Este 23 de julio, en el marco de la 11ª Feria del Libro de Caracas, tuvo lugar la presentación de la novela El último romántico, de la autoría de Miguel Ángel Pérez Pirela, uno de los escritores homenajeados en esta edición del evento literario.
La actividad se desarrolló como una conversación entre el autor y el periodista Clodovaldo Hernández, quien fue el encargado de prologar la obra, redactada por Pérez Pirela mientras era un joven estudiante en Europa.
Para Hernández, Miguel Ángel Pérez Pirela es «uno de los valores emergentes, no solamente de la Filosofía, que es su rama fundamental de trabajo, sino también de la Literatura venezolana de este tiempo»; una figura que, en decir del presidente Hugo Chávez, representa «lo afirmativo venezolano».
Justo por ello resaltó que en medio de las dificultades por las que atraviesa el país, es el momento «donde hay que hablar más fuerte, hay que insistir en la importancia del patrimonio, en la importancia de nuestra creación».
Ya entrando en materia, comentó que cuando tuvo «el privilegio de leer el manuscrito» de El último romántico, «fue como asomarse por el hueco de una cerradura» y se topó con «una novela tremendamente seria», en lo tocante a «la forma, al estilo y al tipo de lenguaje que se utiliza» y vaticina que puede «tener un impacto tremendo en la gente».
«Es sorprendente, es irreverente, es en alguna medida insultante a la comprensión del lector, pero el planteamiento de fondo, la profundidad de lo que allí se plantea y lo que hace, yo diría, mucho más seria de lo que pueda ser yo mismo», añadió.
Asimismo, el periodista subrayó que en su lectura descubrió «a un Miguel Pérez Pirela veinteañero» y pese a que transcurrieron 18 años desde que terminó de escribirla, cuando retomó el material, «no lo traicionó». Por ello, destacó que de haber intervenido el texto con pretensión de actualizarlo, habría incurrido en impostura y falsedad, inclusive en lo que los historiadores denominan anacronismo, puesto que «si los acontecimientos mundiales y nacionales están ocurriendo tan rápido, ya en cuestión de estos 18 años se puede prácticamente hablar de anacronismos».
«Creo que en ese libro está demostrado de una manera extraordinaria eso que éramos, esos prejuicios, esos resabios que teníamos y que aún en buena medida seguimos teniendo (…) y presentarlos así, tal cual como tú lo escribiste en ese tiempo, es una demostración de autenticidad que yo valoro mucho», reflexionó.
Para concluir esta primera intervención, Clodovaldo Hernández precisó que en esta novela «se entremezclan las facetas» del autor, apareciendo la Filosofía, el pensamiento y la narrativa. Estima que se trata de «un libro muy filosófico, pero entremezclado, entretejido con un ritmo narrativo tremendo, con un ritmo narrativo trepidante, que hace que en algunos momentos, uno se sienta un poco mareado; un ritmo vertiginoso».
Seguidamente, Pérez Pirela agradeció a Hernández por el prólogo –al que ha calificado en varias oportunidades como «un gran poema en prosa– y manifestó sentirse muy honrado por haber contado con la sensibilidad de su pluma para introducir su obra al lector y procedió a compartir detalles relacionados con la redacción de El último romántico.
Al respecto, puntualizó que si bien había sido escrita cuando contaba con 22 años, en ese momento, ya contaba con una trayectoria académica importante –dos licenciaturas, dos maestrías y un doctorado en curso–, por lo que «se mezcla un chamo muy joven pero que ya tiene seis años solo en Europa, en Roma y en París, entre varias universidades. Entonces, se mezclan la frescura, la ingenuidad, la rebeldía de un chamo de 22 años, con todo un bagaje de conocimientos académicos» en lo que la Historia de la Filosofía –desde los griegos hasta los modernos– tiene un papel preponderante.
«Yo me paseé por toda esa gente, pero me paseé con un lenguaje caribeño, porque había una especie también de tensión entre el barrio de Maracaibo, entre la Basílica –el Hospital Chiquinquirá, al lado de la Basílica donde yo nací– y La Sorbona de París, La Gregoriana de Roma», confiesa Pérez Pirela para introducir el inmenso choque cultural que le supuso abandonar su Maracaibo natal para residenciarse en Europa, siendo una persona muy joven.
«Es una mezcla entre los burros que recogen latas y basura en Maracaibo y la academia europea. Eso fue transcrito aquí [en El último romántico] o reflejado aquí, no sé qué palabra utilizar», añade.
Considera que no es una novela de síntesis ni de tesis, sino algo que «está en medio». Siguiendo la dialéctica hegeliana tesis-antítesis-síntesis, se trataría de una construcción antitética, «es decir, se opone a todo, no deja muñeco con cabeza: se opone a los Estados Unidos, a los venezolanos, a los maracuchos, a los españoles, a los machistas, a las feministas, a la religión, al Vaticano, a la caída de las Torres del World Trade Center. Se opone a todo. Habla desde la antítesis, habla desde la provocación, te mete el dedo en el ojo, te cachetea, te malandrea», explicó.
A su parecer, esto fue posible porque abreva de sus experiencias en Maracaibo, en donde bailaba salsa en una casa «sin puertas ni techo» y también a partir de las vivencias en París, si bien resaltó que no se trata de una autobiografía ni nada que se le parezca.
