Francis Rueda se ha ganado el título de primera actriz gracias a una cualidad inquebrantable: la disciplina. En 60 años de carrera artística ha interpretado a los más importantes dramaturgos, ha actuado bajo la tutela de afamados directores y goza del respeto y la admiración de sus colegas del teatro, el cine y la televisión.
—Francis querida, bienvenida.
—Bello, gracias por tu invitación.
—Estoy feliz de que hayas decidido venir.
—No, por favor. Además, el recibimiento es maravilloso. Todo el mundo te saluda con afecto, con amor, con cariño, con delicadeza. Mira qué maravilla un té de malojillo que me preparó Vidal.
—¿Cómo estás, Francis?
—Muy bien, mi amor. Bien, contenta. Bueno, todavía estoy trabajando mucho. Feliz de estar en este camino del arte que me ha dado más satisfacciones que decepciones de verdad, que ha sido un camino bien florido, bien bonito.
—Francis, tú eres una primera actriz, un título que en el mundo de la actuación se gana a pulso, ¿Cómo te hace sentir ese título de primera actriz?
—Como te digo, he transitado un camino larguísimo, porque tengo 60 años en esto, de haber tomado con acierto ese camino, porque desde muy niña a mí me gustaba mucho el arte, sobre todo la danza, la danza clásica. Yo soy una bailarina frustrada, pero me tomó el teatro muy jovencita, muy, muy, muy, pero muy jovencita, porque me gustaba mucho leer, yo era una gran lectora cuando tenía 12, 13 años, Y una vez me pasó algo increíble con un actor chileno, Manuel Poblete, me impactó, era muy duro de cara, era un tipo bastante duro que siempre le daban los papeles de malo. Trabajó en todas las novelas de este país en Radio Caracas, y un día lo vi en un teatro, y a mí me impactó tanto, que le hice una carta a él. Fui al correo de Carmelitas y puse mi carta… y cuando me llega la respuesta de él, aquello fue que mi corazón no cabía en mi pecho.
Y me ha mandado una esquela pequeña, pero una foto dedicada y me dijo: Te voy a invitar al teatro. Es una obra de teatro a la que no pueden ir los niños como tú, pero te voy a llevar para que veas esa obra.
Luego, junté todos mis ahorros, le compré un regalo de cumpleaños, y se lo llevé a Radio Caracas Televisión, me acompañó mi hermano mayor. Cuando le llevé el regalo, él lloró, él lloró, yo le vi los ojos aguados, me dijo: A mí nunca me había pasado esto con alguien y a partir de ahí mira eso fue muy linda esa relación y ahí fue mi primer contacto con él con el teatro.
—Francis, tú has participado en más de 120 obras de teatro, 25 películas y cortos, más de 40 telenovelas y series. ¿Qué le enseña a una actriz un camino tan largo como ese?
—Muchas cosas, tú no te imaginas, nada más en el teatro bueno: en transformarse en otra persona que no eres tú y tener que investigar por ejemplo. Yo hice obras de Moliere, de Tennessee Williams, de Zorrilla, de Cabrujas, de Shakespeare. Tú te imaginas el mundo tan maravilloso, esa ventana tan maravillosa que es el teatro, que te permite conocer de la vida, conocer de todo, nada más investigando. Cuando tú trabajas en una obra de Shakespeare, tienes que investigar todo, desde el país, desde cómo era esa gente en esa época, cómo era el vestuario, cómo era el comportamiento. En las obras de Shakespeare está conjugada el poder y la miseria y la corrupción y la belleza.
Es conocer, es aprender. A mí me gusta estudiar para preparar los personajes. En el teatro es un proceso largo, a veces muy largo, yo he tenido procesos de un año para preparar un personaje.
De estar en un grupo el Grupo Rajatabla con Carlos Giménez, cuando empezamos eso era un año, pero trabajamos por amor al arte yo trabajé por amor al arte como siete años… Mi primer sueldo fue, yo en el nuevo grupo, en los años 60 empecé, que era la Santísima Trinidad, que era Chocrón, Chalbaud y Cabrujas. me lo dieron en un sobre, y fueron 50 bolívares.
