lunes, 21 / 04 / 2025
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Acá le decimos por qué los pelucones universitarios no quieren juntarse con la chusma (+Clodovaldo)

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Los pelucones universitarios no quieren juntarse con la chusma.- La élite académica venezolana no quiere juntarse con la chusma. El nuevo mecanismo de ingreso de bachilleres a las universidades ha provocado una reacción airada de quienes, evidentemente, se perciben a sí mismos como la tapa del frasco en lo que a educación se refiere. Son los pelucones académicos.

 

Nuevamente el argumento de la defensa de la autonomía es buena mampara. Pero en el fondo lo que mueve a la aristocracia universitaria es un profundo sentido de flor y nata. También, por supuesto, hay instinto de preservación política. Los integrantes de la pléyade universitaria saben que si llegara a cambiar el perfil del estudiantado, ellos y ellas podrían dejar de ser los líderes de la manada. Están conscientes de que su dominio en esos feudos depende de que el colectivo estudiantil siga siendo formado mayoritariamente por chicos y chicas de clase media, provenientes de colegios privados, hijos de familias opositoras, y con ganas de irse demasiado.

 

Pero dejemos a un lado ese aspecto político y centrémonos en el otro, el mecanismo psicológico que convierte a un ciudadano cualquiera, por el hecho de haberse puesto alguna vez toga y birrete, en miembro de una especie de nobleza en la que en lugar de reyes, reinas, barones y condesas hay rectores, rectoras, decanos y profesores titulares, una gente cuyos méritos (¡oh, la meritocracia ataca de nuevo!) los hace ser más iguales que otros, en esta sociedad igualitaria.  

 

No es un asunto exclusivo de los profesores, claro que no. Una de las claves de la hegemonía capitalista a escala planetaria es el encanto del individualismo, toda esa mitología de la persona que se hace a sí misma y que tan naturalmente deriva en la vanidad, la egolatría y también en la feroz competencia y en la ausencia de remordimiento a la hora de aplastar al prójimo. Es algo que vemos a diario en cualquier ámbito, incluso –hay que admitirlo- dentro de nosotros mismos. Ese fenómeno personalísimo tiene una expresión colectiva en el culto que se rinden a sí mismos ciertos grupos, asociaciones y gremios. Puede decirse que practican lo que Erich Fromm llamaba un “egotismo ampliado”.

 

Quienes ejercen la representación oficial de los docentes de las universidades autónomas se miran y se venden a sí mismos como los integrantes de una casta, como los iluminados que entienden mejor que nadie los problemas del país, pero cuyo talento es desaprovechado por un gobierno ignaro. Creen firmemente que les quedan demasiado grandes a esta nación de bárbaros. Eso se les nota hasta en la manera en que hablan, hasta el lenguaje gestual, hasta en la forma como “les perdonan la vida” a los pobres que pretenden ingresar en su Olimpo valiéndose de trucos socialistas. “No es culpa nuestra, el sistema educativo, desde la primaria, ya los excluyó”, dijo uno de estos vizcondes el otro día, poniendo cara de condescendencia.

 

Es triste, pues se supone que un docente, sobre todo si se ha formado en una universidad pública, debe estar comprometido con la idea de una sociedad más justa, independientemente de que sea o no revolucionario, bolivariano o chavista. Estos de la rancia estirpe que hoy domina las casas de estudio autónomas no quieren nada con el grueso del pueblo (del que muchos de ellos provienen); se empeñan en mantener lejos a los hijos y las hijas del proletariado y el campesinado (aunque muchos de ellos lo son). Se quejan de que ganan una miseria, pero piensan con la cabeza de la oligarquía. “Son unos desclasados”, habrían dicho los profesores de esas mismas universidades, pero hace 30 años. Lástima que se murieron, se jubilaron o también se desclasaron.  Mi amigo el ex comunista, por su parte, lo hubiese dicho de una forma más cómica: “Lo único que les falta para ser ricos son los reales”.

 

(Clodovaldo Hernández / [email protected])

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