El mensaje político no es sólo lo que se dice. Hay muchos otros factores que lo influyen, lo modelan e, incluso, lo anulan.
Por ejemplo, la actitud que se asume tiene que ser coherente con lo que se afirma. Si alguien dice que el país está desesperado porque se realice un referendo lo antes posible, el individuo que hace la afirmación debe parecer también mínimamente desesperado, debe mostrar una actitud (aunque sea puro histrionismo) que refleje esa urgencia y, sobre todo, debe actuar en consecuencia.
En tal sentido, la actitud de la Mesa de la Unidad de convocar una protesta para dentro de tres semanas, luego del anuncio hecho por el Consejo Nacional Electoral en torno al referendo revocatorio presidencial, es una de las conductas más incoherentes que se haya visto en mucho tiempo. ¡Y mire usted que la incoherencia es algo frecuente en nuestra vida política, en ambos lados del espectro ideológico!
Vamos a tratar de ilustrarlo en forma un tanto caricaturesca, pero válida: los líderes de una comunidad denuncian que el edificio donde viven está a punto de caerse. Se pasan seis meses con la cantaleta de que necesitan urgentemente mudarse de allí e ir a nuevas viviendas. Viajan al exterior y denuncian que si no se hace lo que ellos dicen, el edificio se desplomará y habrá una mortandad. Llegan las autoridades, revisan el edificio y dictaminan que dentro de tres meses van a hacer un estudio que, posiblemente, derivará en el desalojo del inmueble y en la asignación de unas residencias nuevas, pero que lo más probable es que eso quede para 2017, si acaso… Cabe suponer que si los líderes de la comunidad están tan convencidos de la tragedia que se cierne sobre la pobre gente, tendrían que exigir respuesta inmediata, plantarse en la calle lo que se llama ¡ya! Pero no, el secretario ejecutivo de la junta de condominio sale y anuncia que dentro de tres semanas armarán la mamá de los zafarranchos.
¿Qué se puede pensar ante algo así? Bueno, una opción es suponer que no será tan urgente la vaina cuando los líderes deciden semejante compás de espera. Se puede inferir que esos líderes saben muy bien que el edificio no se va a caer. Otra posibilidad es que, en el fondo, los líderes (o, al menos, algunos de ellos) no quieren que desalojen a nadie y que hasta ahora toda esa denunciadera y esa lloradera han sido puro aguaje.
Volviendo al campo de la oposición y la propuesta de referendo, es necesario (aunque sea por delirio paranoide) considerar una tercera explicación para su actitud discordante: es posible que la fecha sea el punto de partida para una operación de mayor escala, que incluya los ya muy activos factores internacionales. Uno nunca sabe.
En cualquier caso, la primera impresión, recogida artesanalmente en las calles (sin instrumentos científicos, que quede claro) es que la militancia opositora quedó desconcertada con semejante disonancia. No comprenden cómo se puede presionar tanto al CNE (entendiendo presión como activismos en los medios de comunicación, en las redes sociales y en los organismos internacionales) para que diga una fecha, y cuando el CNE da a conocer un cronograma que pone la consulta en 2017, no tener capacidad de reacción inmediata ni siquiera para llamar a sus huestes a un modesto golpeteo de ollas a la hora de la telenovela.
Escuché gente que firmó y ratificó su firma en los episodios del 1% preguntarse muy consternada qué sentido tiene darle tres semanas a una expresión de descontento, especialmente si la manifestación será contra la supuesta dilación de un organismo público. Es como armar una protesta contra la flojera que consista en acostarse a dormir.
Un analista de vagón de metro dijo, para quien quisiera oírlo, que la dirigencia escuálida demostró que conoce a “su ganao”, pues la clase media (que sigue siendo el factor fundamental de la militancia opositora) se queja mucho, pero siempre se las arregla para “irse demasiado”, aunque sea para Chichiriviche. Convocarla a protestar en pleno agosto hubiese sido otro estruendoso fracaso.
“Seguimos demostrando que somos especiales –dijo mi amigo el Estrangulador de Urapal–: un país en el que la crisis humanitaria y la crisis política, igual que las escuelas, cierran por vacaciones”.
(Por: Clodovaldo Hernández)