—Francis es cierto que uno de tus maestros te dijo algo así como “jovencita usted no sirve para esta profesión, debería meterse a secretaria”…
—Dios mío, ¿Dónde sacó usted eso? Ay ese fue Gilberto, mi maestro y después mi esposo.
Yo entré a la escuela menor de edad por Doris Wels, que había entrado a los 14. Ella me ayudó porque Doris fue mi amiga incondicional. Ellos cada seis meses hacían una evaluación, cada cuatro meses, cada cuatro meses. Y él nos sentaba a todos, pero qué pena, delante de todo el mundo. Entonces, claro, yo venía de una familia conservadora, no me habían besado nunca, no me habían tocado nunca, bueno, era una niña. Los ejercicios eran muy duros, yo era la más chiquita del grupo, después llegó Pierina España que también fue muy joven. Y entonces me dice señorita yo lo que tengo que decirle es que usted se equivocó de profesión. Usted tiene que meterse a secretaria o ver qué hace en su vida porque aquí no tiene vida.
Me fui a mi casa, lloré, lloré. No le dije a mi mamá nada. Lloré, lloré, lloré. Me costaba llegar a esa escuela, porque yo vivía en Catia. Yo me dije, ¿qué hago? Claudico, porque a pesar de todo yo era muy madura Claudico me quedo en el camino ¿qué hago? Y al día siguiente me fui para allá. Y fui una de las mejores alumnas ahí. Se me quitó toda la toñequería…
—Francis, ¿qué tiene la actuación del teatro que no tiene la televisión y el cine?
—Bueno, son tres cosas diferentes, pero si tú te adaptas, es maravilloso. A mí, no me costaba adaptarme. Cuando empecé a hacer televisión, me ayudaron mucho, me decían que yo tenía una proyección muy fuerte y que tenía que bajar, tú sabes y en el cine tienes que ser, no actuar pero tienes que tener intensidad, tiene que tener fuerza, dificilísimo el cine.
A mí me atrapó el cine. Y el teatro, bueno, el teatro es como la esencia del actor. En el teatro es otra cosa, porque es un proceso largo de estudio, de investigación, de ir encontrando el personaje, de ir amoldándote a los compañeros, de tener una relación con el director bien porque si vas a tener un proceso tan largo tiene que ser una relación armoniosa ¿entiendes?
—Tú eres actriz, diriges, también estudiaste baile….
—Sí, estudié baile. Me encanta bailar.
—¿Cuál de esas artes te resulta más exigente?
—Todas, mi amor. Todas. Todas las artes son exigentes. Todas, todas. Como el violinista, si no está todos los días dándole no va a ser bueno, un actor si no está estudiando la voz y el cuerpo, yo no he dejado de trabajar ni la voz ni el cuerpo. Hace poco hice un taller con un africano ¡Oye! Yo decía, no voy a poder y si pude hasta la misma Aura Rivas que tiene 90 años estaba ahí en ese taller con el africano, que fue maravilloso, entonces, tú tienes que estar todos los días, igual que la danza clásica yo he trabajado con ellos yo hice un trabajo con ellos, Romero y Julieta en ballet, que me tocó, ya vieja, a mí me tocó hacer una partecita con un bailarín ruso, por cierto, que vino, y me tocó hacer. Y el trabajo de ellos es como el del actor y como el del músico, como el instrumentista.
—Te quiero preguntar, ¿alguna vez algún personaje te afectó personalmente más allá de lo habitual?
—Uno en especial, Agnus Dei, que hubo una película por cierto que se llamaba Agnes de Dios, la dirigió Horacio Peterson y los derechos los pidió una señora que tenía mucho dinero Mercedes Herrera, que era familia de Carolina Herrera. Ella compró sus derechos en Nueva York, eso fue en los 80, 84, ya yo estaba casada y tenía un hijo de 3 años, Maximiliano. Ese personaje era tan estrujante, tan fuerte, como mucho que me tocó Blanche Dubois en Un tranvía llamado Deseo. Pero este, yo salía de cena y en el saludo yo no podía colgar el traje. Había momentos en que llegaba a mi casa con eso y fue como traumático porque uno cuando termina el trabajo así como cuelga tu traje tiene que colgar el personaje, me costó muchísimo fue muy duro, tuvo una crítica excelente porque era un trabajo desgarrador, un trabajo… Pero tienes razón, es verdad. Me extravió, me perdió, me perdía. Y era todos los días, hasta el final. No me pasó más nunca. No me pasó más nunca porque yo dije, ¿qué es esto, Francis? ¿Qué pasó aquí? ¿Qué cosa tan extraña? Yo saludaba y decía, Francis, ríete y no podía.
