir de un papel escrito o un teleprónter.
En cambio, el gobierno consiguió mostrar toda su musculatura castrense, antes, durante y después de estos días clave. El despliegue de seguridad en Caracas fue impactante y duró varios días, con un metamensaje más que claro o, como se ha puesto de moda decir, el que entendió, entendió.
Por supuesto que los factores partidistas y mediáticos de la ultraderecha (y algunos del extremo opuesto) utilizaron ese despliegue para alimentar la matriz de la dictadura feroz, relativizando el hecho de que sobre el país se cernía una grave amenaza de intervención armada por un supergrupo de terror: el poder imperial, mercenarios genocidas, pranes mayameros, paramilitares colombianos y de otras nacionalidades, desertores venezolanos y criminales alquilados a bandas y trenes.
Fueron contundentes también las respuestas del Alto Mando Militar a las arengas de González Irrutia [Bueno, la palabra arenga no le hace justicia al tono melifluo del protagonista, pero ustedes me entienden].
Plano internacional
La oposición radical había vendido la expectativa de que el 09 y el 10 de enero serían días de arrolladora presencia global del dueto María Corina Machado-González Urrutia. Ella haría una apoteósica reaparición local al salir de su “clandestinidad”; él se devoraría el escenario global.
Esa narrativa hipotética indicaba que el excandidato opositor sería reconocido y aclamado por la «comunidad internacional», como suele llamarse al clan formado por Estados Unidos, la Unión Europea y otros aliados y lacayos. Pero las expresiones de apoyo oscilaron entre nulas y timoratas, inclusive desde un imperio en pleno proceso de transición gubernamental.
El fracaso de este relato imaginado no fue todo. En paralelo, la juramentación de Maduro contó con la presencia de representantes de las dos potencias que le están plantando cara a EEUU en el mundo actual: Rusia y China. También numerosos dignatarios de la otra porción del planeta, esa a la que se le niega el carácter de comunidad internacional, pero que lo tiene y con tendencia creciente.
Un grave revés para el cuento opositor fue la ridícula retirada del Club de los Impresentables Expresidentes que iban a venir a Caracas o algún «territorio liberado» del país a cohonestar (¡vaya, qué verbo tan mal utilizado tratándose de estos personajes) la juramentación del venerable señor Edmundo. La panda de pícaros se dio cuenta de que la aventura era un caso perdido y se desentendió del fingido presidente.
Y la cosa no se detuvo el 10-E. La ultraoposición, ya noqueada, viendo doble (por el efecto duplicado de su fracaso y el éxito del gobierno), quiso seguir alimentando el mito del apoyo internacional masivo para ellos y del aislamiento del presidente Maduro. Así, pues, prometió que González Urrutia tendría una jubilosa figuración internacional, incluyendo una suerte de entronización de hecho, por asistir al acto de ascenso al poder de Donald Trump. Pero su fracaso fue total. Anduvo como un turista de la tercera edad por Washington y tuvo una reunión digital con Marco Rubio, un encuentro que, precisamente por ser digital, pudo haberse realizado «Desde Donde Sea», tomando prestado el nombre del programa de nuestro director, Miguel Ángel Pérez Pirela.
Una vez más, la derrota fue intraopositora, algo entre ellos: los imperiales y los locales. Pero, aparte de eso, aparecieron las primeras señales del inicio de conversaciones entre el nuevo gobierno estadounidense y el de la República Bolivariana de Venezuela, recién rejuramentado. El golpe de gracia sobrevino justo el último día del trepidante enero, cuando Richard Grenell, el Enviado Especial de Trump para Venezuela, se reunió en Miraflores con el presidente Maduro. ¡Fin de mundo!
Opositores peleándose, chavistas demostrando unidad
En el campo de la unidad de los bloques políticos también hubo un resultado reforzado: derrota parcialmente autoinfligida de la oposición y victoria gubernamental.
