lunes, 21 / 04 / 2025
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Reflexión sobre la entrevista periodística a propósito del regaño de Conatel a Rondón (+Clodovaldo)

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Reflexión sobre la entrevista periodística a propósito del regaño de Conatel a Rondón.- Pocos géneros periodísticos tienen tanta exigencia ética como la entrevista. Cuando un comunicador social tiene la oportunidad de interrogar a una persona que –por la razón que sea¬ resulta ser alguien de interés para el público, quedan expuestos ambos: el entrevistado y el entrevistador.

 

El comentario viene a cuento por la reprimenda que le dirigió la Comisión Nacional de Telecomunicaciones (Conatel) a César Miguel Rondón por haber sido complaciente, a juicio de los integrantes del directorio del organismo estatal, con un funcionario colombiano a quien entrevistó en su programa de radio.

 

Según Conatel, Rondón permitió que el alcalde de Cúcuta, Donamaris Ramírez, insultara libremente al presidente Nicolás Maduro y a la Guardia Nacional Bolivariana, sin ocuparse en pedirle argumentos o hacerle alguna repregunta digna de llamarse tal. Para el directorio de la Comisión, esto revela la total adhesión del periodista a las afirmaciones del interrogado.

 

Como era natural esperar, de inmediato surgieron numerosos defensores de la libertad de expresión y de prensa dispuestos a romper lanzas a favor de Rondón. Organizaciones no gubernamentales y gremios saltaron a escena para decir que “los periodistas no son responsables de las acusaciones u opiniones que puedan expresar los entrevistados”.

 

Es significativo (gracioso, en cierto modo) que esto lo declaren solemnemente periodistas profesionales, pues desde la primera entrevista que uno hace como práctica durante los estudios universitarios ya se entera de que a través de las preguntas y de la forma de conducir el diálogo, el entrevistador también expone su propia subjetividad. Cualquiera que tenga algún recorrido en este oficio sabe que se puede suscribir o refutar una opinión del entrevistado haciendo o dejando de hacer la pregunta adecuada. Y, como en la música, un compás de silencio puede tener tanto significado como cualquier frase.

 

En mi carrera he hecho unas cuantas entrevistas periodísticas, casi todas para medios impresos. También he sido profesor del género en la Universidad Bolivariana de Venezuela. Inmodestamente, creo que esas experiencias me dan cierta autoridad en la materia y por eso me atrevo a afirmar que el asunto medular no es si el entrevistador suscribe o no los puntos de vista del entrevistado, sino el esfuerzo que haga –o deje de hacer– para intentar representar al público, en toda su diversidad, durante la conversación con la persona, sea esta quien sea. En consecuencia, el deber ético es (al menos para mi gusto) hacer las preguntas y plantear las inquietudes de un amplio espectro de gente y, en especial, las de aquellos que puedan ser opuestos a los criterios del entrevistado. Ponerse en el polo opuesto, sin que ello implique hostilidad o falta de respeto, es la mejor estrategia si lo que se quiere es generar un bien informativo de calidad. En mi concepto, si el entrevistador no actúa como un cortés abogado del diablo, no está cumpliendo bien su rol… Pero, repito, se trata simplemente de una opinión.

 

En el periodismo partidario que se ha consolidado en Venezuela (no necesariamente referido a partidos, sino a visiones totalmente radicalizadas) ese tipo de entrevistador no tiene cabida prácticamente en ninguna parte. Si un periodista opositor, en un medio opositor y con un público opositor, osa lanzarle una recta de 95 millas –es decir, una pregunta difícil de responder– a un entrevistado opositor, será mirado feo, anotado en el libro de los rencores y quién sabe qué más pueda pasarle. Por ejemplo, si Rondón hubiese hecho las repreguntas apropiadas al alcalde colombiano, seguramente habría sido acusado (por otros comunicadores y por una parte de su propia audiencia fiel) de tener debilidades maduristas.

 

Y si un periodista revolucionario, en un medio revolucionario y con un público revolucionario, se atreve a hacerle lanzamientos veloces a un dirigente revolucionario, también será objeto de malas miradas, recriminaciones y vaya usted a saber qué más. Ejemplos de lado y lado, sobran. Sé que no hace falta mencionar nombres porque ya cada lector tendrá alguna cara proyectada en su pantalla mental.

 

Si alguien se hubiese dedicado a regañar a los entrevistadores parcializados a lo largo de los últimos 17 años, la lista de amonestaciones llegaría más o menos desde Caracas hasta Santa Elena de Uairén. Baste recordar una ilustre profesora que flagelaba a sus entrevistados si tenían la osadía de decepcionarla con alguna respuesta demasiado blanda frente al régimen.

 

Del lado revolucionario (lo dicho: ejerzamos como abogados del diablo) tampoco se salvarían muchos de la admonición ética. Se ha impuesto la costumbre antiperiodística de hacer preguntas a la medida de los funcionarios, y quien se salga de ese redil corre el riesgo de ser catalogado como peligroso infiltrado o persona a punto de saltar la talanquera.

 

Se entiende que Conatel asumió en este caso el rol de juez de ética periodística porque se trata de un tema de seguridad de Estado, de una polémica en la que están en juego los intereses nacionales, versus los de unos enemigos externos (el paramilitarismo, el contrabando, el narcotráfico de Colombia, con una inocultable ayuda del Estado colombiano). Al plantear el asunto, ha abierto un enorme campo de debate. Ojalá esta controversia derive en crítica y autocrítica y sirva para que leamos, oigamos y veamos más entrevistas en las que se note que el periodista pretendió encarnar las inquietudes del público. Diálogos en los que no quede duda de que el pitcher está intentando –sea quien sea el bateador– lanzar la pelota a 90 millas.

 

(Clodovaldo Hernández / [email protected])

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