lunes, 21 / 04 / 2025
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Lula felicita a Noboa y quiere trabajar con él por el multilateralismo: ¿Lo perdimos? (+Clodovaldo)

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Cuando sea posible ver el proceso político nuestroamericano del siglo XXI desde una perspectiva temporal más amplia, Luiz Inácio Lula Da Silva será uno de los personajes clave. Con él se explica el enorme salto que dio la región en el primer decenio; en el tratamiento que él sufrió en la segunda década se demuestra hasta dónde está dispuesta a llegar la derecha proimperialista para preservar o recuperar el poder; y, tristemente, en la tercera década, Lula —tras un milagroso retorno a la presidencia— parece empeñado en ser uno de los enterradores de la experiencia izquierdista que él mismo protagonizó.

¿Deslealtad, inconsecuencia, traición, pragmatismo senil? Son muchas las opciones para tildar su conducta, ya sea que se tengan ganas de justificarlo o de fustigarlo y echarle encima el fardo de las culpas. En cualquier caso, como militante de las corrientes revolucionarias, a cualquiera le asiste el derecho a opinar sobre los comportamientos poco coherentes del gran líder brasileño.

[En este sentido, curiosamente, los militantes y simpatizantes tenemos mucha más libertad que los dirigentes, quienes muchas veces deben reservarse sus puntos de vista para no anchar las brechas que ya existen. Pero ese es otro tema].

En la acera contraria

La más reciente expresión de la tendencia de Lula a arrimarse a la acera contraria es su rápida y obsecuente felicitación a Daniel Noboa por la reelección como presidente de Ecuador.

Como decía un personaje cómico de la televisión, hace muchos, años, “no es el hecho en sí, sino la palabra que involucra el acto”. Es decir, esta congratulación pudo haber pasado como un gesto protocolar casi automático, emanado de una cancillería tan avezada en esos menesteres, como Itamaratí. Pero no, no es tan sencillo el asunto si se ve esto en términos comparativos, pues Lula tuvo en el caso ecuatoriano una posición diametralmente opuesta a la que presentó en el de las elecciones presidenciales venezolanas de julio de 2024.

En ambos procesos electorales hubo denuncias de fraude, pero el mandatario brasileño se solidarizó con las emanadas de la ultraderecha proimperialista venezolana, mientras desestimó de manera inmediata las que ha planteado la candidata Luisa González, representante del correísmo en Ecuador.

¿Es inocente esta diferencia? ¿Es casual que en ambos casos, Lula esté alineando con Washington y con las fuerzas más oscuras de la derecha regional? ¿O será que, definitivamente, lo perdimos?

Aun concediéndole el beneficio de la duda, es difícil excusar a Lula. Supongamos que le parecieron válidas las denuncias de fraude de la derecha venezolana y por ello se sumó a aquella matriz de opinión sobre la obligación de publicar las actas. De acuerdo, estaba en su derecho. Pero, a sabiendas de lo polémica que había sido esa actitud suya, ¿no era pertinente que al menos esperara unos días para salir a agasajar a Noboa?

Orlenys Ortiz, quien se autodefine como activista contra la desinformación, dirigió un mensaje en redes sociales al presidente Lula. “Atreverse a dar ese saludo, sin condenar el ataque sistemático institucional a los derechos del pueblo ecuatoriano, antes, durante y después del proceso electoral, que busca consolidar un proyecto autoritario y represivo, con clarísimas demostraciones serviles y violentas, dice de sobra cómo debemos verle (a usted) si es que aún había dudas”.

Ortiz no le reclama solamente su postura sobre las elecciones, sino el hecho de que en su mensaje de enhorabuena a Noboa, haya dicho que espera “seguir trabajando con Ecuador en defensa del multilateralismo, por la integración suramericana y el desarrollo sustentable de la Amazonía”. La comunicadora venezolana le pone los puntos sobre las íes, al decir que “Noboa no cree en el multilateralismo” (es un militante de asumirse como patio trasero de EEUU, agregamos por acá) y al precisar que conceptos como la integración y el desarrollo sustentable han sido superados ya porque siempre se han usado para esconder los propósitos de dominación imperial y los planes depredadores de la selva y de todos los espacios territoriales de nuestros países.

La herida del veto

Lula aplicó un criterio para Venezuela y otro para Ecuador. Pero, aun con lo sospechoso que eso resulta, puede alegarse que cada país tiene derecho a fijar posición sobre los procesos electorales ajenos, a favor o en contra. Es cierto. Lo que no resulta sencillo olvidar es que el juicio emitido sobre lo ocurrido acá el 28 de julio sirvió de pretexto para que Brasil vetara el ingreso de Venezuela al grupo BRICS, en la reunión de Kazán, Rusia, en octubre.

Al ver los hechos en retrospectiva, ese veto ha sido una medida coercitiva unilateral perpetrada no por el imperio canalla ni por uno de sus países lacayos, sino por un gobierno y un presidente del ala progresista nuestroamericana. ¡Vaya que eso tiene un peso demoledor!

