¿Cómo fue que los medios, periodistas e influencers opositores pasaron, sin transición alguna, de afirmar que Diosdado Cabello era el gran excluido de los diálogos entre el gobierno y la oposición a asegurar que el mismo Diosdado Cabello estaba negociando a solas con Estados Unidos para salvar su propio pellejo y entregar la cabeza del presidente Nicolás Maduro?
Explico un poco la interrogante. No es extraño que hayan dicho una cosa o la otra. Lo extraño es que puedan pasar de una versión a la contraria en cuestión de horas o de minutos y que estos medios, periodistas e influencers sigan teniendo el mismo público, la misma audiencia, los mismos seguidores, lo que hace suponer que continúan teniendo credibilidad. Y conste que ese público, esa audiencia, esos seguidores se precian de ser inteligentes, formados e ilustrados. Increíblemente, son pocos los que se alzan contra ese comportamiento de veleta.
No los estigmaticemos. Son fenómenos propios de esta época enloquecida en la que las personas se creen más libres que nunca y lo cierto es que se encuentran bajo el control absoluto de los mecanismos más refinadamente perversos de control de la opinión pública que hayan existido en época alguna en la historia de la humanidad.
Cuando se haga el recuento de la guerra desatada contra la Revolución Bolivariana, quedará en evidencia que Estados Unidos y sus aliados han utilizado en su empeño por derrocar, primero al comandante Hugo Chávez y luego al presidente Nicolás Maduro, todos los recursos imaginables, y hasta muchos que nadie hubiese imaginado. En estos tiempos de la posverdad y de las fake-news, no ha habido arma que no disparen. Una que han utilizado mucho últimamente es la que podríamos llamar el fake-secreto. Se trata de lanzar al torbellino de su maquinaria mediática y enredática (la de las redes) rumores acerca de episodios superocultos y ultraconfidenciales que de pronto, por razones incomprensibles, les son revelados a ciertos medios, periodistas o influencers, que pasan unos días o unas horas ufanándose de lo magníficamente dateados que están. Luego sobreviene otra infidencia también espectacular, aunque completamente opuesta a la anterior, y los mismos tipos y tipas bien informados la ponen a circular sin mención alguna al secreto anterior que, claro está, queda anulado con el nuevo.
El procedimiento parece tan bobo (o destinado a bobos) que resulta arriesgado apostar por su eficiencia. Pero sucede que es eficientísimo. Las masas de inteligentes e ilustrados ciudadanos se tragan las supuestas epifanías de sus medios, periodistas e influenciadores de confianza y comienzan a repetirlas, asumiendo el mismo aire de gente que está en la movida. Así, fueron cientos de miles los que pasaron en estos días de una versión a otra de la realidad con la simpleza de quien usa un control remoto para saltar del canal de comedia ligera al de asesinos en serie.
Muchos dirán que esto no es nada nuevo, y que probablemente sea uno de los métodos más socorridos de los seres humanos desde que el mundo es tal, y no solo en el campo de la política internacional y nacional, sino también en el de los asuntos laborales, vecinales, familiares y hasta conyugales. Es cierto, pero el estado actual de las comunicaciones masivas, signado por la movediza realidad 2.0 ha favorecido que el fake-secreto sea una herramienta mucho más corrosiva y veloz que en otros tiempos.
Una de las claves de este fenómeno es que las audiencias quieren creer cualquier cosa que se les diga siempre y cuando concuerde con su visión del mundo, del país y, sobre todo, del adversario político. El enfoque es: si se trata de un dato contra mi enemigo, creo lo que sea. Por eso pueden pasar de una historia a otra, completamente opuesta, sin que se les presente síntoma alguno de disonancia cognitiva.
Apoyándose en la gran ventaja de tener un público crédulo (“creyón”, decía un profesor de mi liceo), quienes manejan los hilos de la guerra de cuarta generación contra Venezuela pueden hacer de las suyas con plena impunidad intelectual. En el caso que mencionamos acá, el propósito claro es causar fisuras en la unidad revolucionaria, a sabiendas de que esta ha sido uno de los baluartes del chavismo frente a las múltiples tentativas golpistas, injerencistas y de agresión económica. Se pretende minar la confianza entre actores fundamentales del chavismo, con propósitos más que evidentes. Por eso, un día trafican el chisme de que hablaron con Fulano a espaldas de Mengano, y al día siguiente, el que hablaron con Mengano a espaldas de Fulano.
El paso de un Cabello que había quedado “como la guayabera” a un Cabello que negocia la traición a Maduro reuniéndose en persona con emisarios de Trump (ambas narraciones basadas en “revelaciones” de funcionarios que se amparan en el anonimato), es un material muy rico para cualquiera que busque hacer análisis del mensaje político. Hay tela por cortar como para hacer una tesis de maestría acerca del síndrome de la posverdad, las fake-news y este subgénero repotenciado por la era digital, el de los fake-secretos.
(Clodovaldo Hernández /LaIguana.TV)