En efecto, los acontecimientos ocurridos y, sobre todo, los que no ocurrieron, tuvieron el efecto de una implosión en el seno de las fuerzas opositoras radicales. Las críticas más cáusticas llovieron, principalmente sobre Machado y su camarilla, debido al gran fracaso del 9-E. Luego, con el anuncio del gobierno de Trump del corte de las ayudas a las ONG opositoras y la investigación del uso previo de los recursos, los torpedos han caído sobre los cabecillas del interinato. Vista desde afuera, esta porción del antichavismo parece vivir su peor crisis, sobre todo ahora, que se ha suspendido la vigencia del Estatus de Protección Temporal (TPS, siglas en inglés) que favorecía a muchos de los venezolanos migrantes, quienes ahora quedan a la buena de dios en EEUU y son candidatos a la deportación. No es secreto que llevar a estos connacionales a ese país fue uno de los jugosos e inmorales negocios de personajes nefastos como Leopoldo López, Julio Borges, Juan Guaidó, Carlos Vecchio, David Smolansky y Miguel Pizarro, para nombrar sólo a los de la primera línea. Por cada venezolano que ingresara en EEUU alegando ser víctima de persecución política, ellos recibían comisiones.
Ahora, en virtud del comienzo de las conversaciones formales Caracas-Washington, es muy posible que el gobierno del presidente Maduro termine siendo el gran benefactor de esos venezolanos, mediante una reedición del plan Vuelta a la Patria.
En paralelo a ese desastre interno de la oposición, durante las actividades de calle y, especialmente, en el acto de juramentación del 10-E, el chavismo se exhibió unido, relajado y con el entusiasmo reciclado por los logros señalados.
Plano mediático
Por supuesto que toda derrota de la oposición radical lo es también para la maquinaria mediática que le sirve. Y este mes, la desgracia ha sido compartida.
Los grandes medios que han guiado la campaña contra la Revolución Bolivariana desde sus inicios, hace ya 26 años, se sumaron con toda su fuerza a la narrativa según la cual el 09 y 10 de enero se acabaría el gobierno de Maduro y llegarían al poder González Urrutia y Machado, surfeando en un mar de pueblo y con el apoyo de la Fuerza Armada.
Al no producirse tales hechos, el aparato propagandístico —incluyendo los influenciadores de las redes— se dividieron en dos grupos. Algunos hicieron algo que acostumbran hacer: actuar como si no hubiesen sido parte de la trama, sino informadores imparciales. Otros de ellos lanzaron los comentarios más corrosivos contra el liderazgo político, dependiendo de con qué tendencia interna simpatizan o de cuál son empleados.
A los medios, comentaristas, opinadores e influenciadores les ha tocado un mes de mucho trabajo en control de daños. Tuvieron que tratar de justificar por qué el retorno de Machado fue tan exiguo, insignificante y mediocre; por qué no hubo grandes movilizaciones populares opositoras; por qué no se produjeron pronunciamientos militares; por qué no vino González Urrutia con su escolta de rufianes; por qué Maduro se juramentó sin problemas; por qué Trump no nos ha declarado la guerra todavía y por qué, muy al contrario, ha mandado a un enviado a hablar con Maduro.
Sobre este último aspecto ha sido un ejercicio incluso entretenido oír y ver o leer a las figuras mediáticas (sobre todo las que residen en EEUU, supone uno que legalmente) tratando de darles ánimo a sus huestes de seguidores, diciéndoles que la reunión no es un triunfo del gobierno de Venezuela o, en el peor de los casos, es un triunfo, pero chiquitico.
También les ha tocado el gran trabajo de explicar por qué Trump, el candidato por el que esos personajes votaron o hubieran votado, si tuvieran la condición de electores estadounidenses (y por el que llamaron a votar), lo primero que ha hecho es echar a los migrantes latinoamericanos mediante públicas patadas por el trasero, acusándolos y tratándolos como delincuentes peligrosos. Y, hay que entender, se trata de una explicación que deben dar sin ponerse demasiado críticos con Trump, no vaya a ser que el tipo los patee a ellos también por el mismo lugar anatómico.
