La cuna de Luisana Pérez fue una ola del mar Caribe. De allí que sus primeros arrullos vinieran de “Las voces risueñas”, que cantan al pueblo de Carayaca desde más de 70 años.
Aprendió de niña el canto popular en las costas de su pueblo y más tarde se hizo una música académica que toca el fagot con una solvencia de maestra. Hoy cuenta con cuatro discos grabados.
Esta extraordinaria cantante venezolana vino a sentarse en El Sofá.
—¡Luisana, querida, bienvenida!
—Gracias, Ernesto.
—Qué bueno que viniste a sentarte en el sofá. ¿Cómo estás?
—Bueno, estaba esperando esta invitación, de verdad, muy agradecida. Y bueno, estoy muy bien.
—Estuviste en El Callao, te vi en una foto en los carnavales de El Callao. ¿Qué tal tuvo eso?
—Maravilloso, maravilloso. Nunca había ido. Yo había pasado una vez en mi vida por El Callao, alguna vez que fuimos a la Gran Sabana. Pero de paso. Y nunca había ido al carnaval. Y de verdad fue una experiencia maravillosa ver ese pueblo volcado totalmente a su carnaval. No lunes y martes, sino desde el jueves previo, el viernes, el sábado y el domingo.
—…es una fiesta patronal…
—Eso es como una fiesta patronal, pero puro Isidora, Isidora. Hay que ir alguna vez en la vida, hay que ir para el carnaval de El Callao, definitivamente. Además que, claro, además que es muy bonito estar allí. Y es una celebración que es patrimonio inmaterial de la humanidad, y eso, viene a darle esta prestancia al pueblo. Ves a toda la gente, desde los más viejos hasta los más chiquitos…
—…y usted está en El Callao tonight y en Guasipati tomorrow night. El chiste es que hay que hacerlo…
—A mí me gusta ir para tomorrow night (ríe).
—Mira, Luisana, tú eres cantante, fagotista, música, docente. ¿Cómo compartes todos esos roles?
—Bueno, un ratico cada uno. Digamos que el abanico de la música es muy amplio y es extenso. Y al final, pues tú tienes que terminar. Siempre no es tan fácil dedicarte a la música 100% como intérprete. Sí, puedes ser intérprete. Sí, puedes ser solista. Pero en algún momento te dedicas a enseñar. En algún momento te dedicas a escribir. En otro momento te dedicas a producir. Bueno, también creo que depende de lo que tú quieras hacer.
Yo nunca me dediqué a hacer una sola cosa, hablando de la música. Por ejemplo, a tocar fagot y nada más. Sobre todo cuando yo vengo primero del canto. Y de la tradición del canto popular.
—¿Sabes qué? Eso me llama la atención porque existen músicos que tenían alguna figuración, y esos no dan clases. Porque es como retirarse, como jubilarse. En cambio, sí he visto mujeres de tu generación, que han asumido la docencia como parte de su tarea. ¿Qué es para ti dar clases?
—¡Uy, ya le metí un golpe a esto!
Eso que tú dices es muy cierto. Cuando tú sales del conservatorio, digamos de la cúpula de cristal, de tu escuela, de tu conservatorio, pues tú te quieres comer el mundo, quieres tocar y cantar. Y, ¿sabes?, es también parte de ese ego del artista. Cuando uno dice, bueno, yo me estoy formando para ser artista. Y te quieres desenvolver en lo que aprendiste. Entonces, claro, en ese momento, sí. Nadie quiere dar clases. Eso es como, oye, esto va a sonar feo, pero es como una raya. “¡Ay, no, este da clases porque no toca!” o “este da clases porque no canta y tal”.
Pero fíjate que yo le debo mucho. He aprendido mucho dando clases. Porque tú estás moldeando a un alumno, a una alumna. Yo trabajo más que todo con niños y jóvenes. Y estás moldeando gente. Entonces, tú estás enseñando y al mismo tiempo estás aprendiendo, incluso procesos que a lo mejor tú ni recuerdas que pasaste por eso. Y dices, ¡perro! esto era. O tal vez esto yo lo hubiese hecho así. Lo hubiese resuelto más rápido. Y me pasa con el instrumento, con el fagot. Y me pasa con el canto también.
