Luego de doce años en el Vaticano, el argentino Jorge Mario Bergoglio se ha marchado “a la casa del padre”, como él mismo dijo en algunas oportunidades. Falleció a las 7.35 de la mañana, hora de Roma, a la edad de 88 años.
Desde su ascenso al trono de Pedro, fue una novedad, pues era el primero en muchos sentidos. Los que creen en las profecías tenían la firme creencia de que más que el primero, sería el último de los llamados “príncipes de la iglesia”.
Su resumen biográfico está lleno de primeros: el primer papa jesuita, el primero argentino, el primero nacido en América, el primero hispanoamericano, el primero del hemisferio sur, el primero que adoptó el nombre de Francisco, el primero no europeo en los últimos doce siglos.
Una vez en su cargo, continuó innovando: fue el primer pontífice que renunció a algunos de los lujos, como el apartamento de diez habitaciones y pisos de mármol que usaron sus antecesores desde Pío X, en 1903.
En contraposición a ese montón de primeros, los creyentes de las profecías se habían convencido de que el cardenal Bergoglio estaba destinado a ser nada menos que el último papa de la cristiandad. Con su pontificado, según los vaticinios atribuidos a san Malaquías, Roma sería destruida. Los escépticos recomendaron no entrar en pánico, pues ya la profecía iba muy mal porque, de acuerdo a ella, el papa número 266 sería negro y se llamaría Pedro el Romano. Sin embargo, otros intérpretes aseguran que el color no se refiere al origen étnico, sino al hecho de que sea jesuita, orden caracterizada por usar ropajes negros.
Francisco le echó leña al fuego de estas especulaciones al hablar ambiguamente acerca del tiempo que duraría en el cargo. “Dos o tres años, y luego a la casa del padre”, dijo en una ocasión. En realidad, duró 12.
Primero o último, Francisco fue un papa controversial que causó impacto con sus opiniones sobre los temas más candentes, como la guerra, la pederastia de los sacerdotes, el rol de las mujeres en la Iglesia, la sexodiversidad entre los católicos y la vida dispendiosa de muchos curas y monjas.
Nacido en Buenos Aires en 1936, Bergoglio se hizo técnico en Química y como tal desempeñó sus primeros trabajos. Puede afirmarse que fue un cura tardío, pues decidió ir al seminario cuando tenía 21 años de edad. Su ordenación sacerdotal llegó en 1969, cuando estaba por cumplir 33. Después de ese lento comienzo, su carrera sacerdotal resultó meteórica. Fue designado obispo en 1992, arzobispo en 1998 y cardenal en 2001. Ya en 2005, tras la muerte de Juan Pablo II, fue considerado papable en el cónclave que terminó eligiendo al alemán Joseph Ratzinger, quien decidió llamarse Benedicto XVI. En 2013, tras la abdicación del poco carismático prelado germano, llegó la hora del argentino. Para los supersticiosos (ya sugestionados por Malaquías) la elección de Bergoglio fue otro motivo de habladurías, pues se concretó el 13 de marzo de 2013.
Una vez elegido, se comentó que quizá asumiría el nombre de Clemente XV, porque Clemente XIV fue el papa que suprimió la Compañía de Jesús, en el último tercio del siglo XVIII. Bergoglio no llegó a tanta irreverencia y escogió el nombre de Francisco en honor de San Francisco de Asís. El mensaje que quiso transmitir fue que llevaría adelante una gestión comprometida con los más pobres.
El padre Numa Molina lo conoció en julio de 2013, durante la visita del presidente Nicolás Maduro al Vaticano. Lo percibió como una persona extremadamente afable. El papa le regaló un rosario a su colega jesuita. “Es para que rece por mí”, le dijo.
[Los datos fundamentales de esta nota fueron tomado de un perfil publicado en la revista Épale Ccs, en 2015]
(Clodovaldo Hernández / Laiguana.tv)