miércoles, 16 / 04 / 2025
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Parte 2 | Reflexiones sobre el modelo de negocios de los medios-USAID

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¿Existe un modelo de negocios aplicable a los medios de comunicación que se mantienen  gracias a las subvenciones extranjeras? ¿En qué consiste? ¿Quiénes se benefician de ese negocio?

Las preguntas vienen a cuento porque da la impresión de que las empresas y emprendimientos que han nacido (o que se han reformulado) para recibir fondos de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y de otros entes y fundaciones del poder imperial no contemplaron tener una fuente de ingresos que les diera la virtud de la autosustentabilidad. 

Esa característica las perfila de un modo muy particular: no son, en estricto sentido, empresas. Al menos no lo son en la acepción tradicional de unidades de producción que generan beneficios, fruto de sus operaciones. Pero sí son tremendos negocios. Paradojas del capitalismo avanzado.

¿Es extraño, no? Sí lo es porque quienes figuran como propietarios de esos medios son gente partidaria del neoliberalismo, del libre mercado, de la libre competencia; y adversarias de la presencia del Estado en las actividades económicas en general, y en el ámbito de las comunicaciones masivas, en particular.

Los “dueños” (ya explico estas comillas) de tales organizaciones suelen asegurar que ellas son la respuesta a un “ecosistema de medios”, como se ha puesto de moda llamarle, en el que reinan los medios oficiales o sostenidos por fondos públicos, al que esas personas denuestan por el hecho en sí de depender del Estado y porque a este Estado en particular lo consideran una dictadura, una tiranía, un régimen y cosas así.

Algunos de esos editores están, incluso, en la onda de los capitalistas libertarios, apoyan a los que gritan contra la presencia del Gobierno en la educación, la salud y muchos otros campos, y propugnan una rara libertad (¡carajo!) en la que está mal que los medios se sostengan a expensas del dinero provisto por el Estado nacional, pero es plausible que lo hagan con recursos provenientes de gobiernos extranjeros, con el agravante de que se trata de países hostiles, a los que les ha faltado poco para declararnos la guerra convencional (porque otros tipos de guerra se han cansado de hacérnosla).

[La palabra “dueños” debe estar entrecomillada en este caso, no por quitarles mérito a los que han creado una organización para la difusión de información, sino porque, más allá de lo nominal,  son dueños de qué, dueños de nada, como el personaje de aquel tema de Manuel Alejandro, que cantó el ex Puma, José Luis Rodríguez. Los verdaderos dueños de los medios de comunicación son los que ponen el dinero para financiarlos. Así ha sido, es y probablemente será siempre].

Vistazo histórico

Comencemos por decir que ni siquiera en los tiempos de esplendor de la industria periodística convencional, en el siglo XX, esta fue una actividad económica demasiado rentable por sí misma, salvo notables excepciones. 

La mayoría de los medios de comunicación tenían un retorno económico relativamente bajo, al menos si le compara con otras ramas, como la industria manufacturera, el comercio, la banca, la energía, la salud y el transporte. Muchos de esos medios se afincaban en empresas deficitarias o que sólo tenían modestos ingresos, pero sus accionistas eran gente rica, poderosa y famosa. Eso ocurría, bien porque los órganos periodísticos eran apenas una pieza de un gran conglomerado empresarial o porque funcionaban como instrumentos para ejercer presión en nombre de grupos económicos. Así, pues, la rentabilidad específica como unidades de producción resultaba algo que les traía sin cuidado.

Sí hubo medios muy rentables por sí mismos, como El Universal, periódico histórico caraqueño en el que tuve el privilegio de trabajar por 14 años. Ese diario, y su revista dominical Estampas, eran auténticas minas de oro, capaces de mantener sus propias operaciones y darles grandes ganancias a sus dueños. Pero, conste que era la excepción a la regla.

Gran cantidad de los otros medios se sostenían a expensas de las actividades paralelas de sus dueños, entre quienes había (y hay) ganaderos, terratenientes, banqueros, industriales, comerciantes, importadores, constructores y textileros, para sólo hablar de los negocios lícitos.

No pocos de esos medios vivían del tráfico de influencias, la extorsión y el chantaje a los funcionarios y a otros empresarios y particulares. Conseguían publicidad, contratos para sus otras empresas, exoneración de impuestos y aranceles, cargos políticos y otras prebendas amenazando con investigaciones periodísticas y campañas contra sus víctimas (con razón o sin ella, eso es lo de menos). Así se forjaron varios de los grandes grupos editoriales nacionales y regionales. Esa fue la fórmula mágica de bloques y cadenas de medios para acumular poder económico y político.

Para hacer más eficiente esa maquinaria trituradora de reputaciones a nombre de la libertad de prensa, algunos dueños de periódicos tomaron el camino de los conglomerados multimedia y montaron emisoras de radio y televisoras, que fue como decir que ya no sólo tenían infantería y caballería, sino también aviones y barcos de combate.

Ese era el “ecosistema” de medios a finales del siglo XX, esa época a la que ahora pretenden vendernos como el paraíso de la libre prensa. Perdonen los que quieren conservar una idea romántica de esos tiempos, pero esta es historia patria.

Ahora bien, ese modelo de negocios —esencialmente perverso— entró en crisis a comienzos de esta centuria, con la digitalización acelerada de los medios de comunicación, un fenómeno planetario. En el peculiar caso venezolano, el colapso se aceleró porque esos medios dejaron de ser meros grupos de interés o presión, entraron a la política directa y salieron con las tablas en la cabeza.