Era una cosa que me afectó mucho, mucho.
—Francis, me llamó la atención que cuando te confirieron el Premio Nacional de Cultura, dijiste en una entrevista “ahora sé que no voy a pasar desapercibida”…
—Eso fue un momento muy duro porque yo estuve 13 años que me daban el premio y no me lo daban nunca. 13 años, quedaba con el ganador así, mira, y quedaba con el ganador así… y Román me decía quedaste con Carlos Márquez pero Carlos Márquez tiene una trayectoria, y es verdad, y no puede haber un vacío ahí… quedaste con Omar Gonzalo pero no quedaste con él, tú eres muy joven, yo digo yo no soy muy joven yo tengo 70 años, lo que pasa es que la gente me ve como si yo tuviese menos edad de la que tengo. Y entonces eso me dolía porque decían, ¡Cónchale, casi te lo ganas! Pero es que teníamos que dárselo a él.
Yo digo, ¿pero por qué? Porque ya no le queda mucho de vida, y le digo, pero es que los premios conchales no se pueden dar así, tú no le puedes dar un premio a una persona que ya no va a estar, que se está muriendo, tiene que disfrutar su premio, que es eso, y entonces ese fue un momento que me arrepiento de haber dicho esa frase, yo me arrepentí de eso porque eran 13 años, todos los años, y tenía un currículum ya grandote, enorme, gigantesco y de repente, era todo, todo, todo, todo, cada dos años era eso, cada dos años, cada dos años, cada dos años hasta que dije, bueno…
Pero ese premio es el premio más importante que se le puede dar a un artista a nivel mundial: El Premio Nacional de Cultura. Es toda tu trayectoria, toda tu vida, todos los años que le has dedicado, toda la vida en tu arte, pues en el teatro. Es el premio más importante, más importante, no te puedes imaginar, no te puedes imaginar lo importante que es ese premio por eso me arrepiento de verdad, pero ¿por qué dije yo eso? Y me imagino que fue por eso por frustración.
—Me comentaron algunos de tus colegas que nunca desafiaste la autoridad de un director incluso cuando eran muchachos mucho más jóvenes que tú.. ¿Es cierto que una vez Carlos Giménez te hizo rapar la cabeza para un personaje?
—Sí, bueno, y lo ameritaba. Sí. Lo único que no ameritaba era que me dijo que me tenía que sacar los dientes adelante, que él me iba a dar la trompada… yo creo que me estaba echando broma. Él era un gran director, nos llevábamos muy bien, claro, como nos conocimos desde muy jóvenes. Él tenía dos años más que yo, pero era un muchacho, cuando llegó aquí, era un chamo. Y muchas veces me desafió, entonces ahí me dijo la primera cosa que me hizo cuando tenía yo 17 años, 18 años en tu país está feliz, es que había un desnudo bellísimo, pero yo no me había desnudado nunca, y a mí me daba vergüenza eso y él me al día siguiente me decía y cuando te vas a quitar el guardapolvo, yo le digo te prometo que mañana me lo quito. Al día siguiente la misma cosa. Sí, mañana, mañana, mañana. ¿Sabes lo que hizo? Se montó al cuarto día en el escenario y me rompió la bata. Estábamos todos desnudos abajo, nos quitábamos eso, lo doblábamos, lo poníamos y había como una luz muy azul, muy bella, que se veían los cuerpos jóvenes, bellos, todos. Y a partir de ahí, me desnudé pero 400 mil veces en el teatro y en el cine. Pero fue horrible. Pero igual es una cosa, una experiencia dura. No te puedes imaginar lo que fue eso para mí. Me rompió la bata. Pero también una cosa es hacerlo en un ensayo y después hacerlo con público. Nos tocó escenarios chiquititos que teníamos el público así, claro y era horrible en Bogotá nos tocó eso en un espacio mínimo y cuando teníamos el desnudo, tú ves el público que está pero ahí a ver qué es lo que ve…
(Ernesto J. Navarro / Laiguana.tv)
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