lunes, 21 / 04 / 2025
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Momentos de extremo peligro corren los pueblos debido al síndrome de la jauría herida (+Clodovaldo)

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Siempre se ha dicho que la fiera herida es más peligrosa que la fiera buena y sana. Es algo que cualquiera comprende pues un animal que ha sido lesionado, en su empeño por salvar la vida, se vuelve mucho más rudo que de costumbre. Ahora, calculemos lo que pasa si no se trata de una sola fiera herida, sino de una jauría. No hace falta ser zoólogo experto en depredadores para saber que es un momento de extremo peligro.

 

Tampoco hace falta ser un politólogo (estudioso de los animales políticos) para entender que en un momento como el que está viviendo el capitalismo hegemónico global en América Latina, existe un altísimo riesgo para los pueblos en general y para los gobiernos de corte progresista, incluso aquellos que tan solo tengan una pequeña orientación social.

 

Es probable que cuando este texto se encuentre publicado ya este peligro haya cristalizado en pavorosas acciones (Dios y la Pachamama no lo permitan) en Bolivia, que es el país hacia el cual la manada de bestias heridas ha vuelto su atención.

 

Analicemos por qué no es una exageración decir que la jauría está herida. Basta pasar una revista general del mapa continental: Donald Trump, la fiera mayor, está acorralado por el sistema político de su país. Podría perder su investidura por haber hablado por teléfono con el presidente de otro país para ponerle la piedra a un compatriota (Por cierto, si ese principio lo aplicáramos en Venezuela, no habría nadie en la oposición que se salvara de un impeachment. Pero ese es otro tema).

 

Sigamos: En México ahora está un hombre de izquierda, partidario de la integración latinoamericana y que le ha parado el trote al injerencismo de la nefasta OEA y del nefasto Grupo de Lima.

 

En Haití, el presidente-empresario y consentido de Estados Unidos, Jovenel Moise, lleva meses matando gente sin restricciones, gracias a la vista gorda de sus protectores, de la OEA y de la prensa mundial.

 

En Brasil, donde gobierna un degenerado, Lula acaba de salir de la cárcel y su popularidad sube en la misma medida en la que la del degenerado se diluye. En Colombia aparece nominalmente como presidente un sujeto que manda a bombardear un “campamento guerrillero”. Los militares bajo sus órdenes (formados y asesorados por EEUU) matan a ocho muchachos, lo ocultan por dos meses y cuando interrogan al presidente nominal, responde con una pregunta: “¿De qué me hablas, viejo?”.

 

La cosa no para allí. En Ecuador está un señor que llegó a la presidencia como heredero de una revolución y se dedicó a hacer la contrarrevolución. Además, se salvó de chiripa de ser depuesto por un gigantesco movimiento popular, pero sabe que solo se mantiene en el poder gracias a jugadas de astucia política. En Perú (país que da su nombre al Grupo de Lima, ¡qué buen chiste!) hay una crisis política derivada de la corrupción y de la falta de representatividad de todo el mundo.

 

Chile, el ejemplo latinoamericano del éxito del neoliberalismo, tiene casi un mes ardiendo. El presidente-magnate se mantiene en el poder a punta de una represión tan pinochetista como sus propias ideas políticas. En Argentina, el otro magnate, Mauricio Macri, fue botado por los votos y deja al país hipotecado por un siglo, según estimaciones conservadoras. 

 

Quien quiera averiguar sobre otros integrantes heridos de la jauría, que revise lo que ha estado pasando en Panamá y hasta en Costa Rica.

 

La somera revisión basta para comprender que ese montón de fieras están todas heridas al mismo tiempo. Por eso no es el síndrome de la fiera herida, sino el síndrome de la jauría herida. No tiene nada de raro que juntos o separados, todos estos peligrosos especímenes estén buscando desesperadamente la forma de atacar a otro, de desviar la atención, de pagarla con alguien o, como dijo cierto dirigente venezolano, drenar la arrechera.

 

Como quedó dicho antes, no es ninguna profecía decir que el blanco de ocasión (por diversas razones) es Bolivia. La jauría maltrecha quiere lamerse un poco las heridas golpeando a uno de los íconos del movimiento revolucionario latinoamericano. Derrocar a Evo Morales cuando acaba de ganar unas elecciones con una ventaja de más de diez puntos porcentuales sería un gesto simbólico, una reivindicación para la aporreada derecha continental. Por eso la situación del altiplano ha sido en estos días tan extremadamente delicada.

 

Visto este comportamiento de las hienas, coyotes, zorros, lobos y perros salvajes heridos, en Venezuela seríamos temerariamente ingenuos si no tomáramos las necesarias previsiones, por más que el extraño acontecer político nos haya traído unas semanas de tranquilidad luego de meses enteros de sobresaltos.

 

Una conducta muy propia del comandante Hugo Chávez sería tomar todas las previsiones necesarias, incluso las que parezcan excesivas. No conviene confiarse ni dormir en laureles cuando se sabe que esta manada de bestias es capaz de infligir grandes daños cuando está en perfectas condiciones y aún es más feroz cuando sus integrantes están malheridos.

 

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)

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