Los medios impresos, canibalizados por sus propias versiones digitales y por nuevos actores del escenario comunicacional perdieron argumentos para venderles publicidad a sus otrora grandes anunciantes. 

Irónicamente, los desarreglos apoyados por esa maquinaria mediática, como el golpe y el paro de 2002, la perenne guerra económica, las medidas coercitivas unilaterales de Estados Unidos y Europa y la violencia generada por la ultraderecha arruinaron a miles de empresas o las hicieron cerrar sus puertas e irse del país. Los avisos de esas compañías eran el sustento de la parte decente del anterior modelo de negocios.

Por otro lado, al declararle la guerra abierta al Gobierno, dejó de funcionar el mecanismo de chantaje y extorsión que tantos buenos resultados tenía antes de 1999. Los funcionarios de la Revolución Bolivariana se hicieron inmunes a los ataques mediáticos y la publicidad oficial dejó de nutrir a esos medios.

La narrativa reiterada y machacona de los viejos editores y su personal de confianza es que el régimen asfixió a los medios libres e independientes del país, pero si uno se pone a estudiar el asunto a fondo, se dará cuenta de que la mayoría de esos medios cayeron en la guerra mediática o se suicidaron con pésimas decisiones gerenciales.

Por cierto, una parte de los señores feudales de la prensa del siglo pasado tuvo la astucia empresarial necesaria para vender sus naves a punto de naufragar, irse del país o concentrarse en sus otros muy productivos negocios. Para no perder la costumbre de mentir, dicen que la tiranía los obligó a vender sus queridas compañías, pero ellos lo hicieron porque sabían que el colapso del modelo de negocios era inevitable. 

La herencia de los medios USAID

Después de la debacle de esa maquinaria mediática, aparecieron en escena los medios nativos digitales, así como algunos viejos medios reformulados como 2.0. Pero se encontraron con un mercado de posibles anunciantes asolado por la guerra económica, las sanciones y el bloqueo. 

Las nuevas formas de hacer publicidad masiva, en las que el protagonismo lo tienen las grandes empresas de internet y streaming, obliga a es

os medios a competir en desventaja contra gigantes. Son víctimas del capitalismo de plataformas, aunque ellos prefieren decir —narrativa mediante— que lo son del régimen autoritario, enemigo de la libertad informativa.

En esas condiciones es que aparecen los “mecenas” del norte global, ofreciendo dinero para impulsar el periodismo libre e independiente. Y los editores o aspirantes a tales, no han desperdiciado la oportunidad de vivir de los subsidios extranjeros.

Es un modelo de negocios que hace pensar en lo que en Venezuela se conoce como “una maguangua”, es decir, algo muy cómodo y provechoso. Esos medios concebidos in vitro por el poder imperial y criados como niños toñecos no tienen que preocuparse por generar sus propios ingresos; no deben tener una gran fuerza de ventas; no requieren disputarse al público mediante grandes despliegues de calidad periodística y no tienen que competir entre sí (como lo hacían los viejos medios hace muchos años) porque las líneas editoriales e informativas están cartelizadas. En fin, la gran ventaja de estos subsidios extranjeros es que, aun con poco público y casi nada novedoso que ofrecer, estos medios recibían puntualmente su mesada.

Pero, por supuesto, como suelen decir los gringos, “no hay almuerzos gratis”. El que paga quiere ver resultados y estos deben estar en sintonía con los intereses imperiales y corporativos. En EEUU y otros países del norte global ven esos gastos como una inversión que ha de reportar dividendos cuando se logren los objetivos políticos del cambio de régimen. Entonces, vendrán con una larga ristra de facturas pagaderas en petróleo, otros minerales, agua, biodiversidad y cualquier otra riqueza que tenga el país. Es allí donde radica el verdadero modelo de negocios del que estos “dueños” son apenas unos asalariados.

¿Cómo se reinventará la injerencia mediática?

El nuevo gobierno de Donald Trump ha tomado la decisión de suspender el financiamiento de la “prensa libre e independiente” en países como Venezuela, causando un auténtico terremoto entre los medios que dependen con exclusividad (o casi) de esas “becas”.

Igual que ocurre en tantos otros temas, el díscolo emperador ha alborotado el avispero, pero queda la pregunta de cuánto durarán sus efectistas medidas de disciplina fiscal. 

EEUU necesita sus medios-USAID operando en Venezuela porque este mecanismo de injerencia comunicacional está diseñado de tal manera que las organizaciones financiadas puedan aparentar neutralidad y equilibrio en condiciones de cierta “normalidad”, pero deben tomar partido inequívocamente a la hora de las definiciones, cuando la política abierta o encubierta del gobierno donador de fondos apriete las tuercas.

Los medios-USAID (nombre genérico, pues algunos no reciben fondos de la USAID, sino de otras agencias) fueron concebidos con el deliberado fin de encarnar los intereses ideológicos y, por tanto, las líneas editoriales e informativas del poder imperial. ¿Se privará EEUU de tener esas voces a su servicio? ¿Va a renunciar EEUU a sus labores de injerencia mediática, que son fundamentales para justificar y legitimar su injerencia política y sus operaciones militares en el mundo en general y en países identificados como enemigos, en especial? 

No parece razonable esperar que eso ocurra, aunque con esta nueva versión de Trump todavía no se puede asegurar nada.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)


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