Símbolos destacados
Las victorias del chavismo en enero también han abarcado el plano de lo simbólico, muy importante en un mundo signado por las imágenes y las apariencias. Veamos algunos de esos puntos:
Solemnidad y protocolo. En enero, hubo actos soportados en espectaculares puestas en escena institucionales. El evento central fue la toma de posesión, realizada con toda la pompa y el ceremonial que ameritaba, en uno de los altares de la Patria, el Salón Elíptico del Palacio Federal Legislativo, el lugar donde se encuentra el Acta de la Independencia nacional y es coronado con la fastuosa pintura de la Batalla de Carabobo, de Martín Tovar y Tovar, que ocupa la cara interna de la cúpula dorada de este edificio histórico.
En el acto confluyeron las autoridades de los cinco poderes públicos, el Alto Mando Militar, el Cuerpo Diplomático y los invitados especiales.
En las afueras del emblemático salón, una selección del Sistema Nacional de Orquestas y Coros Infantiles y Juveniles tuvo a su cargo la interpretación del Himno Nacional y piezas tradicionales venezolanas.
El mismo día 10-E, el presidente también participó en un acto de ratificación de lealtad en la Academia Militar. Se trasladó hasta ese lugar acompañado por miles de motorizados y a bordo de un vehículo rústico castrense conducido por el ministro del Interior, Justicia y Paz, Diosdado Cabello.
El 31 de enero se realizó la apertura del Año Judicial, otra ceremonia con participación de todos los poderes públicos y gran peso simbólico.
Imagen y discurso. También en el plano simbólico, es resaltable el manejo de la imagen, el lenguaje, la oratoria y la kinésica del presidente Maduro, quien habló siempre con mucha confianza, a ratos con gran firmeza y en otros en tono muy relajado. Su contundencia contrastó con el discurso débil e insustancial de González Urrutia (quien, vale la pena repetirlo, siempre lee lo que dice). Su serenidad, en tanto, lo diferenció de los voceros más estridentes de la oposición pirómana como Machado y Leopoldo López.
Tema constitucional. En los planteamientos de Maduro formulados en el discurso de la toma de posesión destacó el anuncio de una reforma constitucional para la cual se abrirá un amplio diálogo nacional. Esto puso al gobierno nuevamente como el factor que tiene la iniciativa política en sus manos, mientras la oposición extremista luce siempre empeñada en la vía extraconstitucional.
El voto como bandera. El mes de enero cerró, además, con las decisiones surgidas del encuentro entre los poderes Legislativo y Electoral, para impulsar la agenda de consultas populares de 2025, que parece encaminarse a ser un año récord en ese sentido.
Es tremendamente alegórico que un gobierno al que la ultraderecha y la maquinaria mediática acusan de autoritario y dictatorial sea el promotor de las elecciones previstas en la Constitución y de algunas otras jornadas en las que se convoca al pueblo para emitir opinión.
Y este otro triunfo simbólico del chavismo se ve acentuado con la inmediata respuesta de la dirigente ultraderechista Machado, quien convocó a la abstención en todos esos procesos, una propuesta (una orden, más bien, dada su creencia de ser la lideresa de toda la oposición) que ha avivado el fuego de la división interna.
El plano anímico
Un mes positivo para la Revolución Bolivariana y ampliamente desfavorable para el bando opositor radical en el campo de los hechos concretos y también en lo simbólico, necesariamente repercute en el renglón anímico.
La oposición en general está muy golpeada y desmoralizada —con lo ocurrido y lo que querían que ocurriera y no ocurrió—, mientras el chavismo tiene buenas razones para celebrar, sin que ello signifique arrojarse en brazos del triunfalismo.
Sólo los más obstinados pueden negar que el gobierno del presidente Maduro ha cosechado logros importantes en este inicio del año, mientras la oposición sufrió categóricos reveses. Ya veremos cómo le va a cada factor en el siempre levantisco y travieso febrero.
(Clodovaldo Hernández / Laiguana.tv)
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