Al impedir el ingreso de Venezuela a los BRICS, Lula le puso un palo a la rueda de la carreta de nuestra recuperación económica y ayudó a quienes, desde Estados Unidos, se plantean el retorno a la política de máxima presión para el cambio de régimen. Con amigos así, ¿para qué enemigos?

Fernando Buen Abad escribió al respecto en noviembre pasado: “Lo que se ve a través de la grieta política ocasionada por Brasil, y su absurdo veto contra Venezuela en los BRICS, es el retroceso político bruto de una figura que, no sin reservas y titubeos, fue apreciada durante mucho tiempo como una fuerza enorme para la unidad latinoamericana y caribeña. Pero algo se fisuró y nos dejó una grieta que la derecha celebra. ¿Es, acaso, la bolsonarización de Lula?”.

Negándose a sí mismo

Estos antagonismos con los factores ideológicamente afines del vecindario, llevan a Lula a discordar de su propia historia.

Por ejemplo, hablando del tema electoral, en 1989, Lula intenta por primera vez llegar a la presidencia de Brasil, pero es derrotado por el millonario neoliberal Fernando Collor de Mello, a pesar de que durante bastante tiempo estuvo liderando las encuestas. Se dijo entonces que el poder mediático brasileño —uno realmente temible, del que Collor de Mello era parte— logró atemorizar a la clase media y a buena parte del pueblo pobre con las clásicas campañas de miedo al comunismo. También usaron contra él denuncias difamatorias de corte personal.

En aquella jornada electoral hubo numerosas “casualidades”, como que fallaran los servicios de transporte público en las zonas más favorables a Lula. En los días previos a los comicios, un supuesto grupo insurgente, aparentemente vinculado al MIR chileno, secuestró a un empresario y lo presentó al público con una franela del Partido de los Trabajadores, para vincular el acto delictivo con el candidato obrero.

Lula volvió a postularse a la presidencia en 1994 y 1998, pero fue derrotado por el intelectual progresista Fernando Henrique Cardoso, un estudioso de la teoría de la dependencia. El antiguo obrero metalúrgico era, pues el típico dirigente popular, con ideas de avanzada, al que el estatus quo (izquierda moderada incluida) le impedía llegar al poder, mediante las triquiñuelas propias de la democracia liberal y de sus entrañas de poder económico y comunicacional. Es decir, algo muy parecido a lo que está pasando en Ecuador, donde una versión del joven ricachón Collor de Mello, apoyado por toda la maquinaria mediática, se impone en unas elecciones que había perdido en primera vuelta, con gran parte del país en estado de excepción y otro puñado de irregularidades flagrantes.

La inconsecuencia con la historia

Luego de su épico ascenso al poder en 2003, de su reelección en 2007 y de traspasarle la presidencia a una mujer de su extrema confianza, Dilma Rousseff, la derecha y el imperialismo volvieron por Lula y su partido, con tremendas ansias de revancha. A Rousseff la sacaron del palacio de Planalto mediante una clásica maniobra político-jurídica y a él lo metieron en prisión a través de un proceso amañado hasta niveles caricaturescos.

De nuevo se puede acotar acá que Lula sabe, por experiencia directa y amarga, que los adversarios de los movimientos soberanistas y progresistas latinoamericanos no respetan ni siquiera sus propios y supuestamente sacrosantos principios democráticos. Lo sabe, pero últimamente ha optado por portarse como si no lo supiera, tal vez por efectos de algún género de estrés postraumático.

En ese tiempo de caída en desgracia, Lula recibió el respaldo de los movimientos políticos latinoamericanos de izquierda, a pesar de que la mayoría pasaba también por horas muy oscuras.

Y aquí es necesario resaltar especialmente lo que hizo el chavismo en ese tiempo. Pese a estar viviendo sus peores momentos, tras la muerte del comandante Hugo Chávez, la guerra económica, las medidas coercitivas unilaterales, el bloqueo, los intentos de magnicidio, golpe de Estado e invasión, el gobierno del presidente Nicolás Maduro nunca dejó de ser solidario con Lula. Nadie oyó al mandatario venezolano legitimando las maniobras judiciales en contra de Lula ni dándole alas a las denuncias de fraude de Bolsonaro.

[Me permito un rápido desvió en forma de pregunta sin respuesta: ¿si Maduro hubiese sido derrocado o asesinado durante el terrible segundo lustro de la década pasada, el retorno de Lula habría sido viable o la ultraderecha habría montado su bacanal en todo el continente?].

En fin, estamos hablando de uno de los grandes líderes latinoamericanos de los últimos 50 años en el amplio arco de la izquierda, que consiguió un milagroso retorno a la vida y al ejercicio del gobierno, pero que parece estar interesado en romper con su pasado y asimilarse a las maquinaciones imperialistas y plutocráticas. ¿Lo perdimos?

(Clodovaldo Hernández / Laiguana.tv)


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