—¿Y no te da como la impresión de que los chamos ahora con todo el acceso a la tecnología, resuelven cosas más rápido que lo que uno resolvía o con otros métodos?
—La resuelven e incluso, dar clases es un reto, ¿sabes? porque ellos, los chamos, se fastidian. A veces se fastidian de las cosas tradicionales, de los patrones tradicionales de enseñanza con los que nosotros aprendimos.
Entonces, ahora para todos es un reto. Tanto para los alumnos como para nosotros decir cómo vamos a llegarles. Pero siempre es una experiencia muy bonita. Y sobre todo cuando tú enfocas, la educación para formar no nada más un músico y tal, sino que para formar gente, para inculcar valores. Yo creo que esa es la parte más bonita.
—A mí me parece que eso es una, ya poniéndolo un poquito serio, responsabilidad tremenda, ¿no?
—Es mucha responsabilidad cuando uno le da clases a un chamo, porque cualquier cosa que tú le digas lo va a afectar positiva o negativamente en su vida.
—Luisana, tú eres guaireña, ¿cierto?
—Guaireña y después me fui para Carayaca.
—¿Qué le aportó el mar Caribe a tu vida?
—Bueno, yo creo que el mar Caribe me aportó ese guaguancó y esa nostalgia que obviamente ves en el Caribe.
Yo nací en La Guaira por una circunstancia, porque en Carayaca, mi familia toda es de Carayaca, no había quirófanos, y yo nací por cesárea.
Entonces todos los que nacen en Carayaca, que las mamás no podían parir, pues íbamos para La Guaira. Pero fíjate, toda mi adolescencia la pasé en Maiquetía. Estudié en Maiquetía. Entonces siempre estuve ese contacto directo con el mar, con la carretera todo el día. Ese subibaja, el mar y después la cordillera, el mar y la cordillera. Eso fue moldeando ese sentimiento de… siempre me he sentido muy criolla, muy mestiza, ¿no? Es lo que, digamos, me ha dejado ese mar Caribe.
—¿Tienes algún tipo de relación espiritual con el mar?
—No. Fíjate que no. No a ese nivel tan espiritual. Lo que me pasó en el mar una vez…. yo era terrible, ¿viste? Yo era terrible de adolescente. Y bueno, mi mamá y mi papá nos llevaban mucho a Chichiriviche de la Costa, y pasé toda mi infancia o gran parte de mi infancia allí. Las vacaciones eran: ir para Chichiriviche. Además que era lo más económico, la playa que teníamos más cerca. Y bueno, lo que me pasó fue que me lancé de la piedra esa, que tiene no sé cuántos metros de altura. Y recuerdo a mi papá esperándome en la orilla con cara de molesto… Y yo dije, bueno, nada, este es el momento.
Ese fue mi encuentro con el mar.
—Imagino la cara de tu papá y pienso en que ahora que tienes hijos es como: bueno, ahora agarra pues…
—Mi abuela decía, “todas esas cosas se pagan aquí”. Ese lanzamiento desde la piedra, fue mi encuentro más místico con el mar.
—Mira Luisana, tú naciste musicalmente, en Las voces riuseñas de Carayaca, ¿verdad? Que es de tu familia nuclear. 75 años de trayectoria, ¿No pesa mucho ese legado?
—Demasiado. Cargar eso encima pesa extremadamente. Pero fíjate, es… ¿Cómo decirte eso? Es algo que es una responsabilidad.
Cuando digo pesa, es obviamente una responsabilidad decir, yo vengo de un grupo que tiene 75 años. Y la verdad es que es una gente que se la jugó… Se ha jugado la vida en eso. Yo te digo, eso fue un grupo que fundó mi abuelo, y también una tía, que se llama Tirza Álvarez Padilla. Ella, la tía Tirza, partió hace tres años. Pero está en todas las biografías que uno encuentra por ahí. Además que era la voz emblemática de ese grupo. Y, pues, es la escuela, digamos, la primera escuela que uno recibió. Pero cuando tú hablas de 75 años, son 75 años ininterrumpidos. Que ese grupo comenzó como una agrupación de tocar aguinaldos en la iglesia, para cantar las misas de aguinaldo. Luego tuvo una etapa importante que es cuando Loreley, que es la primera hija de mi abuelo, mi tía, asume la dirección.
(Ernesto J. Navarro / Laiguana.tv)
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