Para él, el sentido y pertinencia de la publicación de esta novela, a casi dos décadas de haber sido escrita, se resume en su subtítulo: «memorias sentimentales de un venezolano en el extranjero», en tanto la migración no es un hecho para nada inédito y mucho menos reciente.
En este sentido, comentó que «muchos venezolanos, 20 años antes, y otros 40 años antes y otros 60 años y otros, como Miranda, 200 años antes, tuvimos la experiencia de estar en el extranjero» –algo que no es para nada negativo– y que es importante dejar cuenta «de ese tránsito». De ahí que estime que El último romántico «es importante para la memoria juvenil venezolana».
Por otro lado, Pérez Pirela estima que es necesario incorporar a nuestra identidad, un aspecto que ya otras naciones del continente adoptaron: «que hay una parte de su gente representándolos fuera del país».
Este tema no ha permanecido ajeno a la Literatura y al respecto trajo a colación la polémica protagonizada por el narrador chileno Roberto Bolaño, quien recibiera duras críticas de parte de los círculos culturales de su país por haber vivido durante largo tiempo en el extranjero y para defenderse adujo que «el escritor en lengua castellana no tiene nacionalidad», pues «es un contrasentido». Independientemente del utilitarismo de su postura, es cierto que desafió a sus detractores, pero, todavía más importante, les dijo que «la memoria también se escribe colectivamente», siendo «una de las características del arte y más específicamente, de la escritura, el recomponer una identidad nacional».
En otro orden de ideas, lo que distingue a El último romántico de otras novelas contemporáneas que aluden a venezolanos en el extranjero, es que ello se hace prescindiendo de toda reivindicación política, ideológica y de todo revanchismo. Así, no quisiera otro destino para su obra «que sea un documento literario sobre un venezolano (…) en el extranjero».
Coincidiendo con esta última precisión, Clodovaldo Hernández destacó que si bien parte de la historia se sucede en Roma y en París, las ciudades son un elemento de referencia y lo que le sucede al personaje, bien pudo ocurrirle en cualquier otro sitio, evitando con ello «el lugar común que usan otros escritores latinoamericanos que se han ido a esos lugares, y han utilizado esas ciudades como la meca de la Literatura», más todavía si se considera que en otro punto el personaje-protagonista, retorna a su Maracaibo natal y la presenta desde una «visión absolutamente oscura».
«Europa es una quimera, decían de Nueva York. También se puede decir ‘el Norte es una quimera /¡qué atrocidad!/ Y dicen que allá se vive / como un pachá», cantó Pérez Pirela para iniciar su respuesta, pues los conocidos versos aluden a las fantasías que se venden sobre la vida de la gente común y corriente en Europa o en los Estados Unidos.
«Viven como un pachá los que tienen familia adinerada, pero, ¿vive como un pachá un hijo de obrero de Maracaibo?», dijo. Sin restar las muchísimas experiencias positivas, procedió a relatar que muy lejos de lo que puede pensar quien tiene esas ideas erradas sobre los migrantes, durante sus vacaciones de verano, mientras otros jóvenes se divertían, él se vio obligado a dictar clases a domicilio y a cuidar de niños con necesidades especiales para obtener ingresos que le permitieran sobrevivir el resto del año.
Sin embargo, confesó que gracias a la distancia, pudo descubrir Latinoamérica y a las grandes obras y autores latinoamericanos en el nutrido catálogo de la Biblioteca Nacional de Francia.
«¿Por qué Maracaibo? ¿Por qué Caracas? ¿Por qué Venezuela? ¿Por qué Latinoamérica? Te respondo con Cortázar, Rayuela: ‘el aquí y el allá, el allá y el aquí’ (…). Afuera es que se encuentra la identidad, porque afuera, como dice un cantante italiano: ‘me tengo que alejar de ti, para verte toda entera’. Cuando uno se aleja, es que ve a la patria entera, a la Patria Grande entera. Y este es el sentido de por qué El último romántico está en Roma y en París como un pajúo, pero está pensando en los burros recogedores de latas y en las cañerías y en las aguas servidas de Maracaibo, y criticándolas en la misma novela», redondeó.
Al ser inquirido por Clodovaldo Hernández acerca de las fuentes de las que abreva El último romántico, explicó que hay un hilo que enlaza la vida de tres escritores signados por historias difíciles: el estadounidense Charles Bukowski, el cubano Reinaldo Arenas (autor de la célebre novela Antes de que anochezca) y la narrativa de otro cubano, Edmundo Desnoes, que en sus Memorias del subdesarrollo, publicada pocos años después del inicio de la Revolución Cubana, la emprende contra los que se van y a los que se quedan», contra «los revolucionarios y los que están en Miami». A todos «los critica con la misma dignidad y con la misma arrechera», un recurso del que se valió para su narración.
Adicionalmente, también se inspiró en elementos del «drama latinoamericano» desplegados por el colombiano Fernando Vallejo en La virgen de los sicarios y en el cine, particularmente de películas como Taxi Driver o Pulp Fiction, que vio en sus 20 años.
«Tejer estas historias desde lo contestatario, desde lo rebelde, desde estas novelas que te estoy citando, quiere decir también tejerlas desde el dolor. Esta es una novela del anti-amor y por eso se convierte en una novela de amor», concluyó.
(LaIguana.TV)